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Asesinato de Álvaro Obregón, 1928… Relato del juicio histórico de Toral y la Madre Conchita

Por Héctor Rodríguez Espinoza/

En México, los juicios penales carecían del dramatismo que tienen en otras naciones, públicos y orales. Aquí resolvía un juez o tribunal colegiado y no un jurado que escucha pruebas y argumentos de las partes. Los juicios eran opacos, burocráticos, sin espectacularidad, despertaban poco interés y no inspiraban películas o programas de TV.

La reforma constitucional penal de 2008 crea el sistema acusatorio y oral, pero sin Jurado popular, que ayudaría al Estado “a ganar la guerra al crimen organizado”. Su vigencia plena se inició el pasado 18 de junio. Tras las experiencias en Chihuahua, Oaxaca, Nuevo León ¿valdrá la pena?

Casos famosos

El primero fue el de José de León Toral y de Concepción Acevedo de la Llata, la Madre Conchita, en 1928, juicio histórico público, oral y con jurados, durante la Guerra Cristera, una de las más sangrientas de la Historia de México, en la cual —tres años— murieron cerca de 50,000 mexicanos.

El segundo fue el de María Teresa Landa “La Viuda Negra”, en 1929, último en el país; su proceso lo sacudió, la sala de la cárcel de Belén fue insuficiente para el público que quería estar allí, presenciar el enjuiciamiento de la Venus mexicana, del ángel caído, de la primera Miss México de la historia. Medio millón de oyentes siguió por la radio los pormenores. Se colocaron transmisores en la calle de Humboldt y en Avenida Juárez para que los transeúntes lo escucharan. La gente se arremolinaba. Vendedores de tortas, refrescos, helados, muéganos, chicles y chocolates acudían a ofrecer sus productos.

Gral. Álvaro Obregón

Ya sin oposición, en las elecciones de julio de 1928 resultó triunfante en ese tiempo se habían llevado a cabo varias reuniones secretas para lograr la paz, con los obispos en el exilio y sus representantes, pero sin resultados concretos. Para festejarlo, se ofreció un banquete en el restaurante La Bombilla, en San Ángel, ciudad de México, el 17 de julio. Acudió, haciéndose pasar por caricaturista, José de León Toral, de 27 años, (Matehuala, S.L.P. 1900-1928), miembro de la ACJM y de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, creía tener la misión divina de eliminar al tirano y restaurar el reinado de Cristo. Se aproximó al homenajeado y mientras con una mano le mostraba el retrato que le había hecho, con la otra le descargaba su pistola en la cabeza.

El asesinato ha sido objeto de varias conjeturas hasta la fecha sin conclusión: Toral dijo que obró solo, pero hay quienes atribuyen la autoría intelectual de Calles y Morones por el distanciamiento del presidente electo con la CROM.

A la Madre Conchita se le recuerda de tipo distinguido, alta, esbelta, de facciones agradables (Querétaro 1891-DF 1979), desde los 17 años se dedicó a la vida religiosa, ingresó a los 19 a la Orden de las Capuchinas Sacramentarias. A partir de 1924 fue superiora del convento de las “Hijas de María”.

Durante la persecución religiosa, ella y sus subordinadas tenían que cambiar frecuentemente de domicilio en virtud de haber sido denunciadas por ser religiosas y vivir en comunidad.

Conoció en marzo de 1928 a Toral, quien acudía a la casa del Chopo 133, al igual que muchas otras personas a oír misa, comulgar, etc.

En ocasiones tuvo pláticas con José de León sobre cuestiones religiosas. En una él relató que comentaron que para solucionar las cuestiones religiosas debían morir los generales Calles, Obregón y el Patriarca Pérez, de la iglesia cismática. Ella dijo no recordarlo, ya que trataba por igual con muchas personas sobre los más diversos temas; la plática fue utilizada como «prueba» para ser acusada como instigadora y autora intelectual del asesinato.

El 18 de julio de 1928 fue aprehendida, interrogada y, a base de tortura —se dice—, intentaron hacerla confesar, siendo inútil, y ya con la salud muy quebrantada debido a los continuos maltratos.

José de León Toral en prisión

Durante el interrogatorio resultó implicada la “Madre Conchita”, en cuya casa se efectuaron varios movimientos y reuniones de la Liga.

El proceso fue iniciado el 2 de noviembre de 1928, en contra de ambos, por el crimen. Se dice también que estuvo plagado de anomalías, incluyendo un intento de linchamiento de ella por seguidores de Obregón, resultando con una pierna fracturada y lesiones graves en la columna.

En el Tribunal. Juicio por Jurado popular de extracción Moronista (fragmentos)

Jurado escoltado por la policía.

-Toral: Humberto Pro fue mi compañero desde 1920; se quedó en mi empleo desde que yo salí; él era capitán de un equipo y yo de otro. Se unieron, porque faltaban elementos a ambos, y él me dejó a mí el lugar de capitán, y quedó él de subcapitán… Yo fui a la casa el mismo día que lo llevaron ya muerto; estuve mucho rato viendo el cadáver de Humberto… (El asesinato de Obregón) yo lo considero exclusivamente como un fruto de su muerte.

…Llegué alguna vez a imaginarme esto: que si estuviéramos en otro mundo, o si la otra vida fuera, como por ejemplo, Europa, y le pudiera ir a decir amigablemente al señor Obregón: “Mira, las cosas no se arreglan aquí, sino dejando de estar usted. Vámonos a Europa, yo me comprometo a acompañarlo; allí tengo un amigo que nos dará todo lo necesario, que nos tendrá en un palacio, en fin, el único sacrificio para usted es dejar a México y su esposa y no volver a saber de ellos, pero allá vamos a estar muy bien; yo me ofrezco a acompañarlo para que no esté solo, para que ni siquiera el viaje lo haga solo”.

…De manera que yo le pedía a Dios esto: “Que se salve; muévele el corazón… que uno de mis balazos le toque en el corazón, y que ésta sea la señal de que se ha arrepentido, de que Tú le has tocado y le has perdonado”.

Cuando supe que dos de mis balazos le dieron en el corazón, fue una impresión la que tuve hermosísima…

…Se estaban disparando todavía tiros cuando oí “no lo maten, no lo maten”.

…Yo andaba en esas actividades, me dedicaba todo el día; no era difícil que cualquier día me cogieran, me mandaran a las Islas Marías o me mataran. Eso le decía a la madre Conchita y no se imaginaba otra cosa de mí.

…En la mañana de ese día, acabaron de apresar a mi papá: mi mismo padre me lo criticó. Estuvo llorando allí y me dijo: “Pero ¿qué es esto? ¿Qué sucedió?” y después, comentando ya con otra persona, decía: “No puede haber obrado solo, alguien lo indujo, dilo todo, ¿qué ganas con ocultarlo?”

Defensor Sodi siembra la sospecha

-Sodi: Una última pregunta. Usted declaró ayer que el primer disparo al señor Obregón lo había hecho de esta forma. Siéntese usted, porque quiero reconstruir el hecho. Hágame usted el favor de sentarse. (El acusado se sienta). Usted declaró que llegó usted cerca del señor Obregón; que le enseñó usted por el lado derecho…

-Toral: Sí señor; y con la derecha.

-Sodi: Con la derecha. ¿Así se lo enseñó usted?

-Toral: Sí, Señor.

-Sodi: El señor Obregón había sido mutilado en una batalla memorable, en Celaya; le faltaba, por lo mismo, el brazo derecho.

-Toral: Sí señor.

-Sodi: ¿De manera que usted se acercó al general Obregón del lado que estaba mutilado?

-Toral: Sí, señor.

-Sodi: Por eso el señor Procurador insistía en decir que la ventaja de usted era inmensa, recalcando ese hecho en que el señor Obregón era un mutilado glorioso y que tenía un brazo de menos. Bueno, le enseña usted entonces el dibujo que había usted formado. Dijo usted ayer que violentamente se pasó el dibujo de la mano derecha a la izquierda.

-Toral: Sí señor.

-Sodi: Entonces, mete usted la mano a la pistola, dispara usted al señor Obregón a la cara…

-Toral: Sí, señor.

-Sodi: ¿Cómo es entonces -punto que tenemos que aclarar- que el proyectil entró del lado contrario y salió por aquí? Porque usted, si disparó en esta forma, debió haberlo herido en la mejilla derecha, ¿no es así? O en el cuello o en la parte derecha; y aparece herido por este lado y el proyectil por aquí. ¿Está usted seguro de que usted disparó en esa forma?

-Toral: Sí, señor.

-Sodi: ¿Completamente seguro?

-Toral: Sí, él volteó a ver…

-Sodi: Como éste es un punto de importancia, porque se refiere no sólo a la forma en que se cometió el delito, quiero averiguar una cosa. No conozco el proceso, señor Juez, porque a usted le consta que no he intervenido en él en forma alguna. Deseo saber lo siguiente: ¿Hay dictamen de peritos balistas?

-Juez: Que la Secretaría informe.

-Secretario: No.

-Sodi: En un homicidio de comisaría se nombran peritos balistas, y cuando se mata a un hombre notable, cuando se mata a un Presidente electo, es extraño que no aparezca dictamen de peritos balistas, cuando era absolutamente necesario. Quede constante, pues, que este proceso es profundamente deficiente, y la deficiencia, especialmente, se le debe atribuir a quien ejercita la acción pública, al señor Procurador de Justicia (murmullos).

-Procurador: Si los peritos no promovieron el dictamen de los peritos balistas fue porque ellos no lo consideraron necesario, aparte de que la Procuraduría tampoco lo consideró necesario, ya que no hay ningún dato, ningún detalle que pueda venirnos a cambiar las declaraciones de Toral… Ya acaba de decir Toral que no se dispararon más (proyectiles) que los que él mismo disparó.

-Sodi: Este proceso, como dijeran los romanos, es una carga de siete camellos… y entre la venganza del que persigue y la caridad del que defiende, no hay más que el juicio de la conciencia… El señor Presidente de los Debates fue a dar fe del cadáver. El señor Presidente de los Debates, juez instructor de la causa, lo hizo con mucha acuciosidad y con mucho cuidado. Dijo hasta lo que olvidaron los médicos, esto es, que era manco el señor Obregón. Los señores médicos no vieron que era manco, y el señor Juez sí lo dijo, con el acta descriptiva de fe del cadáver. Y todavía más: el señor Juez dice —allí está el dictamen— heridas de seis, siete y ocho milímetros. Luego entonces, si todas las heridas no eran del mismo calibre, se imponía el nombramiento de peritos balistas para que dijeran cómo el cadáver del señor Obregón tenían los proyectiles de entrada, de seis, siete y ocho milímetros.

-Procurador: Soy enemigo de los incidentes en los que se pierde tiempo, como es éste… El Lic. Sodi quiere lanzar, malévolamente, no retiro la palabra, señor defensor, la tesis de que el señor general Obregón no fue muerto a manos de León Toral.

-Sodi: No dice eso la defensa.

-Procurador: No crea el señor Lic. Sodi que ignoro, como no ignora nadie de los que están aquí presentes, las muchas y malévolas, perfectamente canallescas, versiones que se hicieron acerca de la muerte del señor general Obregón, y por eso estamos aquí, para decir la verdad, pero no para repetir esas canallescas imputaciones que se han hecho. (Aplausos)

-Presidente: Se suspende la audiencia para continuarla mañana, a las nueve de la mañana.

-Ortega: ¿Usted cree a la Madre Conchita, una mujer superior en inteligencia, en instrucción, en su fe religiosa, en la ejemplaridad de su vida?

-Toral: Como no.

-Ortega: ¿La ve usted como algo muy superior a usted?

-Toral: Ya lo creo.

-Ortega: ¿La visitaba usted cuando estaba en la calle del Chopo, dos o tres veces por semana?

Toral.- Sí, señor.

Madre Conchita

-Presidente: Usted naturalmente no estaba conforme con el estado de cosas relativo a la religión.

-Acusada: Sí estoy conforme, porque creo que es una prueba de Dios y Dios lo manda.

-Acusada: (En mi convento) Reuniones sediciosas no las hubo nunca, lo niego.

-Presidente: Si no era sediciosa una reunión en la cual se daba a una persona un veneno para que fuera a matar al Gral. Obregón…

-Acusada: …Fue una casualidad que otros elementos que como digo, desarrollaban otras actividades, hubieran entrado a mi casa…

-Presidente: Una casualidad que se repetía con mucha frecuencia.

-Acusada: No, señor.

-Presidente: ¿Era una casualidad que usted viera fabricar bombas?

-Acusada: No las veía.

-Presidente: Pero lo sabía.

-Acusada: No, señor.

-Presidente: Pues de acuerdo con algunas declaraciones que hay, usted aparece mezclada en esto.

-Acusada: Pero en las actividades de ellos yo no estuve.

-Presidente: Y solamente cuando vieron a usted ya cambiaron; cuando estuvieron solos dijeron la verdad. Porque es extraño que rindan una declaración en la Inspección de Policía, y que aún la ratifiquen delante del señor Juez, donde tenían todas las garantías que la ley señala y que, sin embargo, hayan cambiado delante de usted de opinión.

-Presidente: ¿Para qué iban los hombres al convento? Podían haber ido a buscar otra casa para sus reuniones.

-Acusada: Tendrían en otras más miedo que en la mía.

-Presidente: ¿Cómo no se acordó de disuadir a Toral de matar al general Obregón?

-Acusada: ¿Cómo puedo disuadir a una persona de lo que no me ha dicho que trata de hacer? ¿Cómo podría decirle a su Señoría que no se meta de monje, si no tiene pensado hacerlo?

(Risas)

-Procurador: Cuando fracasó el intento de Celaya, usted empezó a preparar suficientemente a José de León Toral.

-Acusada: Voy a prepararlo a usted para que sea sacerdote.

-Procurador: Cuando yo vaya a buscar su consejo, podrá usted hacer de mí.

-Procurador: …Desde antes de ser aprehendida usted, ya tenían previsto que usted iba a venir a la cárcel como responsable del homicidio del general Obregón.

-Acusada: Pues señor, no entiendo la pregunta.

-Acusada: Y tanto que diré otra cosa, aunque me dé mucha vergüenza. Me dijo el señor procurador que él se guardaría esto, pero desde el momento en que él no guardó lo del sello, no estoy en la obligación de guardar lo otro. Me dijo que era yo la querida del general Cruz

-Gay Fernández: ¿Y ese es el caballero que empeñaba su fe? (Aplausos y siseos).

-Acusada: Por favor, no aplaudan, que aquí los aplausos sólo se permiten cuando se tributan al señor procurador.

-Presidente: Señorita: no le corresponde a usted dirigir a los concurrentes.

-Procurador: Para usted no hay delitos.

-Acusada: Sí hay delitos.

-Procurador: Pero todo es voluntad de Dios.

-Acusada: Porque hay cosas que Dios manda y cosas que Dios permite.

-Procurador: Al grado que hubo un momento en que la Mitra le mandó a usted que cambiara de casa, porque usted ponía más de su voluntad, para la Mitra, que la voluntad de Dios.

-Acusada: Esas cosas creo yo que no las van a juzgar aquí.

-Procurador: Pero es un dato por el cual sabemos que usted iba contra sus superiores en la religión que usted profesa, hacía algo que ellos juzgaban perfectamente contrario a sus intereses.

-Acusada: No obré nunca contra mis superiores, jamás.

(Alegato del C. Lic. Fernando Ortega, defensor de Concepción Acevedo y De la Llata)

Orcí Vs. Sodi

-Procurador: …Yo quisiera, respetando también la apreciación muy personal, del señor licenciado Sodi, que quiere colocar en un pedestal al asesino para arrodillarse ante él, nos aclarara usted los hechos diciéndonos si hubo algún otro disparo o tuvo usted la menor duda… de que haya sido, persona distinta de José de León Toral, el asesino material del general Obregón…

-Orcí: Esa duda que insinuó el señor licenciado Sodi, yo creo que es un absurdo, pero en la realidad de los hechos y en el señor licenciado Sodi, personalmente, es una infamia… yo tenía al señor licenciado Sodi en buen concepto, desgraciadamente veo que es un hombre al que le gusta la “pose”, y que viene a hablarnos de un valor civil que no tuvo cuando lo debió haber tenido… (Aplausos).

-Sodi: Yo estimo al señor Juez como una persona honorable, y el señor Juez fue a dar fe del cuerpo muerto… al dar fe de las heridas, hace constar que tenían diferentes tamaños los orificios.

-Orcí: …Usted sabe cómo se levantan esas actas, las levantan los secretarios midiendo con los dedos… cuando hay cien testigos presenciales y el asesino confiesa su delito, y cuando la Ley no exige como requisito esto, es hasta ocioso…usted mismo tiene la convicción de que Toral fue el asesino.

-Sodi: Tan era necesaria que en el acta de la Inspección de Policía se hace referencia al cargador de la pistola, y sin embargo, no se indica nada sobre los proyectiles que se recogieron. ¿Por qué no se nombró perito balista?

Castro Balda

-Presidente: ¿Visitaba usted con frecuencia la casa de la señorita Concepción Acevedo de la Llata?

-Castro balda: No a ella, sino que visitaba a otro: al Santísimo que se encontraba allí.

-Presidente: Usted la ayudó a trasladarse a la casa número 133 de la calle del Chopo ¿verdad?

-Castro Balda: Sí, señor.

-Ortega: ¿Poco tiempo después tomó usted la casa número 137, no?

-Castro Balda: No poco tiempo, bastante tiempo después, aprovechando el precedente de confianza que tenía yo con el dueño de la casa, para que me fuera facilitada sin contrato.

-Lic. Taracena: Dígame, Señorita Rubio, ¿usted supo, por Castro Balda, que estuvo éste haciendo bombas destinadas para varios edificios?

-Srita. Rubio: No, Señor: Yo supe realmente esto el día en que las colocó en la Cámara de Diputados, por él mismo.

-Taracena: ¿Ese mismo día?

-Srita. Rubio: Sí, Señor.

-Taracena: ¿Qué le dijo a usted ese día?

-Srita. Rubio: Que las había colocado en unión de Manuel Trejo.

-Taracena: Usted, señorita, ¿ofreció su casa a Trejo?

-Srita. Rubio: No, señor… Cuando Jorge Gallardo fue a decirnos que deseaba alojar a Manuel Trejo en alguna parte, porque estaba perseguido, entonces fue cuando se nos ocurrió ver a la señora Altamira.

-Taracena: Pues yo pienso de manera distinta. Yo creo que dadas las circunstancias de que usted conoció a estos individuos en la casa de la señorita Acevedo, y que estos individuos tenían íntima relación con un primo hermano de usted, personaje central de todos estos acontecimientos, Carlos Díez de Sollano, etc…

-Srita. Rubio: (interrumpiendo) Yo lo ignoro.

-Taracena: ¿No es primo de usted?

-Srita. Rubio: Sí, señor.

-Taracena: ¿No llegaba él a la casa de la señorita Acevedo?

-Srita. Rubio: Sí, señor. Digo que yo ignoraba esa amistad íntima entre ellos.

-Presidente: ¿José de León Toral la presentó a usted con ella (la madre Conchita)?

-Vda. de Altamira: Sí, señor.

-Presidente: ¿Y qué impresión le causó a usted?

-Vda. de Altamira: Magnífica… Entonces me dijo Pepe: y hoy es la primera vez que la conoces, la segunda te gustará más, y así cada vez que la trates a fondo, verás lo que vale y lo buena y santa que es.

-Topete: León Toral estaba demacrado, deprimido completamente, casi no hablaba, y al encontrar a la madre Conchita se iluminó y se volvió locuaz, como consta a los agentes de la reservada Meneses y Quintana, y se volvió un papagayo, y la madre Conchita con los ojos permitía que hablara Toral.

-Mayoral Pardo: …Yo quería señalar, como punto preciso, concreto y terminante, esto: que en La Bombilla absolutamente no hubo más disparos, sino los hechos por el asesino… (Y lo digo porque…) en una de las extras que se publicaron esa misma tarde, se decía que después de consumado el cobarde asesinato del general Obregón, había habido una balacera que puso en peligro la vida de todos los que concurrían a la comida.

-Del Palacio: ¿Se ha dado cuenta usted (le pregunta a Castro Balda), de que en este proceso todas las personas que han intervenido, no llegan a los treinta años?

-Sodi: Este Jurado tiene una alta significación; lo que se diga en este Jurado, las finalidades que se persiguen en él, las consecuencias a que nos lleven, son de trascendencia muy honda para la República… sería completamente estúpido de parte de la Defensa pretender buscar intervención de manos extrañas en aquel momento álgido en que fue muerto el señor general Obregón. Sería un dislate jurídico y un procedimiento de abogado, tan torpe, que no se le puede ocurrir al leguleyo más atrasado de nuestros Tribunales.

-Lic. Ezequiel Padilla: …En la sesión 15 del Concilio de Constanza —celebrado desde octubre de 1414 hasta abril de 1418— fueron declarados heréticos los que atentaran contra la vida de los gobernantes supremos… Y en el Concilio de Basilea se declaran, igualmente, fuera de la iglesia, a los asesinos de príncipes y gobernantes… El 8 de junio de 1610, el general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Aquaviva, dicta una ley conforme a la cual… se prohíbe a todos los religiosos afirmar públicamente o en secreto, de palabra, por escrito o de cualquiera otra manera, que fuera lícito y agradable a Dios matar a reyes, príncipes o gobernantes… Después de cometido el crimen, la Santa Sede inmediatamente condenó y desautorizó el delito; y aquí, el obispo de San Luis, se apresuró inmediatamente a decir que era en contra de la doctrina cristiana lo que había cometido León Toral con su incalificable asesinato. Y al referirse a la señorita De la Llata, dijo que no era de extrañarse su mala acción, pues descendía de padres locos… yo en esta mujer miro que hay un demonio dentro de ella (Aplausos)… ¿Qué pensaría esa máquina infernal… qué pensaría la madre Concha, si de pronto pintáramos en un hermoso lienzo, hermoso por el pincel que lo hiciera, a Jesucristo guiándolos de la mano, para cometer el asesinato de un hermano?

(Nutridos aplausos)

-Juez: Estando redactada la sentencia, se procede a dar lectura al fallo.

-Secretario: (Lee la sentencia de los dos acusados).

-Juez: Se levanta la audiencia. Las partes tienen cinco días para apelar.

Defensor García Gaminde. Nos reservamos el derecho.

-José de León Toral: Señor juez, con permiso de usted…

-Juez: (Interrumpiendo) Ya se ha suspendido la audiencia.

-José de león toral: En lo particular entonces, señor Juez.

-Juez: Será después.

(Termina el sensacional Jurado a las 16.58 horas)

Veredicto, ejecución y legado histórico

El jurado: Nueve ciudadanos fueron insaculados como jurados. Los debates fueron presididos por el juez Aznar Mendoza y ante una multitud, incluyendo familiares de los acusados y connotados obregonistas que se dieron cita a las audiencias.

Toral confesó su crimen: tenía la idea de matar a Obregón desde 1922 o 1923 por sus agravios contra la Iglesia católica: «Jamás pensé en que fuera yo o alguna otra persona conocida mía del que se valiera para ello: sólo pensaba que el que falta a la ley o mejor: el que con la espada mata a espada muere». Contó la influencia de la “Madre Conchita”, en cuya casa se efectuaron movimientos y reuniones de la Liga, para convencerlo de que era necesario matar a Obregón y Calles; que fue torturado por la Policía, lo que crispó el ambiente al relatar los pormenores. Un grupo de diputados escandalosos invadió el salón, demandando su muerte y de la abadesa.

Los argumentos del defensor, abogado Demetrio Sodi, fueron: «Yo desearía en estos momentos purificar mis labios con los carbones de Isaías, para que de ellos no saliera lo que no fuera verdad, porque la verdad es justicia […] Señores, a todos ustedes les consta que fui cruelmente insultado en las audiencias y que me hicieron los más duros vejámenes para mi dignidad de abogado y de hombre». Afuera del tribunal se oían gritos de «viva Obregón», «muera Sodi» y «muera Toral». Pero continuó: «Lo que pasó no es por cierto un crimen vulgar, sino una de aquellas tragedias esquilianas que nos presenta el arte griego. El general Obregón, al caer, sonrió como saludando a la muerte»; habló de la historia romana y del asesinato de Julio César. No negó la culpabilidad de Toral, pero cuestionó que el asesinato se hubiese realizado con alevosía, ventaja y premeditación. Remató justificando su deber de defender a Toral por «el santo deber profesional» de un abogado. Su arenga arrancó algunos aplausos.

Por la acusación, los argumentos del procurador general de la República, Ezequiel Padilla, fueron: «Yo no puedo, señores jurados, esconder en estos momentos el tumulto que invade mi corazón y mis pensamientos. Mi voz se ahoga en mi pecho, como se ahoga la del pueblo en el pecho de todos los buenos mexicanos. Yo no sé, verdaderamente, cómo la defensa se ha empeñado en presentar este crimen distinto de lo que es: un crimen vulgar, un crimen por el que cayó un hombre, no un hombre, sino una montaña de generaciones, de generaciones humildes, cuya causa es presidida por el Cristo Redentor, no ese Cristo en cuyo nombre se ha perpetrado este crimen»; «Yo respeto a la mujer, al sexo débil, a las damas; pero no a las hipócritas […]. Yo miro a la señorita Concepción Acevedo como a un verdadero demonio; pero no aquel demonio de Sócrates, sino como a un verdadero lémur que busca el perjuicio y hace de su aplicación un precepto». Su pieza oratoria le valió vivas y aplausos estruendosos.

El veredicto

El jurado deliberó y el 8 de noviembre los juzgó culpables. La Madre Conchita, condenada a 20 años de prisión en la Islas Marías, antes de ser enviada pasó varios meses de reclusión, durante los cuales sufrió varios atentados, desde agresión con arma de fuego e incluso envenenamiento, siendo infructuosos todos los intentos.

Se dice que la suerte de los acusados estaba echada desde el principio: el presidente Plutarco Elías Calles, en una jugada política inteligente, les había entregado la cabeza de Toral a los obregonistas que puntualmente se encargaron de hacer un juicio donde se sabía de antemano el desenlace; que el juicio fue un simple medio para apaciguar a una clase política turbada por el asesinato del caudillo revolucionario.

Toral fue sentenciado a muerte. Terminó uno de los juicios más espectaculares de la historia.

El 9 de febrero de 1929, Toral fue fusilado en Lecumberri.

Fusilamiento de Toral

¿Qué fue de la Madre Conchita?

El 14 de mayo de 1929 finalmente llegó a su presidio insular.

El 29 de mayo de 1932 fue enviada de regreso a la Ciudad de México, se casó con el Sr. Castro Balda, para contar con protección permanente cuando fuera enviada de regreso a las Islas Marías en julio de 1934. El 20 de octubre de este año se efectuó la boda civil allá. Fue liberada definitivamente en 1940.

Sus panegiristas divulgan que de regreso en México, su esposo Castro Balda se encontró con que nadie quería darle trabajo, había boicot y para evitar represalias del gobierno, nadie quiso comprometerse.

En 1965, en Madrid, de Gráficas Marciegas, S.A. salió a la luz, como edición privada, un libro de 638 páginas, “Una Mártir de México”, por ella. Había pensado titularlo simplemente «Memorias», pero a sugerencia del Papa Juan XXIII se le cambió el título.

La editorial Contenido, S.A. ha publicado tres ediciones (1972,1974 y 1979). En 1983, Ediciones Océano de Barcelona publicó una nueva edición.

Dio varias entrevistas a los medios. La primera con Jacobo Zabludovsky en 1970, en 1978 con Cristina Ochoa, para la revista “Siempre”.

Columna Bucareli, de Jacobo Zabludovsky, 09 de abril de 2007.

La madre Conchita y el aborto. No le pregunté sobre el aborto.

“La mañana del jueves 16 de abril de 1970 una mujer de 80 años me abrió la puerta:

-¿La madre Conchita?

-Servidora de usted-. Había terminado para ella una sombra de 30 años desde su retorno de las islas Marías. Para mí, una búsqueda incesante que duró dos años por todas las calles de la historia reciente de México. Convicta y sentenciada como autora intelectual del asesinato de Álvaro Obregón, quería yo oír su versión en su propia voz:

-Señora, ¿es usted inocente o culpable de la muerte de Obregón?

-Con toda conciencia, creo que delante de Dios no tengo ninguna responsabilidad más que el deseo de que hubiera libertad de la Iglesia, de la fe y de todo en México. Si eso es culpabilidad, sí la tengo.

-Usted fue declarada culpable.

-Me sentenciaron como autora intelectual, decían que yo era jefe de una banda de 17 muchachos a los que marcaba con fierro caliente para que mataran a todos los del gobierno y no era cierto. Los muchachos obraron por sí solos.

-¿A qué muchachos se refiere, señora?

-A José de León Toral, al padre Pro, iba a mi convento.

Carlos Castro Balda, confeso y sentenciado por explotar bombas en la Cámara de Diputados, conoció a Concepción en las islas Marías y ahí se casaron.

-Fueron cohetes y no bombas. Los cohetes nada más hacen escándalo y preparé el TNT, o sea, el trinitrotolueno.

-Ya era algo más que cohete.

-Exactamente. Requería ácidos químicamente puros y lo único que causaba era un estruendo maravilloso, pero nada más, no levantaba ni la hoja de un papel y lo dejamos en los excusados de la Cámara.

Lástima que lo del aborto no estuviera de moda, me hubiera gustado preguntarle sobre eso.

Carlos Castro Balda

-Pepe (José de León Toral) era enemigo de la violencia y cuando se discutía en la Asociación Católica de la Juventud Mexicana el tiranicidio, él no lo aprobaba.

-¿En la ACJM se discutió el tiranicidio?

-Sí, mucho antes de la muerte de Obregón se discutió cómo hacer que el poderío militarista desapareciera y se salvara a la patria.

-¿Y a qué conclusión llegaron?

-Diversas, la principal el tiranicidio. Pero donde se decidió la muerte del general Obregón y se ordenó su ejecución como super tirano de México, fue en la Liga Defensora de la Libertad Religiosa.

-¿Dónde se compraban las armas?

-Yo no las compraba, yo compré ácido para fabricar el trinitrotolueno.

-Señora, ¿es cierto que alguien bendijo la pistola que usó Toral?

-Llegó Pepe a la casa de la señora Piña viuda de Altamira, donde se estaba celebrando una misa. Se acercó al altar y dejó una pistola en la credenza, esa mesita donde se colocan la vinajera, la charola para repartir la comunión y demás cosas. Puso la pistola cubierta con su mano sobre la credenza en el momento en que terminaba la misa y el padre Jiménez daba la bendición. Pepe lo interpretó como que estaba bendito por la divinidad el tiranicidio que iba a cometer.

-¿Se arrepintió Toral?

-No.

-Y vivir en la calle Álvaro Obregón, ¿le da igual, Conchita?

-Sí, igualito, aquí junto lo velaron, el mismo trecho que hay de aquí al cielo hay de otra calle al cielo, nos da igual.

Han pasado 37 años de esa primera de tres entrevistas. Un año antes, en 1969, había hablado con Roberto Cruz, el inspector general de policía cuando mataron a Obregón:

-Llegó Calles y le preguntamos a Toral quién lo había enviado a matar a Obregón y dijo: Dios. Por ahí anda todavía la madre Conchita que andaba metida en todo el lío.

Esta mañana pasé por la casa donde vivían Concepción Acevedo de la Llata y su esposo, Carlos Castro Balda. Se conserva como cuando entré aquella primera vez: un comedor, una sala, una recámara, un baño y una cocina. Habitación mínima, limpia, poca luz. Setenta pesos mensuales de renta. “Nos ayudan unos parientes”, dijo Castro Balda. Hoy habrían sido otras las preguntas. No hay persecución religiosa, México sostiene relaciones con el Vaticano, las manifestaciones de culto externo son cosas de todos los días y sus compañeros de aquellos meses violentos han pasado de la clandestinidad a los altares o van en camino. Hoy sí, seguramente, les preguntaría su opinión sobre el aborto. Sería la pregunta del momento, insoslayable, inevitable. Aunque, pensándolo bien, no, porque la respuesta es obvia: “Estamos del lado de la defensa de la vida”. Como en el caso de Obregón. Como el TNT explotado (todo debe decirse: sin víctimas, qué fracaso) en la Cámara de Diputados.

Vale el recuerdo con la excusa de que los viejos periodistas somos dados a evocar episodios de nuestro oficio para darles, a veces, las dimensiones de hazaña que nunca tuvieron. En este país respetuoso de todas las creencias terrestres y extraterrestres, no es imprudencia recordar episodios históricos que pueden orientar nuestros caminos, sobre todo cuando hoy, en un marco por fortuna de polémica pacífica y no de rebeldía armada o de terrorismo, se exponen todos los puntos de vista, las opiniones y las tesis acerca de la conveniencia o no de despenalizar el aborto en ciertas circunstancias específicas. Respeto todo lo que se dice de buena fe, aunque no lo comparta, incluso aunque vaya contra mis propias convicciones, pero me opongo a que los dogmas de una organización religiosa, cualquiera que ésta sea, se impongan a todos los miembros de una sociedad laica.”

El 29 de octubre de 1971 se estrenó la obra de teatro «El Juicio», en el teatro Orientación, llegando a 100 representaciones, original de Vicente Leñero, basada en aquel célebre Juicio.

La Madre conchita falleció de una crisis bronco-respiratoria en 1979 a la edad de 87 años en la ciudad de México D.F., amortajada vistiendo el hábito de Capuchina Sacramentaria, ya que le fue concedido en 1963, vía rescripto papal pontificio, el privilegio de morir como religiosa.

¿Conveniencia?

Sea lo que fuere, los juicios de Ma. Teresa Aranda (absuelta) y de Toral y de la “Madre Conchita” (condenados) hacen reflexionar sobre la conveniencia de que los procesos penales sean públicos y orales.

Ciertamente la administración de la justicia sería más transparente y expedita; pero el ambiente de circo romano -los abogados exceden su retórica y el público demanda venganza-, no contribuyen al logro del mandamiento de Sócrates: la verdad y la justicia.

El tema exige una reflexión prudente y seria; no dejarlo a los medios de comunicación, que tienen el incentivo del inicio de la vigencia plena y nacional de la reforma al sistema, pues se beneficiarían con juicios espectaculares como el que absolvió a Landa, mandó al paredón a Toral y a las Islas Marías a la Madre Conchita y estaba festinando -entre otros- los casos del “JJ” y de Kalimba, cuya detención y su disposición para ser entrevistados en los medios fue calificada como “circo” por el director para las Américas de Human Rights Watch (HRW).

El caso del cantante Kalimba en particular -al margen de su interés jurídico penal y el de la protección de la seguridad sexual de una presunta menor de edad- tuvo a los televidentes, toda una semana, imbecilizados ante la telebasura de la idiot box. En el fondo fue un excelente distractor de verdaderos, grandes y graves problemas nacionales, que aquejan al proverbialmente humillado pueblo mexicano.