Viajar con el cuento sin perder el norte

El cuento fue el que me trajo a Sonora, además de la invitación de buenos amigos y el amor, todas razones de mucho peso. Busco generar preguntas, desatar risas, entablar diálogos entre y para quienes no tienen voz
Por Rosa Vilà Font
Siempre que cuento la historia de Celeste, la estrella marina, de Carmen Gil, la cual he narrado en más de doscientas ocasiones, es como si contara parte de la historia de mi vida y mis sueños. No es que me crea estrella, aunque suelo andar en las nubes; más bien es que, como Celeste, yo también tenía el firme propósito de viajar y conocer lugares lejanos. Las dos solemos ignorar algunos comentarios poco alentadores para poder alcanzar nuestras metas y así, dejar nuestro cielo natal y llegar al mar, en su caso, y a México, en el mío.
El objetivo de Celeste: brillar entre las olas, iluminar desde la profundidad marina. Mi deseo, seguir contando historias para que la que cuente y nos haga crecer y caminar a buen paso sea la imaginación.
Historias y mujeres como guías
Desde que mi abuela me contaba cuentos como parte del tratamiento de alguna enfermedad de la infancia, los cuentos han formado parte de mi universo y ella, mi abuela, mujer de campo y trabajo, que vivió una guerra y apenas pudo ir a la escuela, fue mi mentora, mi primera maestra en el arte de soñar mundos imposibles y en el ancestral, noble y necesario arte de contar historias de viva voz.
Aunque Mercè, mi abuela paterna, como tantas mujeres de su época y circunstancias, poco pensaba en cumplir sueños. No tenía deseos para su vida profesional, social y mucho menos familiar e íntima, éstos los dejaba para sus narraciones inventadas. Las protagonistas casi siempre eran niñas y mujeres con destinos trágicos. Nada sabía ella de los Grimm o de Andersen, sin embargo, sus heroínas sufrían las desventuras de amores tortuosos y trabajos forzados, mutilaciones, secuestros en nombre del amor o encantamientos frustrantes, como las protagonistas de las historias sin edulcorar de la tradición nórdica; aunque casi siempre, los personajes femeninos imaginados por mi abuela encontraban la manera de tocar la felicidad, gracias a su fuerza, inteligencia y talento.
En la niñez encontré otras guías para este arte de la vida y el cuento. Aurora, la maestra de primaria, que en la escuela rural donde aprendíamos a sacar cuentas, robaba tiempo a la geografía o a las ciencias para la lectura de aventuras fantásticas. Merendábamos pan con chocolate junto con Mark Twain, Oscar Wilde o Mary Shelley.
También estaba mi tía, lectora por intuición, amante de Agatha Christie, que siempre supo que sumergirse en el universo de la literatura puede hacer más llevadera una gris cotidianidad. O la maestra de secundaria, de carácter fuerte y formas rotundas, con la que descubrí la buhardilla de la casa de Ámsterdam de Anna Frank. También con esta profesora viajé a cumbres borrascosas, al universo de las emociones de Jane Austen o sufrí con Emma, esposa de ese médico mediocre, que soñaba con una vida diferente.
Tuve una infancia rica en amor, aire puro y contacto con la naturaleza, con enseñanzas prácticas, propias de una familia catalana tradicional. Familia de trabajo, de valores como la honestidad, la responsabilidad, la bondad, que tan bien me siguen haciendo, pero… ¿y los sueños, la aventura, los viajes, lo desconocido, romper las normas?
Mi casa era totalmente terrenal, no había espacio para espíritus ni realidades mágicas. Tal vez por este motivo me la pasaba inventando personajes, leyendo a la Allende, al Gabo y a la Fallaci; a escondidas, empecé a coquetear con el teatro y a desobedecer a mi madre. Mi madre, la mare, una mujer que siempre me ayudó a no perder el norte, aunque en el suyo no estaba tener una hija que viajara, que estudiara teatro y que no tuviera en su horizonte formar una familia convencional.
Y con el tiempo, muchas ganas y experiencias variadas en la maleta, del norte familiar y geográfico vine a parar al norte de este inmenso, complejo y fascinante país.
Historias y mujeres que inspiran
El cuento fue el que me trajo a Sonora, además de la invitación de buenos amigos y el amor, todas razones de mucho peso. Los cuentos me dieron la oportunidad de conocer el interior de un centro penitenciario y el de muchas personas que conviven en tan singular espacio. Pasé mis primeros meses en Hermosillo escuchando historias reales de sufrimiento, injusticia, soledad, violencia y superación…, historias reales de mujeres y hombres que bien podrían ser parte de la trama de conmovedoras ficciones.
En Sonora he conocido maestras dedicadas, que luchan contra viento y reformas educativas; mujeres ecologistas, activistas por los derechos de las personas y de los animales, mujeres empresarias, doctoras que trabajan con el corazón, actrices, cocineras, buenas, libres, pero también mujeres oprimidas que inconscientemente siguen perpetuando la cultura machista. Todas ellas mujeres en el plano de la realidad que me inspiran y a las que admiro.
De la mano de la literatura y la imaginación viajo con personajes inspiradores, como Láctea, una vaca que quiere ser cantante; Calabra, una caza palabras profesional; Marie Curiosa, la científica que combate el poder maquinal con poesía, o Martina, una niña que no le tiene miedo a ser diferente. Con ellas intento cada día motivar a niñas y niños de todas las edades en la cultura de la paz, el respeto a las diferencias, el gusto por la investigación, por la lectura y el análisis. Busco generar preguntas, desatar risas, entablar diálogos entre y para quienes no tienen voz.
Y es que soy más de contar historias de científicas, revolucionarias, heroínas, que de princesas rosas. Tiene rato que descubrí que los príncipes azules destiñen y que no todos los finales son felices.
Como ven, y hablando de príncipes, en esta historia los personajes masculinos no son protagonistas, en la agenda del día y en esta nota, rige lo femenino y plural.
Podría enumerar a algunos hombres que me indignan, otros que me irritan, que me avergüenzan… pero preferiría contar de la larga lista, infinita creo, de los grandes, generosos, admirados y queridos hombres que por lo que cantan, escriben, actúan y acompañan, los necesito cerca para seguir manteniendo el norte. Pero sobre ellos ya hablaré otro día.
*Rosa Vilà, actriz y cuentacuentos; Twitter: @vilafontr; www.rosavilafont.com.mx