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Regreso a clases: «El ritual nacional del caos»

Por Alberto Moreno Sin Corbatas

Regresar a clases en México no es un trámite escolar, es un reality show en vivo.

La ciudad se convierte en un laberinto con baches de tamaño cráter, desvíos que parecen diseñados por un enemigo secreto y esa coreografía surrealista llamada “alto de cortesía”, donde todos hacen como que saben las reglas pero la única regla real es pasar primero, aunque sea a empujones.

No, no necesitamos más leyes de tránsito. Lo que necesitamos es que las que ya tenemos se cumplan, porque hoy cualquiera con volante se siente rey absoluto: el carril es suyo, el claxon es himno nacional y el peatón es un estorbo con piernas.

 

El drama sobre ruedas

Dentro del auto la cosa no mejora. Esos 40 minutos de trayecto se parecen más a una serie de Netflix que a un viaje familiar: gritos, mochilas abiertas, la lonchera sin cerrar, el niño que jura que quiere vacaciones eternas, la niña que insiste en que la falda no le gusta porque está muy larga. Y claro, el clásico olvidazo: la cartulina conseguida a las 9 de la noche con todo el tráfico del mundo y que ahora descansa, inútil, en la sala.

Si la teletransportación existiera, las primarias serían sus principales clientes.

 

Los héroes sin capa

 Mientras tanto, en las aulas esperan los verdaderos gladiadores de esta historia: los maestros.

Ellos, que enseñan más de lo que su salario reconoce, que resisten entre reformas educativas de escritorio y discursos que aplauden la vocación… pero no pagan la renta. En un país donde se les dice “son el futuro” pero se les trata como si fueran prescindibles, los maestros siguen sosteniendo, con trozos de gises y paciencia, la esperanza de millones.

 

El saldo de septiembre

El regreso a clases es un espejo incómodo: nos refleja la ciudad improvisada, el tránsito salvaje, la cultura del “yo primero”, la burocracia educativa y la desmemoria de quienes gobiernan.

Pero también muestra lo único que todavía nos mantiene a flote: la fe en que educar vale la pena.

Porque sí, septiembre huele a tráfico, a berrinche y a café recalentado en thermos de todos tamaños. Pero también huele a esperanza. Y en este país, donde la ignorancia se paga demasiado caro, volver a clases es quizá la única promesa que todavía puede salvarnos.

 

*Facebook: Periodismo Sin Corbatas.