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El día que mi país enfermó de odio

“Nada cambiaría mientras el poder siguiera en manos de una minoría privilegiada”

—George Orwell. 1984

 

Por Sandra Karina Ibarra Carbajal

El día que mi país enfermó de odio se consolidó un gobierno hegemónico color guinda, un poder absoluto que todo lo puede y controla, hasta la narrativa púbica.

George Orwell describió una sociedad distópica (1984) que retrata los regímenes totalitarios que tuvieron vida en la primera mitad del siglo pasado. En la creación de Orwell, un elemento indispensable para instaurar el infausto totalitarismo, consiste en el dominio de la narrativa pública, que se traduce en difundir propaganda gubernamental para adoctrinar al pueblo, la cual, se esparcía en lugares públicos y privados a través de una especie de megáfonos complementados con pantallas gigantes.

Hoy, esa máquina de adoctrinamiento opera a través de la radio, televisión y redes sociales con cuentas reales o robots pagados por el gobierno.

Adoctrinar es domesticar mentes y consciencias. No busca cultivar el pensamiento crítico sino todo lo contrario, adormecerlo y favorecer la expansión de la pereza intelectual. Se trata de la difusión masiva de emociones que generen adrenalina, tales como el odio y resentimiento.

Emociones que nos permitan trasladar toda nuestra respectiva frustración en contra de quienes piensen diferente al régimen que nos da migajas de comer y nos trata como sirvientes no como ciudadanos.

El día que mi país enfermó de odio me encontré con un sinfín de personas que igual que yo, no quieren vivir con odio, con miedo; no quieren vivir gobernados por políticos enfermos de poder y de soberbia; no quieren seguir votando por políticos que traicionan a la ciudadanía en cuanto llegan al poder; están cansados de que, durante décadas las fuerzas políticas sean dominadas por los mismos perfiles reciclados una y otra vez hasta la náusea. Existimos un mar de personas que estamos hartos de votar por el o la candidata “menos peor” que al final del día, resulta siempre en lo mismo, esa opción se convierte en un títere más de la tragicomedia política mexicana.

El día que mi país enfermó de odio, me di cuenta que la cura es una sustancia cuyos creadores debemos ser las y los mexicanos libre pensadores, siguiendo una fórmula llamada “organización ciudadana”, que consiste en sacudirnos de una vez por todas la apatía, la pereza, la indiferencia, la indolencia y brindar con toda generosidad nuestras energías, creatividad e inteligencias para crear acciones por el bien de toda la comunidad. Esto significa no esperar que nos guíen falsos líderes de barro o carismáticos personajes surgidos por generación espontánea de la misma casta política cómplice del régimen hegemónico.

Nos corresponde a las y los ciudadanos libres tomar nuestros destinos en propia mano y reparar la destrucción que nuestros falsos líderes han dejado; nos corresponde realizar lo inédito en las últimas décadas, nos toca ponernos en acción conjunta, organizada y focalizada para inventar un camino distinto al México que hoy conocemos infectado por el cáncer del odio y la ambición de poder. Es imperativo y urgente demostrarle a la clase política, empresarial y delincuencial que es el músculo ciudadano el verdaderamente poderoso y que sin nosotros, se quedan solos en su fétido espacio de odio y ambición desmedida encabezada por sus falsos profetas y líderes de barro disociados de la cruel realidad.

“No habrá risa; no habrá arte; ni literatura ni ciencia; solo habrá ambición de poder, cada día de una manera más sutil” (Orwell).

En la medida en que, todo lo que conocemos, nos educa y nos mantiene con esperanza desaparece, también lo hacemos nosotros; quedamos sometidos a aquéllos que lo controlan todo.

El día que mi país enfermó de odio, encontré en mi camino a un mar de seres que, como yo, se niegan a la desaparición de su humanidad, risa, creatividad y esperanza.

 

*Jueza Segunda de Distrito Especializada en Juicios Orales Mercantiles, Zapopan, Jalisco. Columnista y activista por la democracia y derechos humanos.