Por Imanol Caneyada /
A tres años de aprobada la Ley cinco de junio, aún carece de reglamento; al aprobarla, sin consultar a los padres de la guardería ABC, los diputados cambiaron de 500 a 100 metros la distancia entre una guardería y un negocio de riesgo
Ni el horno en el que se convirtió la tarde del pasado domingo 5 de junio ni el paso del tiempo ni la desidia ni la indiferencia impidieron que miles de hermosillenses marcharan desde la Guardería ABC hasta la plaza Emiliana de Zubeldía un año más; y ya son siete desde entonces, desde que ese viernes se irguiera una columna de humo negro en el sur de la ciudad, para advertirles a quienes levantaron la vista de que una de las peores tragedias de las que hay registro en la historia de México se ceñía sobre nosotros para marcarnos para siempre.
Siete años desde entonces, y en cada aniversario, como si fuera una cita ineludible con nuestra vergüenza, unos pocos miles de ciudadanos hermosillenses nos recuerdan que todavía existen cosas como la dignidad y la memoria; sobre todo las de los padres de los 49 niños, que no bajan los brazos en su lucha pacífica pero sin desmayo; porque una especie de juramento los alienta a seguir sin importar el cinismo de quienes nos gobiernan, su repulsiva impunidad, su celebrada corrupción: aunque nuestros cuerpos se derrumben, dicen, seguiremos hasta encontrar justicia.
Dignidad y memoria, vaya combinación para una tarde infernal que quiso disuadir a la gente de uno de los pocos compromisos que nos queda en tanto ciudadanos, y que nos permite vernos a los ojos sin sentirnos tan apabullados por esta realidad moldeada por los sinvergüenzas a los que les damos el voto.
Cada uno de estos años, cuando las fotos de los niños calcinados marchan en manos de sus familiares, los gritos de justicia llenan la ciudad y consignas como la de “cinco de junio, ni perdón ni olvido” salen de las miles de gargantas de los hermosillenses, me ha dado por pensar un momento, tan sólo un momento, que alcaldes, gobernadores, diputados, fiscales, jueces, en fin, a todos los monigotes de los que depende que verdaderamente algo pase, se les conmueve el corazón y deciden dejar de ser tan ignominiosos para, por una vez, realmente actuar a la altura de sus investiduras.
Es sólo un momento, luego, los hechos me regresan a esa sensación de impotencia y coraje que embarga a quienes caminan rumbo a las escalinatas del Museo-Biblioteca de la Universidad de Sonora.
Hecho número uno: a pesar de haber sido aprobada el mes de junio de 2013 la Ley cinco de junio, el reglamento no ha sido elaborado aún. En tres años ninguno de los zánganos que nos han gobernado y gobiernan ahora se ha podido sentar a hacerlo. Sin reglamento es difícil, incluso imposible, aplicar cualquier ley.
Hecho número dos: a pesar de que fue un proyecto de ley impulsado y diseñado por el Movimiento 5 de junio, los diputados, sin consultar con los padres de familia, cambiaron la distancia a la que debe estar cualquier negocio de riesgo de una guardería de 500 a 100 metros.
Hecho número tres: ni el nefasto Guillermo Padrés en su momento, así lo calificaron los padres de familia al leer el comunicado final en la escalinata del Museo Biblioteca, ni la actual gobernadora Claudia Pavlovich han impulsado de manera decidida la construcción del memorial en los terrenos de la guardería ABC que desde hace años solicitan los familiares de las víctimas del incendio.
Hecho número cuatro: la PGR, al calificar de culposo el homicidio, a espaldas de las víctimas, traicionando a las víctimas, exculpó a los acusados de la gravedad del delito, obligando al juez a pronunciarse sobre esos términos.
Hecho número cinco: si bien los padres de las víctimas del incendio se mostraron de acuerdo con las sentencias que el pasado mes de mayo dictó el Juzgado Primero de Distrito, no lo están en el hecho de que hayan alcanzado fianza y en el hecho de que falten nombres por juzgar: Eduardo Bours, Daniel Káram y todos los dueños de la guardería.
Así que con el conocimiento de estos hechos y el dolor y la rabia aún vivos, los miles de hermosillenses escuchan en las escalinatas el pase de lista con el fondo del fúnebre redoble de tambor de la Banda de Guerra, integrada por alumnos de la primaria Heriberto Aja y el Colegio Larrea; serios, solemnes, comprometidos, hacen sonar el tambor 49 veces.
No debieron morir.
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