¿Sirve de algo no votar?

Si como sociedad nos cruzamos de brazos, estaremos cediendo los tribunales, las fiscalías, los juzgados y las cortes a quienes ven la justicia no como un servicio, sino como una herramienta de control político
Por Rubén Iñiguez
El próximo 1 de junio se llevará a cabo un ejercicio inédito en la historia de México: la elección popular de jueces, magistrados y ministros. Aunque la idea de que la ciudadanía elija a quienes impartirán justicia parece en teoría un acto democrático, en la práctica hay muchas señales de alerta.
La opacidad en el proceso, la falta de reglas claras y la forma en que se han venido perfilando los candidatos despiertan más dudas que certezas. Frente a esto, muchos ciudadanos se preguntan si vale la pena participar en una elección que ya parece tener destino marcado.
La respuesta más común en redes sociales y en conversaciones cotidianas ha sido el desánimo. “¿Para qué votar si todo está arreglado?”, “Mejor no legitimar una farsa”, dicen algunos.
Sin embargo, el abstencionismo no le resta fuerza al poder, se la regala. No votar no castiga al sistema; lo deja intacto. En una elección con tan poca participación, el partido en el poder necesita apenas unos cuantos votos para legitimar a sus aspirantes.
Eso significa que cada voto, ahora más que nunca, tiene un peso enorme. Por absurda que parezca la idea de que alguien llegue a un cargo con uno o dos votos, eso es justo lo que puede pasar. Así están diseñadas las reglas.
Una democracia débil, sin participación, permite que los cargos más delicados queden en manos de perfiles sin experiencia, sin carrera judicial, pero con lealtad partidista.
No se trata de idealizar este ejercicio, pero sí de asumir que, si no votamos por los pocos perfiles valiosos que sí hay, el poder simplemente ocupará los espacios con los suyos. El riesgo no es menor. Estamos hablando de entregar el Poder Judicial —el último contrapeso— a las decisiones del Ejecutivo.
Si como sociedad nos cruzamos de brazos, estaremos cediendo los tribunales, las fiscalías, los juzgados y las cortes a quienes ven la justicia no como un servicio, sino como una herramienta de control político. Y cuando llegue el momento de exigir justicia imparcial, será tarde para lamentarse.
Sabemos que el proceso es irregular desde su origen. Que muchos de los aspirantes no cumplen los requisitos, que otros ni siquiera tienen trayectoria jurídica, y que algunos más sólo están ahí por consigna. Pero entre todos esos nombres también hay personas con experiencia, con carrera judicial, con principios. Votar por ellos no garantiza un sistema limpio, pero al menos es un intento por dignificar los espacios públicos y no dejar todo al reparto político.
No se trata de creer que el voto cambiará todo de la noche a la mañana. Se trata de entender que, al menos, puede evitar que el deterioro sea total.
Porque dejarle el camino libre al partido mayoritario es como entregarle una chequera en blanco para nombrar a jueces y magistrados que le sean funcionales.
Una cosa es una democracia imperfecta, y otra muy distinta es una sociedad que renuncia por completo a participar.
Hay que tener claro que el voto no siempre es una herramienta de entusiasmo, a veces lo es de defensa. Defender lo poco que queda de autonomía institucional implica ejercer el derecho a elegir, aunque sea en un proceso con serias deficiencias.
La omisión, en cambio, será interpretada como consentimiento. Y eso, en un país con historia de autoritarismo, puede ser muy peligroso.
Por eso el 1 de junio hay que salir a votar. No por el sistema, no por la elección en sí, sino por los perfiles más preparados, por quienes no llegan con la mano levantada por el partido, sino con la frente en alto por su trayectoria. No votar no cambia nada. Votar, al menos, puede ser el primer paso para evitar que lo desaparezcan todo. (La Voz de Jalisco)