Estar en su lugar, un inicio para cambiar
Por Alberto Maytorena/
Alfonso Arvayo Zatarain, “Poncho” para los amigos, ha estado desde siempre en silla de ruedas, al nacer le fue detectado un tumor que le imposibilitó el uso de sus piernas. Durante ocho años fue a terapia física para poder adquirir fortaleza suficiente en brazos y piernas.
“Estudié la Licenciatura en Biología con la especialidad en Biotecnología; Maestría en Ciencias en el área de Nutrición trabajando con Biología Molecular y ahorita estoy estudiando el Doctorado en Ciencias: Polímeros y Materiales”, comenta Poncho, como si recitara una lista de víveres.
La casa de Poncho estaba desprovista de adornos como mesas de centro y floreros, eso facilitaba con creces el desplazamiento de Poncho. Los únicos desniveles estaban en la entrada del domicilio, sin embargo los adaptaron para que fueran rampas y permitieran que la silla de ruedas entrara con mayor facilidad a la casa.
A pesar de su habilidad en la silla, Poncho admitió tener dificultades para circular en las calles de la ciudad, sobre todo en el centro, sin embargo también reconoció que ha habido una mejora en ese aspecto de unos años a la fecha, aunque aún están lejos de ser como en Estados Unidos, donde puede andar él solo a sus anchas.
La discapacidad de Poncho no lo limita en lo más mínimo, hasta pareciera que nutre sus objetivos personales. Al preguntarle por sus aspiraciones, Poncho dio una respuesta tan tranquila que casi pareció redundante el preguntar; desde la preparatoria, Poncho tiene una meta muy clara y esa es impedir que Octavio Paz se quede solo como el único Premio Nobel del país.
Dificultades sobre ruedas
Cualquiera puede terminar postrado a una silla de ruedas. Independientemente del motivo, este hecho tendrá un profundo impacto que cambiará drásticamente el estilo de vida de la persona involucrada, sobre todo en una sociedad diseñada casi de forma exclusiva para las personas que gozan de un cuerpo completo y tienen total control sobre él.
Con las palabras de Poncho en mente, decidí montar una silla de ruedas para entender un poco mejor las dificultades que afrontan los discapacitados en su vida cotidiana decidí montar una silla. Imaginemos que soy un trabajador con una familia qué mantener, sufrí un accidente y quedé paralizado de la cintura para abajo y, sin tiempo qué perder en terapias, debo readaptarme con rapidez a mi trabajo o me despedirán… ¿Qué me espera al salir todos los días a mi trabajo? Por no decir mi propio hogar.

Es por eso que decidí llevar a cabo este ejercicio en dos sectores principales: mi casa y los alrededores inmediatos a mi hogar. Cabe mencionar que nunca me había subido antes a una silla de ruedas, pero aprender a usarla es un proceso tan instintivo que no necesita adiestramiento alguno, por ello la experiencia se gana con facilidad. Sin más preámbulos, relataré mi experiencia.
No hay forma mejor de percatarte que almacenas un montón de cosas innecesarias hasta que recorres tu hogar usando una silla de ruedas. Ni siquiera pude entrar a la cocina, y aún si lo hubiera conseguido, probablemente no habría hecho gran cosa: todo estaba muy alto.
Con sólo recordar lo impredecibles que pueden ser las gotas de aceite caliente cuando saltan, la idea de freír un huevo se me figuraba una hazaña de proporciones épicas. Pensar en prepararme comida me quitó el apetito.
El baño también fue un problema. El acceso queda atravesando un pasillo muy estrecho que restringió mi movimiento, eso sin contar que el mismo baño no está diseñado para que alguien entre con una silla, asumo que con muletas sería más sencillo.
Adiós a tender la ropa por mí mismo.
Conclusión: salvo pequeños detalles de reacomodo y ciertos ajustes para el acceso de la silla, no representa mayor reto desplazarse por aquí.
Cómo ir al parque puede convertirse en una odisea
Después de probar cómo más o menos sería mi vida usando una silla de ruedas en un entorno controlado como lo es mi hogar, decidí ver qué me podía esperar del mundo ahora que dependía de una silla para desplazarme. Intenté ir al parque frente a mi casa.
En ese momento, parado frente a la orilla al barranco de quince centímetros que separaba el piso de mi sala y el patio delantero, una desagradable realidad se hizo más clara: siempre hay un desnivel. Si me hubieran preguntado en aquel momento con qué símbolo asociaba el desarrollo de la civilización moderna, yo hubiera respondido “el escalón”. Fácil.
Una vez salí, noté cómo los dos perros callejeros que me saludan afectuosamente todos los días, Chapo y Manchas, ahora me miraban con duda, como si fuera un desconocido. Manchas incluso me ladró en señal de amenaza.

No obstante, después de olfatearme supieron que se trataba de mí y me trataron con la efusividad cotidiana, sin embargo no puedo decir lo mismo por los demás perros de mi cuadra, quienes me seguían con ojos desconfiados y ladridos intimidatorios.
Recordé que el parque tiene dos rampas en la parte oriente, seguramente podría acceder por ahí… eso si alguno de los canes no decidía hincar sus colmillos en mi pierna. No me hacía gracia tener que vérmelas con el colosal terrier del vecino.
Para mi mala fortuna, la acera de mi colonia es tan estrecha e irregular que no tenía sentido circular por ella, ni siquiera a pie se puede andar por ahí, es por ello que decidí tomar la calle. Como el pavimento no era del todo uniforme, transitar por ahí tampoco resultó sencillo.
Quién diría que mi aventura al parque terminaría a escasos veinte metros de empezar. Llegué hasta un tope que los vecinos de la colonia diseñaron sin ver las especificaciones necesarias que un tope debe tener, y el cual fui incapaz de sortear.
Había otro camino que podía tomar, pero además de que tendría qué recorrer la mayor parte del perímetro del parque, también pasaría por una calle muy transitada, sin banquetas, y que además tenía otro tope.
Conclusión: imposible circular por mi propio vecindario en silla de ruedas.