Destacada

Atrás de la raya…

Los charlatanes que lucran con la fe cometen un acto de vulgaridad extrema, puesto que la economía de innumerables mexicanos se ve afectada severamente al caer en las redes de los falsos profetas

Por Franco Becerra B. y G.

Al filo de la medianoche en ciertos canales de televisión nos encontramos con emisiones que abusan de la ingenuidad de millones de mexicanos.

En la pantalla aparecen hombres trajeados con un fuerte acento portugués y las mañas de los vagos de las favelas de Río.

Estos extraños sujetos invitan a los televidentes a sus centros de curación donde encontrarán el alivio para todos los malestares imaginables: desde el tratamiento para el mal-de-ojo que tramó la pareja despechada, hasta una limpia espiritual que anulará la brujería que urdieron los envidiosos de la oficina.

Para alentar la estafa le prometen al incauto riqueza a manos llenas con el respaldo divino de Dios.

No podía creer lo que veía, pero como el morbo es más poderoso que el sueño, continué viendo al par de embaucadores que presentan a personas con testimonios y entrevistas igual de arregladas que las peleas de Las Vegas.

El parloteo carioca me aburrió, así que cambié de canal para encontrarme con una sorpresa más: oootro iluminado, pero éste con barba de candado, lentes de pasta y un peculiar gorrito tunecino made in Tlaxcala, que entre sus exageraciones manifiesta de frente a la nación entera que… hace milagros.

Así nomás: el sujeto ¡hace milagros!

En la escenografía se observan veladoras, santos y vírgenes de yeso y enmarcada en el fondo —faltaba más— la Virgen de Guadalupe.

Estos vivales han dado un paso adelante en su oficio con el uso de la televisión y las redes sociales, apoyo cibernético con el que jamás soñaron los famosos curanderos mexicanos como El Niño Fidencio, Pachita y la misma Teresa Urrea, puesto que basta un WhatsApp que reciba el del gorrito tunecino made in Tlaxcala, y el  farsante le dirá al aire cómo solucionar el embrujo que lo atormenta, y en el colmo del absurdo: le recomendará hervir en agua un anillo o una medallita, pero eso si —lo advierte— la prenda deberá ser de oro, sino es así, y lo enfatiza con el dedo índice apuntando a la pantalla:

¡Oigame bien… no funcionará!

Apagué indignado el televisor y el día siguiente y aun molesto por tantos disparates, redacté estas líneas.

Los charlatanes que lucran con la fe cometen un acto de vulgaridad extrema, puesto que la economía de innumerables mexicanos se ve afectada severamente al caer en las redes de los falsos profetas que prometen milagros: como si los milagros se pudieran envasar en los menjurjes que envían a cualquier lugar de la república con solo marcar a los teléfonos que aparecen en la pantalla, no sin antes, claro, depositar alguna cantidad.

Las legendarias peregrinaciones a los santuarios para consultar a los curadores iluminados, como los que se encontraban en Espinazo, Nuevo León, en Cabora, Sonora y en Catemaco, Veracruz, son historias que pertenecen a un pasado remoto. 

Hoy basta con tomar el control del televisor para después de escuchar aquello de “Mexicanos al grito de guerraaaa”, toparse con maleantes que arrebatan los de por sí exiguos ahorros de nuestra gente.

Debemos conocer las fronteras de nuestras profesiones y actuar en consecuencia, es por ello que como un observador con acceso a medios de comunicación me limito a señalar el atraco, con el deseo que el delito se sancione en sus respectivas instancias.

Pero mientras ello suceda, me permito deslizar un mensaje a los concesionarios de las televisoras que al ceder sus espacios a estos merolicos de barriada solapan una penosa estafa masiva.

Envío una respetuosa llamada de atención a las autoridades eclesiásticas por el uso indebido de imágenes sagradas, así como por las exaltadas invocaciones a la fe cristiana con fines claramente falsos.

Y por último: solicito la intervención de las autoridades federales, puesto que coincido con la frase protectora: “Primero los pobres”.  

Soy respetuoso de la libertad de expresión, pero rechazo la que se degrada para dar paso a un libertinaje abiertamente permisivo que lesiona a nuestro pueblo.