Trump y nuestros migrantes

Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.
Por Daniel Padilla Ramos
Apotegma de Benito Juárez
Ante la llegada de Donald Trump a su segundo mandato como Presidente de los Estados Unidos, mucho se ha comentado respecto al fenómeno migratorio, uno de los temas torales en la agenda de dicho mandatario desde su campaña.
La administración Trump hace creer a la población que la economía y la seguridad de su país se ha visto afectada ante el desbordado flujo de migrantes indocumentados que han llegado a su territorio en busca de mejores oportunidades de vida, e incluso afirma que el gobierno de México no hace nada al respecto.
Se estima que 39 millones de mexicanos radican actualmente en los Estados Unidos, de los cuales, alrededor de seis millones se encuentran en calidad de indocumentados, sin embargo, estigmatizar a esos seis millones de indocumentados con peroratas y adjetivos peyorativos, y peor aún, expulsarlos de su país sin antes analizar una solución de fondo, resulta a mi ver poco razonable, toda vez que la gran mayoría de estos indocumentados constituyen una fuerza laboral en ocasiones insustituible en ramas como la agricultura y ganadería, manufactura, transporte, traslado de materiales, construcción, mantenimiento y servicios en restaurantes, casas y hoteles, entre muchas otras.
El Departamento de Migración de Estados Unidos cuenta con aproximadamente setenta mil agentes (Homeland Security y Border Patrol) y con tecnología y recursos muy superiores a los del Instituto Nacional de Migración en México. Por ello, como siempre lo hemos hecho, considero que ambas autoridades deben trabajar de la mano y apoyarnos con recursos materiales y tecnología de punta.
A menudo escucho a las personas referirse a los términos migratorios equivocadamente y no los culpo, creo que a todos nos sucede. Veamos, “Migración” se refiere al desplazamiento de un ser viviente de un lugar a otro, ya sea de manera temporal o estacional.
“Emigración” significa el abandono del lugar de origen de las personas, e “Inmigración” se considera el trasladarse del lugar a donde llegan inicialmente a otro. En estos dos últimos, un fenómeno no puede darse sin el otro, y la distinción entre un emigrante o un inmigrante depende del punto de vista.
Es bien sabido que Estados Unidos es un país de migrantes, sobre todo desde el arribo de millones de europeos, asiáticos y africanos en el siglo XIX, muchos de ellos recibidos por la puerta grande (conocida como la Puerta de Oro de Nueva York), mientras que a otros les esperaba marginación, explotación y hasta esclavitud.
Entre estos migrantes documentados e indocumentados, venía uno de nombre Friedrich Trump (ingresó legalmente), proveniente de Alemania y abuelo de Donald Trump. Elon Musk, el adinerado e influyente empresario cercano al Presidente Trump, nació en Sudáfrica y se nacionalizó estadounidense apenas en 2002. A él sí se le hizo realidad con creces el llamado sueño americano que muchos anhelan.
Los padres del poderoso Secretario de Estado, Marco Rubio, emigraron de Cuba a la unión americana a mediados del siglo pasado. En México, el abuelo de nuestra mandataria Claudia Sheinbaum fue también un inmigrante que llegó de Lituania. Y así como éstos hay muchos casos. Entonces ¿por qué azorarnos?
México no sólo comparte más de tres mil kilómetros de frontera con Estados Unidos, sino también registra una añeja relación de cooperación y hermandad. Recordemos que durante la primera guerra mundial el Presidente de México Venustiano Carranza no permitió que Alemania se aprovechara de nuestra cercanía con USA (el famoso telegrama Zimmermann).
De igual manera, el mandatario Manuel Ávila Camacho rechazó tajante las indecorosas propuestas de Japón y Alemania, quienes durante la segunda guerra mundial pretendían atacar a nuestro vecino del norte a través de nuestro territorio, refrendando así México la amistad y solidaridad hacia Estados Unidos.
El Instituto Nacional de Migración (INM) en México tiene como objetivo instrumentar las políticas en materia migratoria bajo los principios de respeto y seguridad de las personas migrantes nacionales y extranjeras, con independencia de su situación migratoria durante su ingreso, tránsito y salida del territorio nacional, fenómenos estos últimos que en nuestro país se manifiestan como en ningún otro en el mundo.
Es verdad que el INM ha sido muy cuestionado en los últimos años, pero la alta responsabilidad que tiene de contener el flujo migratorio en nuestra frontera sur, puertos y aeropuertos, de verificar y controlar las estancias legales de los extranjeros en México, de dispensar alojo digno a los indocumentados en las múltiples estaciones migratorias, de asistir y proteger a los migrantes en situación de riesgo a través de los Grupos Beta, así como de proceder penalmente contra los traficantes de humanos, entre muchas otras, hacen que su operatividad sea ardua y compleja. Lo anterior me consta porque serví a esa dependencia de 1999 al 2001.
Afirmar que el Instituto no coadyuva con las autoridades norteamericanas es también una inexactitud, ya que otra de sus funciones, sólo por citar un ejemplo de la cooperación bilateral que tenemos con ellos, es la de localizar y posteriormente poner a su disposición a infinidad de fugitivos norteamericanos que se refugian en nuestro país, tal como las autoridades estadounidenses lo hacen con prófugos mexicanos.
Hoy día, el gobierno de los Estados Unidos se refiere a “expulsar” a los indocumentados, lo cual no me parece un término adecuado porque debe llamarse “repatriar”, y éstas repatriaciones deben ser ordenadas, seguras y apegadas a los derechos humanos de los migrantes, es decir, retornarlos respetuosamente en vez de expulsarlos como si fueran criminales o leprosos.
Y en estos procedimientos de repatriación masiva que está implementando la administración Trump, es prioritario llevar a cabo un análisis de cada caso en particular repito, el cual deberá realizarse por funcionarios migratorios y comisiones de derechos humanos de ambos lados de la frontera.
Es decir, que sería acertado que antes de cada repatriación consideraran, entre otros factores, los años que el migrante tiene residiendo en Estados Unidos, su comportamiento laboral y social, si tiene familia de la que separaría (esposa o hijos estadounidenses), dominio del idioma, estudios o habilidades que sean benéficas tanto para una parte como para la otra.
Ojalá que no los cuestionen acerca de sus preferencias sexuales, porque en caso de que el repatriado sea del grupo LGTBI estaría descalificado de inmediato, esto, debido a los dos únicos géneros aceptados por el gobierno de Donald Trump: hombre o mujer, y en pleno siglo XXI.
México y Estados Unidos comparten una misma región, aunque prevalecen dos conceptos de mundo, de vida y de cultura ajenos uno al otro, sin embargo, pese a esa otredad somos naciones hermanas. Una vez escuché decir: “más vale estar bien con un vecino, que con un amigo o un primo”.
Considero que el llamado de unidad que hoy nos hace nuestra Presidenta debemos aceptarlo sin regateo alguno, ya que, a través de nuestra historia, la desunión de los mexicanos es la que nos ha debilitado y hasta diluido territorialmente como nación.
No debemos espantarnos ante esta embestida en contra de nuestros hermanos migrantes, sino más bien encontrar un punto de equilibrio, hablando se entiende la gente. Recordemos que en ocasiones la forma es fondo.
Daniel Padilla Ramos
Hermosillo, Sonora, México
Abogado y autor de dos libros
@andanzasbook