De la impunidad a la “cero tolerancia”
Por Martín F. Mendoza/
No son pocos los mexicanos que se niegan a aceptar que buena parte de nuestros ancestrales problemas tienen su origen en nuestra cultura e identidad nacional, que son en buena medida producto de nuestra idiosincrasia. Eso es cierto no solo para México sino para todos los pueblos del mundo, y por supuesto no aplica solo a las taras que se arrastren sino también a las virtudes sociales. Notorio todo esto en el tema de la corrupción; tenemos gobiernos profundamente corruptos porque somos una sociedad bastante corrupta nos guste o no. Ello al margen de que quien lo diga sea un corrupto. Por supuesto, los escenarios es donde sea “conveniente” declarar lo anterior, no abundan, por lo mismo lo que sí abunda son los “ofendidos”, en donde destacan vacas sagradas de todos los pelambres que si bien entienden muy bien todo esto, suelen fingir demencia para que la impopularidad no afecte sus grandes o pequeños cotos de poder. Porque, poder no solo los políticos, hasta eso, ¿Verdad? Nos devanamos las cabezas tratando de construir únicamente explicaciones de tipo político, dejando de lado nuestras herencias culturales que son algo más amplio, más fundamental en la mezcla de razones que definen nuestros estadios.
Lo mismo sucede en Estados Unidos, en donde la obsesión cultural por la “justicia” raya frecuentemente en el absurdo y contrasta grandemente con nuestra muy mexicana habilidad para convivir con la impunidad. No nos equivoquemos, ambos son enormes problemas. Si acaso —por razones obvias—, en una país en donde la noción de la necesidad de justica es lo que prevalece, la vida tiene un poco más de certidumbre y los actores sociales marchan con mayor facilidad en un relativo orden. Mas no por ello, sin embargo —y muy irónicamente— se alcanza una verdadera generalización de esa elusiva figura a la que llamamos “justicia”.
Es así que a nosotros nos parece que si las reglas y las leyes se hicieron, seguramente fue para romperlas, incluso por puro “amor al arte”, así no medie en ocasiones recompensa alguna. Mientras, para los primos al norte, en su invariable concepción cuadrangular del cosmos, la justicia solo se alcanza a través de la más literal interpretación de las leyes posible. En esa lógica, el “endurecimiento” de estas últimas, es casi siempre la mejor manera de asegurar y perfeccionar un orden social en donde los buenos derroten al mal. Claro, hay que agregar que esto funciona cuando no hay manera de alcanzar una justicia ideal, una justicia “hágalo usted mismo”. De ahí la obscena fascinación por la armas de los estadounidenses. “Si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tú mismo”, suelen decir, por ello no hay justicia más divina que llenar de plomo al transgresor hijo impuro de Satanás. Y ahí sí ni hablar, la sagrada y cínicamente mal interpretada por los políticos, Segunda Enmienda, lo dice todo, y se va a defender -¡Sí!- hasta con las armas. ¡Ni modo que no!
Pero algo que ya está empezando a hacer mella en el paisaje político y cultural estadounidense es el sistema de justicia, que no se puede definir de otra manera en los últimos 35 años, más que como una enorme fábrica de reclusos —y de reclusorio—. Claro, no olvidemos ese “pequeño” tema de las prisiones privadas, de las que tanto gustan, pero poco hablan los políticos gringos.
La conversación sobre el tema, iniciada con cierta timidez por la administración Obama, está ya de lleno en la campaña presidencial 2016, ya que Bill Clinton ha llevado a cabo un acto de contrición relativo a las leyes que el impulsó y firmó en 1994 y que vinieron a fortalecer grandemente lo iniciado en los ochentas por el gobierno estadounidense. Bajo la administración Clinton se dieron grandes cantidades de dinero para seguridad pública, especialmente prisiones, a los estados que establecieran leyes endureciendo las sentencias, es decir que redujeran tanto las posibilidades de libertad condicional, así como los márgenes de discrecionalidad de los jueces al imponerlas. Mas gente a la cárcel, pero peor aún, por más tiempo. La “sentencia verdadera” fue la filosofía detrás de esta impresionante expansión del sistema penitenciario americanos que ha dado como resultado que aun teniendo solo el cinco por ciento de la población mundial, Estados Unidos cuente con el veinticinco por ciento de los prisioneros en el planeta. El “tercer strirke y estas fuera” (o mejor dicho “dentro” cuando se habla de prisiones) ha sido también una gran palanca es este miope esfuerzo. La “cero tolerancia” ha sido el estandarte de una política de seguridad pública, que hoy ya se empieza a aceptar, está trayendo más consecuencias sociales negativas —y posiblemente engendrando más crimen— que los problemas que está resolviendo.
A la charada que hoy a todas luces se puede apreciar que ha sido la “guerra contra las drogas” iniciada en los setentas, se suman esos esfuerzos en los que Clinton fue actor clave. Hoy que su esposa, Hillary busca la Casa Blanca, es más barato y efectivo para la pareja que no reconoce imposibles, el aceptar la realidad e insinuar que bajo una nueva presidencia Clinton, se tomarían medidas para comenzar a revertir la situación.
Pero de nuevo, tanto las políticas públicas, como la politiquería detrás de todo esto no alcanzan para explicar lo que la tradición cultural estadounidense sí. Una sociedad identificada con el puritanismo y las “letras escarlatas” es terreno fértil para sembrarle ideas tales como que el crimen se acabará, o al menos se reducirá drásticamente, porque haya más espacios para meter en ellos a los delincuentes. Que tal cosa sucederá porque se cierren las rendijas existentes para que los jueces apliquen sus propios criterios y experiencias —junto con la ley, claro— a la hora de sentenciar a los “malos”. Además, que la reducción de posibilidades de que haya segundas oportunidades para los convictos, también ayudará para que los alejados del Señor no vuelvan a hacer daño.
Es por todo ello que además de estar culpando por todo a los políticos, las sociedades tienen que ser honestas consigo mismas. Las clases políticas, finalmente parte de estas, todo lo que hacen es tomar nota y capitalizar de nuestros miedos, traumas y contradicciones. En fin, cultura, cultura, cultura.
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