Un hoyo negro llamado redes sociales

La vertiginosa vida moderna ha implantado otro paradigma de convivencia al que habrá que adaptarse. Lo preocupante, es el canibalismo que se gesta y propaga por las redes, con la complacencia y complicidad de todos
Por Oralia Acosta G.
“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas”. Esta lapidaria frase de Albert Einstein ha resultado ser profética.
La llegada del internet, que más que una invención, ha sido un descubrimiento, puso al mundo frente al potencial infinito de la verdadera comunicación de masas: el internet mismo y las redes sociales, cuya evolución parece imparable.
Antes, se llamó medios de comunicación masiva a la radio y la televisión cuya cualidad de “masivos” realmente palidece frente a lo que hoy son todas las redes conocidas, que no vale la pena enunciar, porque antes de terminar este texto es probable que esté naciendo una nueva.
Sin embargo, paradójicamente, la llegada del medio de comunicación que hace posible la real comunicación de masas y la información al instante, está acabando con la comunicación interpersonal y nos está convirtiendo en seres muy informados pero al mismo tiempo, blanco de la desinformación. Y lo peor: estar siempre conectados nos desconecta de los nuestros.
Según los estudios más recientes del uso del internet en México, las horas de mayor actividad son entre las 14 y 16 horas y entre las 21 y 24 horas. Esto significa que la imagen que seguramente usted ve en su hogar a la hora de la comida y de la cena, es que cada uno de los hijos está atendiendo el Whatsapp, el Instagram, el Facebook, Snapchat… cada día se repite en miles de “hogares”.
Estas son horas que antes estaban destinadas de manera natural a la charla y la convivencia familiar; horas en las que los hermanos peleaban por el pan de dulce o la porción de gelatina más grande; horas en las que los padres nos decían lo que estaba bien y mal en la vida y lo que pasaría si salíamos con tal o cual persona; horas en las que los hijos pedían permisos, ropa, dinero y los papás negaban… la mamá preguntaba qué había de tarea… y los hijos negaban… y así.
Esta semana, una jovencita que pagaba una botella de agua en una tienda de autoservicio, fue sorprendida por un muchacho que casualmente llegó al mismo sitio y le habló casi en su espalda:
—¿Qué onda, qué haces tan lejos de tu casa?
La joven ni siquiera volteó. No creía que le hablaban a ella. Pero cuando el muchacho insiste, se acerca y la llama por su nombre, ella le dice:
—¡Ay!, no te conocí la voz, sorry.
Lo más bizarro vino después, cuando el joven le dice al amigo:
—Mira, es mi novia y no me conoce la voz”.
La explicación entre ambos fue tan simple y obvia para ellos como impactante para los dos que seguíamos en la fila: llevaban seis días de novios, aunque casi dos meses de tratarse… ¡por Whatsapp!
Este es el lado chusco —aunque no por ello menos dramático— del momento que vivimos. ¿Es para asustarse? No, pero sí para lamentarse.
Sobra decir todo lo que vino a la mente de los que allí estábamos y que nacimos mucho antes de que ese hoyo negro llamado redes sociales atrapara a la humanidad y empezara a deshumanizarla.
La vertiginosa vida moderna ha implantado, pues, otro paradigma de convivencia al que habrá que adaptarse.
Sin embargo, lo realmente preocupante es el canibalismo que se gesta y propaga por las redes sociales, con la complacencia y complicidad de todos, donde lo más fácil y barato es mentir, manipular, denostar, juzgar, condenar, imponer y hasta delinquir, con solo accionar un teléfono inteligente y usar la red de internet para que se difunda lo que sea.
Hace casi dos años se puso de moda afectar la vida personal de dos jóvenes, una por ganar un concurso de baile “sensual” en sus vacaciones y otra que decidió vivir su despedida de soltera como quiso. No contaban ninguna de ellas con ese canibalismo de las redes que lo condenan todo, pero que también lo permiten todo especialmente si se trata de perjudicar a alguien.
El ejemplo más reciente del uso perverso que se puede dar a esta herramienta lo vivimos hace unos días en Hermosillo. En pocas horas se viralizó un audio de una mujer que hasta con sollozos relataba un supuesto secuestro de un menor. Era falso. ¿Con qué fin? El que el lector deduzca.
La misma tecnología permitió encontrar a la autora que fue presentada ante el Fiscal del Estado, aunque se desconoce bajo qué cargos. La mujer confesó los hechos, accedió a grabar su confesión y que ésta también se viralizara. Ojo por ojo, pues.
Pero no descartemos que este mismo hoyo negro en que se han convertido las redes sociales conduzcan al nacimiento de nuevas figuras delictivas o hechos constitutivos de delito.
Por supuesto, este asunto de las redes sociales tiene más positivos que negativos.
El problema no es el internet ni las redes mismas, es el uso que los seres humanos le damos a los inventos. El mismo Einstein supo de eso. Sus teorías emanadas de su brillante cerebro, terminaron en una bomba atómica.
Hoy por hoy, cobra vida la reflexión de un personaje no menos sabio que Einstein, Joaquín Salvador Lavado Tejón, mejor conocido como Quino, que a través de su fabulosa vocera Mafalda dese hace décadas ya se preguntaba: “¿No será acaso que esta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?”.
Y cerrar con otra de su misma autoría: “Paren el mundo que me quiero bajar”.
*Oralia Acosta, periodista y actualmente titular del área de Comunicación Social en el Ayuntamiento de Hermosillo.