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Memo Moreno: 67 años detrás del lente

Por Guillermo Moreno Ríos

No me atrevería hablar de su trabajo como fotógrafo, ya que el fruto de su pasión ha sido reconocido a lo largo de su carrera, pero sí hablaré del padre cuya sensibilidad es similar al de un rollo de película, que, ante cualquier destello de luz, logra fijar una imagen en papel como fijó los valores en su familia.

Pero para que esa foto pueda ser apreciada con nitidez, necesita de los reveladores o fijadores que dan firmeza a la imagen para plasmarlos para toda la vida y ese complemento es mi madre, quien ha batallado y disfrutado de sus aciertos y de sus errores, pero lo importante es que juntos, de la mano de Dios, han sabido enfrentar para sacar adelante la más grande obra que se les puede reconocer, nuestra familia.

Recuerdo esos nombres de los químicos que usaba cuando me hablaba al temible cuartito oscuro, porque sabía que cuando eso sucedía es que algo no andaba bien e iba empeorar, recuerdo me llamaba enérgicamente la atención, mientras distraía ese reclamo abruptamente para pedirme le pasara algún frasco o le detuviera algún rollo para secarse y que como al momento de revelar sabía que todo tiene un tiempo y cortaba de tajo el avance de algún sentimiento negativo, cuando se aseguraba que el mensaje había sido recibido.

Cuando niño, era difícil para mi entender que mi papá era sólo fotógrafo, ya que, sobre todo en aquella época, no era reconocida la fotografía como una profesión, era más que nada un oficio o una expresión artística, sobre todo cuando todos los compañeros me decían que sus papás eran doctores, licenciados, contadores o ingenieros y mi papá era sólo fotógrafo. Yo iba a casa de mis amigos y eran casas normales, en la mía ¡había un laboratorio!

No sabía en aquel entonces, que me encontraba ante el hombre más virtuoso que Sonora ha dado en torno fotografía comercial y publicitaria, pero sobre todo a la percepción del paisaje, con una visión asombrosa y una mente analítica, devorador de libros como ninguno, siempre preocupado por aprender, por cultivarse, pero sobre todo por compartir ese conocimiento adquirido a través del estudio y la experiencia.

Mi padre, desde hace 20 años, al saber que ya no podía, ni debía andar sólo recorriendo el territorio sonorense, tanto por la edad, por su salud y por la terrible inseguridad que se vive en las zonas rurales enfatizó aún más su segunda pasión que es la de enseñar, transmitir su conocimiento a las siguientes generaciones.

La pandemia obvio vino a retrasar dos años esta celebración, agravando muchas situaciones pero no ha detenido que él siga adelante.

Lo veo y me pregunto: ¿cómo este hombre gordito, despeinado, imprudente, simpático y siempre, siempre muy mal vestido, puede despertar todo ese cariño para quien lo conoce? con ese enorme don de gentes y carisma que tiene y ante eso sólo se me viene una sola palabra para definir su vida y su obra: GENEROSIDAD.

Me llena de orgullo ver que mi padre no sólo hizo de este arte una carrera y un modo de vida, alcanzó lo que muy pocos seres humanos logran, aun proponiéndoselo a costa de lo que sea: el respeto, el reconocimiento y el poder de trascender gracias a su congruencia en su decir, pero sobre todo en su actuar.

Muchas gracias y felicidades a Don Memo Moreno, por regalarnos ese Sonora, su adorada tierra de contrastes, en donde bien sabe que siempre la alegría ha estado en sus idas y venidas. El próximo 25 de septiembre, celebrará sus 67 años de labor fotográfica; orgulloso agradezco a mi hija Victoria por encabezar estos esfuerzos y hacer posible que en el marco de FOTO SEPTIEMBRE y VÍACTIVA se le reconozca en la CINETECA a las 19:00 horas y por supuesto, contamos con tu presencia.