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Del bienestar de todos, al bienestar de algunos

Los tiempos han cambiado y surgieron los retrocesos. Se dio la ruptura de las formas en política: El enfrentamiento constante vía la agresión y la descalificación por parte de la autoridad política contra todo aquél que piensa diferente 

Por Bulmaro Pacheco


En plena modernidad política se registran algunos comportamientos políticos que nos permiten deducir que sí hay zigzag en el proceso democrático actual; se avanza, pero también se retrocede. 
Cuando creíamos que se habían desterrado dañinas prácticas para la gobernabilidad, hoy resurgen con fuerza. Y son vistas por los actores de la llamada «transformación» como algo inherente a los nuevos tiempos, como algo muy propio de la normalidad.
Se actúa como si la llegada de un nuevo grupo político al poder —a través de un partido político de reciente creación— significara la reinvención de México en todos los órdenes. Así lo juzgan… y así lo creen. 
Eso sí —aunque se les dificulte reconocerlo—, de 40 años a la fecha hubo logros importantes: Se amplió la representación política hasta el nivel de ayuntamientos; se desterró el conflicto post electoral que dificultaba la gobernabilidad; se mejoró el andamiaje institucional y legal para resolver problemas políticos que afectaban la convivencia (y golpeaban la economía); se incrementó la participación de las mujeres en política; y se avanzó notablemente con un buen número de organizaciones políticas en los procesos electorales (origen de las candidaturas independientes, muy desdibujadas en los últimos años). 
Los tiempos han cambiado y surgieron los retrocesos. Se dio la ruptura de las formas en política a través de diversas manifestaciones, por ejemplo: El enfrentamiento constante vía la agresión y la descalificación por parte de la autoridad política contra todo aquél que piensa diferente o no concuerda con las principales líneas de la llamada transformación. 
El señalamiento diario contra los adversarios políticos y a favor del partido en el poder utilizando recursos públicos y los medios del Estado, nos ha llevado a retrocesos que creíamos superados.  Ahora se agrede desde el Poder y se utilizan recursos públicos para descalificar a los adversarios, práctica casi desterrada del sistema —hay que verlo nada más con cualquiera que se atreva a decir que busca ser presidente de México, o con aquellos titulares de los Poderes como Monreal del Senado, la UNAM, Córdova del INE o Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, entre otros. 


El gobierno actual —sin razones aparentes— inauguró los ataques contra los ex presidentes de la República, a quienes —sin excepción— se les negó cualquier tipo de logro en el desarrollo de México. Sin deberla ni temerla, calificó a todos ellos como «neoliberales» y culpables de los males de México de los últimos 36 años, como si la realidad política pudiera simplificarse al gusto de las nuevas visiones de la política u observarse solo en blanco y negro, como se estila actualmente desde el Poder; el México de los buenos contra los malos. 
No ha habido avances en lo político desde el Poder: El presidente de la República sigue siendo el factor de decisión sobre las candidaturas para la Presidencia, las gubernaturas y las cámaras, y la colonización partidista ha invadido al resto de los Poderes y los órganos autónomos. 
Lo positivo: El gobierno se sigue apoyando en las grandes reformas de la SCJN impulsadas desde 1994 en el sexenio de Ernesto Zedillo, y la diseñada por Carlos Salinas de Gortari para apoyar el TLCAN al eliminar obstáculos y permitirnos alcanzar grandes logros en materia de intercambio comercial. 
Los gobiernos hasta el actual heredaron la disciplina económica y financiera impulsada desde el gobierno de Ernesto Zedillo, lo que ha evitado las crisis de finales de sexenio, frecuentes en el pasado. 
No se ha reconocido el mérito de los gobiernos del PAN, que impulsaron la creación del Seguro Popular que por años le permitió a la población —sin seguridad social— tener acceso a médicos y medicinas gratuitas. Llegó a cubrir a más de 50 millones de mexicanos, pero el actual gobierno lo suspendió, y ahora no saben cómo hacerle ni con la Salud, y seguramente así terminará el sexenio de Morena: con una aguda crisis en el manejo de un problema que nunca entendieron y que no han abordado con seriedad, a pesar de las exigencias de la gente. 
En aquellos gobiernos no se comprometieron a un sistema de Salud como el de Dinamarca, pero cuando menos se combatieron y erradicaron enfermedades que asolaban seguido a la población. Los nuevos salieron reprobados en el manejo de la pandemia del Covid-19. 
Los que llegaron a nombre de la «revolución de las conciencias» tampoco reconocen la ampliación y modernización de la infraestructura carretera de la cual México puede presumir en estos momentos, como de las más modernas y en sintonía con los movimientos de la economía y de la gente. 
Otro ejemplo del zigzag político que vivimos en la llamada transformación es el de creer que los parientes y familiares cercanos son los más indicados para gobernar e integrar la representación en todos los niveles. 
Esa práctica fue nefasta en el pasado y afectó a todos los partidos hasta que se reglamentó para combatirla, y cuando menos crear conciencia de los efectos negativos en la política y la administración pública. 
Fue una práctica que llevó al debilitamiento gradual hasta la casi extinción del PRD, cuando las principales posiciones políticas en las cámaras y en ayuntamientos eran ocupadas por parientes cercanos. Para Morena y sus militantes —que llegaron al Poder hablando de un cambio— el haber llegado al gobierno en 2018 les representó una especie de lotería política y administrativa, con impacto directo en las relaciones de familia. 
No es raro enterarse de que a nivel central, en una entidad federativa o en los municipios, los principales cargos se concentren y ubiquen en manos de una o varias familias, sin inmutarse por los efectos que eso representa para la calidad de los servicios y la eficacia de las administraciones. 
En ese tema no se hace autocrítica ni se reconoce como una deformación de la política y la administración pública.

Quienes han sido seleccionados para trabajar en el gobierno, se sienten con tales merecimientos que seguido aluden a su causa política para justificar su llegada. 
Nada importaron las reformas a las leyes que prohíben la contratación de familiares en dependencias públicas hasta ciertos niveles de parentesco, tampoco las observaciones de una población afectada y preocupada porque se repitan vicios del pasado a nombre del «cambio». 
Quizá por eso a cada rato repiten y ofrecen que «no volverán los corruptos» o «aquellos que saquearon las administraciones públicas» o se condena a aquellos que «nunca se quejaron ni señalaron la corrupción del pasado», mientras toleran y solapan las prácticas de saturar de parientes las instancias del gobierno. 
¿Para qué quieren regresar los otros si por acá y por ahora, todo está bien para funcionarios y familiares? 
Ha dicho el presidente López Obrador que allende la frontera los políticos norteamericanos para criticar al gobierno mexicano solo ven «la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio». 
¿Nos estará pasando lo mismo en lo interno?
 
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