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Un siglo de fidelidad, servicio y alegría, Don Emilio Palafox

Por Guillermo Moreno Ríos

Desde Granada, España hasta Hermosillo, pasando por Culiacán, Don Emilio Palafox recorrió un siglo entero con la fidelidad como bandera, el servicio como oficio y la sonrisa como huella. En sus cien años de vida, fue testigo de los comienzos del Opus Dei y protagonista discreto de muchas historias de fe en México. Nunca buscó ser centro de atención, pero iluminó a generaciones enteras.

Nació el 12 de julio de 1925 en un hogar donde la fe y la alegría familiar marcaron su infancia. En su juventud, mientras estudiaba en Valencia, conoció el Opus Dei y quedó profundamente conmovido por la idea de santificarse en lo cotidiano. En la Residencia de Samaniego, un espacio alegre de formación universitaria, se impregnó del espíritu transmitido por San Josemaría Escrivá. El 15 de junio de 1941 dio su “sí” a Dios, una decisión que marcaría cada paso de su vida.

Se doctoró en Ciencias Naturales y convivió con los primeros miembros de la Obra fuera de Madrid, aprendiendo de cerca del Fundador. Fue ordenado sacerdote el 1º de julio de 1951 y, semanas después, partió a México. Se convirtió en el segundo sacerdote del Opus Dei en llegar al país y dedicó el resto de su vida a esta tierra, con una entrega serena y fecunda.

Su primera misión pastoral fue en Culiacán, donde sembró alegría y fe en muchas almas. En 1977 llegó a Hermosillo, Sonora, donde permaneció casi cinco décadas, siempre discreto, siempre disponible. Entendía que la grandeza de una vida no está en lo que se acumula, sino en lo que se entrega.

Un encuentro que marcó mi vida

 La primera vez que lo vi fue cuando yo tenía nueve años, en un fin de cursos del Club Juvenil Cowri, en los campos de Sonora Industrial. En medio de juegos, concursos y cohetes, vi cómo otro niño pedía al padre, Don Gustavo Ruíz (su antecesor), que bendijera su cohete para que se elevara sin problema (algunos no volaban por problemas de ensamble durante semanas); el sacerdote, muy serio, le explicó que no debía jugar con eso. Entonces apareció Don Emilio, quien era nuevo en Hermosillo, y con gesto cómplice le dijo al niño: —Ven, le pondremos una bendición… así, chiquita.

Se volvió de espaldas como guardando un secreto, pero dejando que todos lo vieran. El niño salió corriendo feliz, muchos adultos rieron, recuerdo entre ellos al Dr. Jorge Castro, a Don Luis Acosta, Don Alberto Murray, Don Jorge Gómez del Campo y obvio a mi papá, entre otros más. Yo quedé marcado por esa mezcla de picardía y ternura. Desde entonces nació una cercanía que me acompañó toda la vida. Decía que yo era una “Pulguita”, tanto por mi baja estatura y mi espíritu inquieto y por ende “Don Pulga” a mi papá. En dos de mis momentos más difíciles de mi vida adulta, estuvo a mi lado, con una palabra de aliento, un perdón sincero y una mano que no soltaba la mía.

El hombre que construía almas

 En 2003 tuve el privilegio que aceptara colaborar en Revista INCIDE. Al proponerle una sección sobre valores, me preguntó con curiosidad:
—¿Y en una revista de construcción… dónde encajaría eso?

Fue así como nació su columna Camino, que durante quince años unió el lenguaje de la “obra” y la arquitectura con la construcción interior. Inspirado en título y frases del libro de San Josemaría Escrivá de Balaguer, hablaba de cimientos, estructuras y planos para explicar la vida espiritual y la importancia de edificar sobre roca firme. Sus textos se convirtieron en un espacio esperado por nuestros lectores.

El Padre Emilio tenía un don: hacía fácil lo imposible, convertía el arrepentimiento en esperanza y el dolor en una oportunidad para acercarse más a Dios. Nunca imponía, siempre invitaba; nunca juzgaba, siempre comprendía.

Su último viaje

 El 2 de agosto de 2025, memoria de Nuestra Señora de los Ángeles, participó en la Santa Misa, recibió la Sagrada Comunión y, en silencio, emprendió su último viaje. Así como vivió: en paz, con fe y con una sonrisa.

Hoy, Hermosillo, Culiacán, México entero y quienes recibimos su guía y afecto agradecemos a Dios por su vida. Nos deja el ejemplo de un “sí” renovado cada día, de la santidad hecha de cosas pequeñas y de la certeza de que, si uno se deja querer por Dios, Él hace maravillas. Descanse en Paz nuestro querido Don Emilio.