Editorial: Aumenta el umbral de la maldad

Algo le está pasando a nuestra humanidad, porque cada vez es más seguido como cruzamos los umbrales de la maldad y retamos a nuestra capacidad de asombro. Hoy la sociedad está impactada por el brutal crimen de una madre y sus tres hijas, asesinadas de manera cruel y despiadada y sin un motivo de peso, porque resulta absurdo que puedan dar ese motivo tres pequeñas.
El periodista Omar Ali describe esta atrocidad y lo que está provocando: “Quienes las mataron no solo asesinaron tres vidas, también mataron algo en nosotros: La idea de que este país puede ser distinto y la esperanza de que lo estamos intentando. Porque si dejamos que esto se olvide, si dejamos que estas niñas se conviertan en un expediente más o en una nota de 30 segundos, entonces estamos todos muertos por dentro”.
Pero de nueva cuenta lo que estamos haciendo es reaccionar a un hecho consumado. Seguimos el gastado camino de lamentarnos, condenarlo y exigir justicia. Nos liberamos de culpas y pasamos la responsabilidad de las autoridades, como si fueran los únicos responsables de la violencia y la maldad que priva en nuestra sociedad. Exigimos, hasta con marchas y manifestaciones, a los gobernantes dar con los culpables de los crímenes. Con esto buscamos remediar y vendar la herida, pero no hacemos nada para impedir que esto se pueda repetir. Tratamos de curar la enfermedad, pero no hacemos nada para atender las causas y prevenirlas. Así, siempre repetiremos la misma actuación como si fuera una tragedia teatral, que se repite una y otra vez sin salir de donde mismo, porque el final se repite hasta que no lo sabemos de memoria.
El crimen de las tres pequeñas y su madre lamentablemente a partir de la próxima semana formará parte de las estadísticas. Quedará en el anecdotario y será, por algún tiempo, recurso de organizaciones para presionar al gobierno. Será, como en el teatro, el final de la tragedia, y luego volveremos a repetir escenas y diálogos hasta el enfado. Para tener una idea de la realidad vemos el reporte de la Red por los Derechos de la Infancia, que muestran que “en México, de enero a mayo de este año se registraron 958 niñas, niños y adolescentes de cero a 17 años perdieron la vida, de los cuales 332 han sido homicidios con violencia, 46 víctimas eran niñas y 286 niños”. Todos ellos igual que las pequeñas de Hermosillo no tenían por qué morir de forma tan cruel y despiadada. Lo más triste, que solo serán un expediente más dentro de poco, porque el culpable terminará en prisión, pero habrá muchos otros que seguirán el mismo camino. Y así, son tantos que dejan de impactar porque superan nuestra capacidad de asombro y el umbral de la maldad social. En su tiempo quien definió este tipo de barbarie fue José Stalin, el dictador soviético, a quien señalaron por el crimen de miles de rusos, y cínicamente se limitó a decir, que la muerte de una persona es un crimen, pero la muerte de un millón solo es una estadística.
Se entiende que en el mundo del crimen abunden actos de violencia, pero hasta hace años era solo entre adultos y hombres. Se respetaba, por decirlo de algún modo, la vida pequeños y las mujeres. Pero se dice que todo terminó en los 80’s, cuando un pistolero contratado por los Arellano Félix asesinó de manera cruel a la esposa de Héctor “El Güero” Palma y a sus hijos. Ahí terminó el respeto por las familias. Pero esto fue solo consecuencia del escenario que se estaba conformando en México con el predominio de los grupos criminales, que de ser unos villanos, de repente se volvieron ídolos y héroes de las nuevas generaciones.
Aquí es donde aparece el origen del mal en nuestro país. De repente una cultura donde prevalecían principios morales, fue sustituida por la cultura de la muerte. De las riquezas fáciles, de los ídolos que representaban nuevos factores culturales, que no se pueden calificar como valores. Los niños y los jóvenes pronto comenzaron a imitar lo que veían en la colonia. Lo que escuchaban en los corridos tumbados o los narco corridos. Lo que veían en las narco series, donde los criminales se volvían auténticos super héroes. Así se fue cambiando la cultura y nos fuimos acostumbrarnos a volvernos cómplices de la maldad.
Esta nueva cultura no era impuesta por los gobiernos, sino aceptada y adoptada por nuestra sociedad. A las autoridades se les exigía que tomaran el control del crimen, pero dejábamos abiertas las puertas de nuestros hogares y escuelas para que se colara lo peor de la escoria social. Y la prueba la vemos simplemente en los conciertos donde se cantan los narco corridos que todos corean. Y vemos a nuestros jóvenes aplaudir las imágenes de los narcos que aparecen en las pantallas.
Esto lo toleramos al principio pero ahora lo fomentamos al consumir la nueva cultura del crimen social. No calificamos de criminales a los narcos, sino muchos los ven como super héroes que enfrentan al gobierno.
Lo más cruel es que muchos niños serán reclutados para estar en estos infiernos. Muchos de ellos se volverán delincuentes y otros más víctimas inocentes de esta nueva cultura que invade nuestra sociedad.
Claro, ante tan horrendos crímenes optaremos por el camino corto y fácil de exigir justicia a las autoridades. Pero seguiremos en esa zona de confort cómplice y criminal de permitir que esta nueva cultura de la violencia se apropie de las mentes y los corazones de nuestros pequeños. Cierto, que cambiar todo implica un camino largo, pero al final será la única solución. De lo contrario tendremos que resignarnos a seguir llorando a nuestros pequeños.