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Macheteros adolescentes, hijos de una sociedad al borde del colapso

Por Imanol Caneyada

La crisis de seguridad pública que padecemos en Hermosillo (y en todo el país) ha hecho saltar las alarmas y los ciudadanos viven una verdadera sicosis de terror. Los testimonios que documentan el pánico en los medios de comunicación y en las redes sociales reinciden en un hecho escalofriante: los macheteros son, la mayoría de las veces, menores de edad, adolescentes de entre catorce y diecisiete años.

Más allá de la simplista explicación de que estos muchachos son delincuentes por naturaleza, y del clamor ciudadano de que se adopten medidas drásticas contra ellos, lo cual es comprensible, existen factores sociopolíticos y culturales que han impulsado la paulatina proliferación de estos delincuentes menores de edad, asociados con la falta de expectativas, la pobreza y el consumo de drogas.

Estos jovencitos que delinquen machete en mano son, al fin de cuentas, hijos de una sociedad al borde de la descomposición.

Para entender los fenómenos económicos, educativos, políticos, culturales e históricos que nos han llevado al borde del colapso social, acudimos al cubículo del sociólogo Felipe de Jesús Mora Arellano, maestro investigador de la Universidad de Sonora.

Ahí nos espera afablemente, con un arsenal de argumentos que trascienden el campo de la seguridad pública, para llevar el tema a dimensiones en las que todos, en mayor o menor medida, tenemos un grado de responsabilidad.

El desempoderamiento de la sociedad

Para el sociólogo Felipe Mora, un primer aspecto a tener en cuenta es el progresivo desempoderamiento que ha sufrido la sociedad actual.

El ciudadano ha dejado de tener ciertos poderes que poseía antaño. El origen de ello, el investigador lo sitúa en el estado de marginación, desigualdad y pobreza que impera en el país, de lo cual nadie se escapa, independientemente de la clase social a la que pertenezca.

No olvidemos que México encabeza la lista de países en donde es más desigual la distribución de la riqueza, nos recuerda el investigador.

En la dimensión económica, reflexiona el sociólogo, nos encontramos con un alto porcentaje de desempleo entre la población más joven y un mercado laboral que ofrece sueldos muy bajos, todo lo cual condena a las nuevas generaciones a la marginación; no encuentran una ubicación en la estructura social, se les ha quitado el poder de garantizarse una existencia digna, de tener un futuro, orillándolos a la precariedad.

Lo anterior afecta a la dimensión educativa, considera el entrevistado, y al altísimo abandono escolar que existe hoy en día. El número de muchachos que deserta de la escuela es superior a aquel que termina.

Según Felipe Mora, esta deserción está directamente relacionada con la precariedad económica que viven en sus hogares. Muchos de ellos dejan la escuela para ingresar al mercado laboral y colaborar con un magro salario a la economía familiar; por consecuencia, el ausentismo y el rezago escolar derivan al final en la definitiva deserción.

Al interior de las familias, continúa el sociólogo, estos muchachos viven en el abandono, con padres que tienen que cubrir, ambos, horarios extenuantes de trabajo; si no es que el consumo de droga y alcohol entre sus mayores convierte el seno familiar en un infierno de violencia y degradación del que huyen a temprana edad.

Aunado a lo anterior, Felipe Mora señala a los procesos de urbanización como responsables en parte de la degradación física, espiritual y moral del tejido social.

La especulación inmobiliaria ha levantado fraccionamientos periféricos a los que no llegan los servicios básicos ni cuentan con áreas verdes ni espacios lúdicos dignos, con diminutas casas en donde se hacinan familias numerosas, y que terminan por ser olvidados por las autoridades, abandonados a su suerte.

Son invisibles

En consecuencia, ahonda el entrevistado, estos jóvenes que nacen y crecen en esta condiciones, son condenados a la exclusión social. Son invisibles para una buena parte de la sociedad, una sociedad que les ha negado las oportunidades y las expectativas de futuro.

Si no existimos, si no somos visibles, ¿de qué somos responsables entonces?, se preguntan a muy temprana edad, explica Felipe Mora.

Estos adolescentes encuentran una manera de empoderarse a través de las pandillas, en cuyo interior descubren una forma de pertenencia, de identidad, basada principalmente en un concepto de hombría asociada a la violencia, muy machista.

Para hacerse hombres, subraya el investigador, estos niños tienen que demostrar una virilidad específica, que pasa por el desafío al orden establecido, a lo prohibido, por lo que se convierten en presas fáciles de las organizaciones criminales y del consumo de drogas y alcohol.

En opinión de Felipe Mora, no podemos perder de vista que el narcotráfico es un negocio muy lucrativo que opera con la lógica de todo negocio, expandirse, fortalecerse. La diferencia es que, al ser ilegal, recurre a la violencia para desaparecer al competidor.

Los adolescentes de las zonas más marginales son, por un lado, potenciales clientes y por el otro, dependiendo de sus características, futuros integrantes de las bandas del narcomenudeo.

En este punto, el entrevistado abre un paréntesis para señalar la forma en que al Estado se le fue de las manos el fenómeno del narcotráfico. Si bien en un principio pensaron que el pacto y la complicidad con los cárteles existentes a cambio de que la droga no se quedara en México era la manera de mantener bajo control al crimen organizado y, de paso, enriquecerse con el jugoso negocio, el monstruo fue creciendo y los engulló.

Los cuerpos policiacos y los gobernantes en general dejaron de ser los que controlaban el tráfico de droga y se convirtieron en empleados de los cárteles.

Por otra parte, el recrudecimiento de las medidas de seguridad en la frontera con Estados Unidos provocó que estos cárteles buscaran un mercado interior que en la actualidad va en aumento.

Y como dice el corrido, señala el entrevistado, el cholo se convirtió en buchón, y los jóvenes marginados encontraron en este camino una forma de movilidad social que por las vías legales se les ha negado, una manera de acceder a los satisfactores materiales que de otra forma les sería imposible, ni siquiera por vía del estudio, pues la preparación universitaria ha dejado ya de garantizar esa movilidad social.

Sonora, ahonda Felipe Mora, es una de las entidades con los profesionistas titulados peor pagados del país.

Una clase política sin calidad moral

Hoy en día, estos adolescentes en condiciones de marginalidad tienen acceso vía internet a mucha información.

Se dan cuenta, señala el entrevistado, de que los políticos actúan como delincuentes y desvían los recursos supuestamente destinados a programas sociales que podrían paliar los problemas que enfrentan, a sus bolsillos o para mantenerse en el poder.

Una clase política que no tiene autoridad moral para exigirles que cumplan con la ley, porque ellos mismos la incumplen.

Todo ello tiene como consecuencia lo que los sociólogos llaman: la anomia, es decir, una ausencia de normas que deriva en el desgobierno y en la impunidad que padecemos todos los días.

Felipe Mora revela que existen testimonios de jóvenes que acusan ser extorsionados por la policía para que sigan delinquiendo, pues les exigen una cuota.

Ante esta ausencia de gobernabilidad, continúa el sociólogo, los ciudadanos se organizan para enfrentarse a algo que la misma sociedad ha producido, y se convierten en vigilantes, en perseguidores de delincuentes con los riesgos que esto implica.

La anomia que vivimos en la actualidad, advierte Felipe Mora, está derivando en una exigencia muy peligrosa por parte de ciertos políticos y también ciudadanos: la militarización de la seguridad pública.

Pero como ellos mismos han señalado, el ejército no está preparado para asumir tareas de seguridad pública, los repetidos casos de violaciones de los derechos humanos y las garantías individuales por parte de los soldados confirman su incapacidad.

Felipe Mora no atina a ver un panorama muy alentador para el futuro. La clase política sigue ensimismada en conservar el poder y está sorda y ciega al colapso social que enfrentamos. Están inmersos en la sucesión presidencial de 2018, dice.

Por otro lado, las organizaciones civiles en México aún son muy débiles, la mayoría de los ciudadanos no participa, y el fenómeno de las redes sociales es engañoso, si bien ha permitido acceder a información antes velada, también nos hace creer que con un like hemos solucionado el problema.

No es optimista Felipe Mora con el futuro y considera que las variables son tan cambiantes que acertar con un vaticinio es casi imposible.

No hay razones para la esperanza, pero el corazón siempre quiere ver una luz al final del túnel, concluye.

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