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Perder el control

La tarea de los mexicanos consiste, este 6 de junio, en despojar al caudillo del control de las instituciones que tanto esfuerzo nos ha costado construir en décadas y que no están ahí para satisfacer los apetitos del poder

Por Juan J. Sánchez Meza

Dice Mario Vargas Llosa que la dictadura es la más antigua tradición de la humanidad y que en la democracia hay algo que enfrenta una tradición profundamente arraigada entre nosotros. Vivir en la discrepancia; convivir pensando distinto, creyendo cosas distintas, es algo sorprendente que va contra las grandes tradiciones de la humanidad, fundadas en los caudillos, los grandes caciques, los hombres fuertes.

La historia ha demostrado que las dictaduras son a veces populares. Es decir, la democracia es la excepción porque rendirse al caudillo tiene mucho de atractivo: qué maravilla no tener que tomar decisiones todo el tiempo y dejar que un señor las tome por nosotros y que nosotros nos convirtamos en simples piezas de una maquinaria en la que no tenemos ninguna responsabilidad.

Algo así le pasó a un tercio del electorado mexicano que hace tres años no solo le entregó su voto a uno de los candidatos, sino que además quiso que la voluntad de ese hombre no perdiera el tiempo enfrentando contrapesos, llámense éstos diputados, senadores, partidos políticos, instituciones,  jueces, constitución, leyes….

Por eso este hombre, que lamentablemente es el presidente de México, les ha exigido a sus legisladores —y ellos han cumplido la orden— que no le cambien “ni una coma” a sus proyectos de ley.

En último caso, estimado lector, creo que lo de menos es si el hombre poderoso, ese caudillo providencial que gobierna solo, es juicioso, acertado en sus decisiones, mesurado en sus juicios, respetuoso de las leyes o si por el contrario, es un embustero contumaz, un manipulador, un vulgar rijoso sediento de poder, limitado en sus capacidades intelectuales y afectado por las más bajas emociones de la venganza y la eliminación de todo lo que se le opone.

Estoy de acuerdo en que, bajo el gobierno de López Obrador, nuestro país ha roto los récords de no crecimiento, ha generado más pobres que nunca en la historia de México, ha permanecido irresponsablemente complaciente ante el desbordamiento sin precedentes de la violencia criminal en todas sus formas, ha fracasado en la preservación de la salud y la vida de los más necesitados y, para decirlo en pocas palabras, nunca ha estado tan ausente en nuestro país un horizonte de crecimiento económico y de progreso social.

Sin embargo, el problema no está —al menos no principalmente— en que el presidente de México sea todo esto. El problema de fondo, el más peligroso, es que gobierna solo.

El verdadero problema es que no tiene contrapesos. El único y excepcional límite que este hombre ha encontrado, han sido el Poder Judicial Federal, el Instituto Nacional Electoral, el Banco de México y algunos otros órganos autónomos; pero no son contrapeso porque sean enemigos suyos o, como dice este hombre embustero, porque sean enemigos de México, sino porque son instituciones creadas, cada una en su papel, para fortalecer la democracia y asegurar el equilibrio social. Por eso no le gustan y no las ha desaparecido porque no puede, pero ya dijo que las va a transformar de fondo, debilitándolas, corrompiéndolas, para ponerlas a su servicio.

La tarea de esta hora consiste, por tanto, en asumir el mandato social de que este individuo no tenga a su servicio los instrumentos para el manejo personalista y caprichoso del poder absoluto; en pocas palabras, la tarea de los mexicanos consiste, este 6 de junio, en despojar al caudillo del control de las instituciones que tanto esfuerzo nos ha costado construir en décadas y que no están ahí para satisfacer los apetitos del poder, sino para hacer posible nuestro desarrollo y nuestro bienestar.

Neguemos el voto al partido del cacique caprichoso que nos gobierna y abramos la discusión de todas las ideas, sin excepción. Confrontemos nuestras diferencias en el marco de la democracia y fortalezcamos, con su independencia, a las instituciones mexicanas que la hacen posible.