Los dilemas del Festival del Pitic

Por Imanol Caneyada
Algunas voces han señalado que está perdiéndose la esencia del gran evento cultural de Hermosillo. ¿Pero cuál es esta esencia? ¿La ha tenido alguna vez? ¿Qué define al festival?
Cada año el Festival (antes Fiestas) del Pitic despierta una serie de encendidos debates entre la población que van desde la programación hasta los lugares públicos en que se instalan los foros, pasando por la controversia artista local-artista nacional e internacional, organización y logística, e incluso aquello que se celebra.
Estos debates suelen ser estériles porque rara vez los organizadores del festival atienden a los diferentes argumentos, movidos por la muy arraigada lógica política de que todo aquel que critica lo hace debido a oscuros intereses de una oposición que busca arrebatarles el poder.
De tal suerte que cada año, los organizadores cometen los mismos y nuevos errores y una vez pasado el festival, los ecos del mismo van apagándose hasta el año siguiente, momento en el que, pareciera, deciden ignorar las ediciones pasadas para inventar el hilo negro, lo cual redunda, por ejemplo, en una caótica organización, como en la presente edición.
Pero no hay que olvidar que el Festival (antes Fiestas) del Pitic se hace con dinero público (y no es poco) y nació con la intención de darle un sentido de identidad y arraigo a los hermosillenses, lo cual tampoco es cosa baladí.
Una de las críticas que destacó este año fue aquella que subraya la cada vez mayor semejanza entre el festival y la Expo Ganadera.
Los puestos de feria ambulante en el recinto del festival y ciertos eventos programados con tintes populares hicieron que algunas voces señalaran que estaba perdiéndose la esencia del gran evento cultural de Hermosillo.
¿Pero cuál es esta esencia? ¿La ha tenido alguna vez? ¿Qué define al festival?
No es fácil responder a estas preguntas si nos atenemos a la evolución del mismo. Primero, habría que definir cultura, ya que el espíritu del festival pitiquense apela constantemente a dicho concepto.
En un sentido antropológico, cultura es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos o capacidades adquiridas por el ser humano en cuanto miembro de la sociedad.
Según esto, cultura es la artesanía Seri, los cuadros de Rufino Tamayo, los danzones de Arturo Márquez, Jesse y Joy, un guacabaqui o unos tamales, la historia de un edificio emblemático, el juego de las canicas en la barraca de feria, el grafiti, el mural, el jazz y la cumbia.
Hay otra definición de cultural ligada al periodo de la Ilustración: el nivel superior alcanzado por la humanidad. Incluye el patrimonio acumulado por los grandes creadores, el saber alcanzado, el buen gusto, la pulida civilidad de las costumbres, las instituciones sociales y culturales.
Esta definición está ligada invariablemente a las artes y su evolución. Se supone que, en México, las instituciones culturales, desde las federales hasta las municipales, se fundaron con base en dicha idea.
Las voces que advierten de los peligros de que el Festival del Pitic se convierta en una Expogan defienden este segundo concepto de cultura. La lógica es que si ya tenemos una fiesta popular que dura un mes (¡un mes!), en la que la gente paga gustosa para ver a Jesse y Joy, lo ideal sería que el presupuesto público se destinara a organizar un evento que permitiera al ciudadano, de forma gratuita, acceder a manifestaciones culturales que de otra forma difícilmente podría.
El problema es que la clase política (cualquiera que sea), responde a necesidades electoreras que incluyen “tener contento al pueblo”. De esta forma, entre contratar a un guitarrista ruso considerado el máximo exponente internacional en su instrumento (al que nada más conocen diez personas) o a Los Ángeles Azules (FAOT 2017), que garantizan un éxito popular seguro, la clase política se inclina por los segundos pues, desde muchos puntos de vista, también es cultura.
Podemos observar cómo el Festival del Pitic, desde el momento en que la clase política descubrió su potencial populista, ha mantenido este debate interno, resultando en un indefinible batiburrillo sin rumbo fijo.
Primero habría que definir la naturaleza del festival, sus objetivos y sus metas para traducirlos en un diseño de contenidos que muestre una coherencia.
Es un hecho que a todos no se puede contentar, al querer hacerlo, no se contenta a nadie.
Los artistas locales
Otro de los señalamientos que se le ha hecho a esta y a anteriores ediciones del festival es la poca dignidad con que se trata al artista local.
¿Qué es un artista local? Una definición apresurada sería aquel cuyo trabajo no tiene una repercusión nacional o internacional. Otra sería aquel artista que vive y trabaja en Hermosillo, en Sonora.
A efectos de la lógica de este y otros festivales culturales de la región, la primera definición es la que priva, por lo cual, más allá de la calidad de las propuestas de estos artistas locales, lo que se impone es su condición de creador regional altamente dependiente de las instituciones culturales locales.
Son pocas las oportunidades en Sonora que tienen los artistas locales para percibir una remuneración “digna” a cambio de su trabajo. Por ello, espacios como los del FAOT o el Festival del Pitic son altamente disputados.
Las instituciones organizadoras de dichos eventos son conscientes de ello, en consecuencia, los espacios y los horarios que se dispensan a los artistas locales, y el trato que se les da, distan muchísimo de los espacios, horarios y trato que se brinda al artista de talla “nacional” o “internacional”.
Este “desprecio por el artista local” se traduce en: “Si quieres bien, si no, hay diez más en la lista”.
La contradicción existente al seno de dicho comportamiento (que varía dependiendo de los organizadores, hay que decirlo), es flagrante. Si un festival como el del Pitic aspira a elevar el nivel cultural de los ciudadanos y, por ende, el de sus creadores, al tratarlos como inferiores cancelamos cualquier posibilidad de que nuestros artistas alcancen eso que han dado en llamar “talla” nacional o internacional.
Lo cual nos lleva a una segunda consideración. La profusión de foros en el festival, que para algunos es inútil y excesiva y que repercute en el caos organizacional, tiene que ver con el hecho de darles trabajo una vez al año a todos los artistas locales, sin importar su calidad.
Es decir, en el pequeño escenario instalado en una esquina de la plaza se presenta la academia de danza tahitiana pero también el músico “local” que tiene una trayectoria de veinte años y varios discos en su haber.
Bajo el concepto de “artista local” entra todo y la “selección” de las propuestas tienen que ver con la urgencia de contentar a todos, lo cual, una vez más, incide en la evolución del arte en la región.
Una selección rigurosa de las propuestas de los artistas locales, de la mano de un trato tan digno como al artista de nivel nacional e internacional, haría que los asistentes al festival se llevaran muchas sorpresas, pues aquí, en Sonora, también hay creadores de gran nivel.
Los pueblos originarios
De la mano de estudiosos y expertos en el tema, la presencia de los pueblos originarios de México y de Sonora en el Festival del Pitic fue poco a poco abriéndose paso hasta conseguir su pleno derecho a mostrar quiénes son y cómo viven, su origen, su presente y su futuro, cómo piensan y cómo crean.
Una labor paulatina que tuvo que tumbar muchas barreras relacionadas con los prejuicios de una sociedad que los hemos condenado a la invisibilidad.
El espacio destinado a las etnias, con los años, se ha convertido en uno de los más visitados y demandados por la ciudadanía en general.
Específicamente en esta decimoquinta edición, los propios participantes en el foro étnico y otras voces preocupadas por la supervivencia de los pueblos originarios, señalaron en diferentes espacios públicos que los organizadores condenaron a las etnias a un lugar poco visible y los apoyos destinados a realizar el programa diseñado fueron escasos si no es que nulos.
El argumento esgrimido, el escaso presupuesto, tiene que ver con la visión que los organizadores y las autoridades tienen de las etnias que habitan la región.
¿Por qué sí pagar quinientos mil pesos por un cantante extranjero y no dotar del presupuesto necesario al foro étnico para que brille en todo su esplendor?
No olvidemos, una vez más, que se trata de dinero público en manos de personas cuyas decisiones reflejan una forma de entender la sociedad en la que viven, de entendernos y entenderse.
El Festival del Pitic, para nuestra fortuna, se ha convertido en patrimonio de los hermosillenses que trasciende el vaivén de los intereses políticos.
Es fundamental que este patrimonio sea sometido a debate público, que se rindan cuentas, se transparente el uso de los recursos y se defina su rumbo.
Si no, corre el riesgo de desaparecer.