Destacada

De niños a hombres de bien; incansable labor en Casa Guadalupe Libre

En la casa-hogar Guadalupe Libre hay muchas historias de éxito, pero el principal reto de la institución es convertir a los niños en hombres de bien, reintegrarlos a una sociedad que los ha traicionado desde el momento de nacer

Por Imanol Caneyada

Héctor, hasta los ocho años, vivió encerrado en una habitación, aislado del mundo, sin contacto con nadie. Sufrió de abuso y abandono, de violencia familiar. Cuando llegó a la casa-hogar Guadalupe Libre IAP, recuerda Alan Peiro Rodríguez, director del centro, era incapaz de relacionarse con nadie.

Seis años después, con 14, Héctor acaba de finalizar un curso de robótica en la empresa Nearsoft, dedicada a desarrollar productos software. Próximamente va a tomar otro curso con la misma compañía, esta vez de programación robótica.

Héctor es un genio, confiesa Alan Peiro.

Un genio rescatado de las fauces de un entorno brutal incapaz de entender sus capacidades.

Durante los seis años que pasó entre la llegada del niño a la casa-hogar y la actualidad, los educadores del centro, en una labor paciente, delicada, amorosa, fueron descubriendo la privilegiada inteligencia del niño y lograron que poco a poco se relacionara con el mundo exterior, a cambio de proporcionarle el ambiente y las condiciones que requería su talento.

Los niños en esta casa-hogar reciben diversas capacitaciones como en este caso de cocina.
Los niños en esta casa-hogar reciben diversas capacitaciones como en este caso de cocina.

Mediante el método que impera en la casa-hogar, que no por sencillo ha dejado de ser efectivo, el de que toda acción tiene una consecuencia, negociaron con Héctor. Rehabilitaron un cuarto para él solo, en donde podía pasar las horas que quisiera entregado a sus actividades, siempre y cuando acudiera a la escuela, a la cual se negaba a asistir, y cumpliera con sus responsabilidades.

En ese cuarto, relata Peiro Rodríguez, Héctor, con pedazos de cartón, construyó toda una ciudad a escala, con avenidas, bulevares, puentes, plazas, parques. Posteriormente, un carro de juguete lo convirtió en un tren lleno de luces y artefactos.

Al poco tiempo de empezar a “jugar” con las computadoras, ya descargaba programas que los adultos ni siquiera sabían que existían.

La historia de Héctor en la casa-hogar Guadalupe Libre es una de entre muchas historias de éxito que pueden contar los integrantes de la institución. Ahí está Manuel, a la espera de ingresar a la Escuela Médico-Militar en la Ciudad de México, o Rafael, que entrena duro para ser un profesional de las Artes Marciales Mixtas, a cambio, eso sí, de que termine la preparatoria.

Pero el mayor éxito de la casa-hogar ha sido y es convertir a los niños en hombres de bien.

Parece fácil, ¿no? Alan Peiro nos cuenta un poco del entorno del que llegan y en las condiciones emocionales, físicas e intelectuales en que lo hacen. Un entorno, por cierto, del que todos somos responsables.

La calle, esa universidad del crimen

Alan Peiro, a lo largo de sus once años de colaborar en la Guadalupe Libre, ha conocido historias que nos pondrían los pelos de punta. Historias en las que la crueldad se vierte sobre quienes —nadie tiene empacho en proclamar— son lo más preciado de la nación: los niños.

Una proclama de dientes para afuera.

En la realidad, en este momento exacto, en este mes del niño de 2017, cientos de menores en Hermosillo están huyendo de sus hogares, por llamarlos de alguna forma, reflexiona el director, porque en ellos únicamente encuentran violencia, abusos, una degradación sistemática en la que muchas veces está de por medio el consumo de alcohol y drogas.

¿De qué tamaño es el infierno que viven que prefieren la calle?, se pregunta y nos pregunta Alan.

Una vez en el exterior, solos y sin la protección de ningún adulto, expuestos a todos los peligros, mientras conservan su estatus de niños, las cosas les “van bien”.

Para media mañana, nos explica Peiro Rodríguez, han juntado fácil 300 pesos mendigando y han conseguido llenar el estómago en alguna taquería. Se sienten libres, tienen dinero en la bolsa y pueden hacer lo que quieran.

Ése es el principal reto que enfrentan los educadores de la casa-hogar, convencerlos de que se queden, porque ninguno está ahí a la fuerza. En la casa-hogar hay reglas, tareas asignadas, responsabilidades, aspectos que desconocen totalmente y que en principio rechazan porque la calle les proporciona una falsa sensación de independencia.

También cuentan con un huerto propio donde tienen sembradas hortalizas.
También cuentan con un huerto propio donde tienen sembradas hortalizas.

Por otra parte, para estos niños, la figura del adulto está altamente deteriorada. El adulto es alguien que los ha agredido, mentido, abusado de ellos, explotado. ¿Por qué se van a fiar de lo que yo diga?, nos plantea Alan.

Poco a poco, con cuestiones tan básicas como garantizarles tres comidas al día (algo que damos por hecho quienes no hemos estado en una situación de marginalidad), ropa, juguetes, pero sobre todo, atención, cariño, comprensión, diálogo, apoyo, los involucrados en la casa-hogar van ganándose la confianza de los niños y, más importante, creando una estabilidad emocional que desconocían hasta ese momento.

Según la experiencia de Alan Peiro, vivir en la calle los pone en un estado de ansiedad permanente que desemboca en agresividad, desconfianza e inestabilidad.

La otra parte de la tarea de la casa-hogar es la de inculcarles el sentido del respeto a todo lo que les rodea (personas, animales, plantas) y el valor de la responsabilidad.

El método es sencillo, pero al mismo tiempo complejo, un método que en general hemos olvidado sin importar el estatus social y económico: toda acción tiene consecuencias.

No hay castigos ni gritos ni regaños, nos asegura el director, puesto que con ellos estos métodos no funcionan.

Si cumples con tus responsabilidades, dentro y fuera de la casa-hogar, podrás disfrutar del juego, la diversión, las idas a tardeadas, a cumpleaños, a quinceañeras, si no cumples, no.

De pobre niño a amenaza social

Cuando aún son niños, nos explica Alan, su condición indigente nos conmueve; sólo tienen que estirar la mano para obtener unas monedas. Fácil y garantizado.

Hay otras clases como manualidades que van despertando su creatividad.
Hay otras clases como manualidades que van despertando su creatividad.

Al llegar a la adolescencia, continúa el director de la IAP, la cosa cambia. Comenzamos a verlos como una amenaza social. De la noche a la mañana dejan de conmovernos y pasamos a temerlos. Ya no reciben esos pingües ingresos que recibían mediante la mendicidad.

Así que para allegarse de dinero comienzan a delinquir o a prostituirse. Por su minoría de edad cara a la ley, las bandas delincuenciales los utilizan para entrar a las casas a robar. Son muchachos que han crecido con un rencor y resentimiento social tal, que están dispuestos a lo que sea, los años en la calle los vuelven insensibles.

En la supervivencia, es difícil detenerse a distinguir el bien del mal, le comento a Alan.

Exacto, me responde.

Revertir ese rencor, ese odio y esa falta de marcos referenciales, de modelos positivos es el otro gran reto que enfrentan todos los días los colaboradores y educadores de la Casa Guadalupe Libre.

Para colmo, la sociedad actual refuerza a través de la música, el cine y la televisión esos modelos de masculinidad basados en la violencia y la trasgresión de las leyes.

La idea del “hombre de bien” se ha devaluado mucho en nuestros días, por lo que el reto aún es mucho mayor.

Pero nos asegura Alan Peiro que cada día lo enfrentan con alegría, con una enorme vocación de servir y con toneladas de amor.

La Casa Guadalupe Libre recibe muy poco apoyo de ninguno de los tres niveles de Gobierno, su verdadero sostén son las empresas patrocinadoras y la ciudadanía que los apoya en especia o bien colaborando en los múltiples programas que tienen.

Alan Peira, para finalizar, hace un llamado a la sociedad: acérquense, conozcan las variadas formas en que podemos ayudar a la institución.

Darles unas monedas en un crucero no es la solución, a pesar de que es la forma más fácil de lavar nuestra conciencia.