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Don Ventura se salió con la suya

Por Franco Becerra

“¡Cómo nos va a vencer el méndigo virus asiático!”

De ninguna manera, dijo don Ventura Castro a los vecinos.

-“A desempolvar los Mauser de los abuelos, a terciarse las cananas y enfrentemos al enemigo”.

-“Vamos a recibirlo como se merece”.

Dijo inflando el pecho el veterano alcalde.

Don Ventura -al fin hombre de mundo- sabía que después del largo viaje trasatlántico el virus vendría con hambre y… acertó. 

Nombró a un comité de recepción con los notables del pueblo con la misión de dar la bienvenida al virus, pues don Ventura les aseguró que “La cortesía desconcierta al enemigo”.

Se dio el banquete bajo la sombra de los ahuehuetes de la plaza de armas, donde se le sirvió al invitado una suculenta torta cubana doble, con tres chiles habaneros finamente picados y al lado, una jarra de curado de apio.

Atendiendo al llamado del alcalde amigo “El Mariachi Vargas de Tecatitlán” suspendió su gira por la Unión Americana para amenizar el evento, y siguiendo las indicaciones, en el instante que el hambriento virus le pegó el mordisco a la torta, los tapatíos se arrancaron con “El son de La negra” lanzando trompetazos a un palmo de sus orejas -me refiero a las del virus- porque los virus… tienen orejas.  

El plan estaba en marcha.

El intruso no murió con esas dosis, pero eso sí, se le vio muy afectado, así que sin darle el menor respiro, dos meseros lo tomaron de los brazos -porque brazos tenía-  y lo llevaron en vilo hasta la arena olímpica donde un enmascarado lo recibió con piquetes de ojos.

El virus se retorcía de dolor cuando le aplicaron la espectacular “Huracarrana”. 

Los alaridos no impidieron que el rudo le quebrara todo lo que le se puede quebrar a un virus.

Después de La torta cubana doble con sus chiles habaneros finamente picados, el pulque de Apan y “La Huracarrana”, al desguanzado virus se lo entregaron a cuatro ex-agentes de la Dirección Federal de Seguridad, que aunque retirados del oficio, se comprometieron formalmente a ofrecer al detenido el trato amable que caracterizó a la corporación.

Al tercer día entregaron el cuerpo.

El odio de la gente era tal, que lo lanzaron a una pira de leña verde ante el jolgorio popular.

Don Ventura que se precia de tener buenos contactos, le solicitó al Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana que girara instrucciones para que la Guardia Nacional esparciera las cenizas del virus en las costas del Mar de Cortés.

La petición se cumplió y mientras la marea se llevaba las cenizas a su lugar de origen, don Ventura Castro anunció por la radio tres días de rumbosos festejos. “¡Y con la Sonora Santanera!  

“¡Faltaba más!”, dijo fajándose el pantalón.

Con gran alivio observaba esas escenas cuando… desperté, y el virus… no estaba ahí.