DestacadaEdicion ImpresaGeneralPrincipales

Santa del Mazón, ícono inolvidable

Santa Mazon
Santa Mazon

Desde la ventana, el personaje alegraba a los visitantes del Centro de Hermosillo, marcando toda una época entre la ilusión y el buen humor

Por Emilio Martínez

En la década de 1970 había un lugar en Hermosillo que era famoso por tener una tienda por departamentos como no había otra, la primera, pero se destacaba como un lugar para todas las edades cada diciembre. Un Santa Claus mecánico se convirtió en uno de los principales atractivos del centro de la ciudad a lo largo de las calles Plutarco Elías Calles y Guerrero, donde entonces se ubicaba el «Mazón Centro». La figura tradicional barbuda con traje rojo y botas negras se tambaleaba contando chistes y bailando; comenzaba como un Papá Noel estático, pero sus funciones se ampliaron con los años y fueron los mismos años lo que lo dejaron solo como un recuerdo.

“Papá Noel de Mazón”, a quien más recuerdan, pasó de muñeco de utilería a ícono inolvidable para los bebés, niñas, niños y adolescentes de su época, a quienes aún recuerdan con nostalgia y cariño. Sin embargo entre 2000 y 2005, «Mazón Centro» desapareció y la estatua tuvo que ser trasladada a una pizzería, pero luego también fue retirada de este lugar y no se ha vuelto a ver desde entonces. Pienso en mi infancia y recuerdo haber escuchado a mis padres decir: «Ve a escribirle una carta a Santa». Empezamos y escribimos estos documentos así: «Querido Santa, he estado bien todo el año, tráeme muchos juguetes y dulces.» Al día siguiente, ya alistados, íbamos al centro a jugar a las maquinitas, y desde la ventana vimos un mar de gente yendo y viniendo con bolsas en las manos, tal vez regalos o menús a mano para comprar en el mercado municipal. Para nosotros el objetivo visual del proyecto o viaje al centro era el «Santa de Mazón». Pegado a la ventana de la ruleta, vimos a ese Papá Noel, y hasta el día de hoy lo extrañamos… ¡cómo olvidarlo! Siempre sentado tambaleándose, levantando la mano derecha y contando chistes que lleva más de veinte años repitiéndo, pero nunca nos hizo enojar con esa voz, esa voz que quedó grabada en nuestra memoria. «Esta es una señora muy gorda, pero tan gorda, es más fácil saltar sobre ella que volcarse, Jojojojo», se escuchó en esa ventana de la tienda por departamentos más grande en Hermosillo.

¿Recuerdan vívidamente a esos niños pegados al cristal y viendo juguetes, trencitos de juguete dando vueltas y vueltas alrededor de Papá Noel y otros niños sentados en los hombros de sus padres para que lo vean? Después de observarlo un rato, nos decían: “Niños, vamos al mercado a comprar carne para tamales y menudo”, sin perderse el grito de la madre: “No se suelten las manos”.

Al día siguiente, mientras sacaban los tamales y los menús en la terraza, comenzamos a hablar, soñadora e inocentemente, de que Santa estaría en la casa esa noche. Y así transcurre el día, y después de cenar, nos vamos a la cama para esa velada maravillosa que llevamos un año esperando, sobre todo los primeros días, en los que podremos jugar con todo lo que le hemos pedido a Papá Noel.

En aquel tiempo, el que el mismo apareciera en persona en un aparador, era una sensación. Era un ícono, que paraba las calles, que madrugaba a las madres, que a conglomeraba a los niños. Mi hermano mayor, con fantasías de «Dompe de los Tonkas», yo, más modestamente, tenía un tema, y bueno, mi hermano menor no esperaba nada ya que no sabía escribir. Finalmente, a las 6:00 de la mañana, no podíamos esperar. Saltábamos de la cama y corríamos hacia el árbol de Navidad, que por cierto tiene años (bueno, muchos años decorando nuestra casa) y mi hermano era el primero en abrir sus regalos esperando la Tonka que tanto deseaba ¡sorpresa! En su lugar hay una bolsa de canicas, una bolsa de soldados y una bota de tutsi pop.

Yo rompía la bolsa pensando en cómo armaría mi pista de carreras y al sacar el juguete me daba cuenta de que era un carrito de plástico acompañado de mi bota de dulces. Casi a punto de llorar escuchábamos la risa de nuestro hermano menor divirtiéndose con una simple pelota que le había amanecido y ahí es cuando nos cambiaba el semblante y nos poníamos a jugar y a comer los dulces. Al rato andábamos en el patio jugando, viendo a los demás niños unos con su bici, otros con los mismos juguetes que nosotros y mientras, mis papás tomando café y tostando tamales en un comal para desayunar, hirviendo también el menudo para las visitas. Así fue parte de mi niñez donde había humildad, muchas necesidades, pero nunca faltó el amor y la unión familiar….