El Arriscado; un ferrocarrilero pilareño amado y respetado
Don Justiniano sentado al frente del sistema de operación de la locomotora antes de iniciar su acostumbrado recorrido revisaba con atención todos los detalles. Al momento de partir suenan dos pitazos en señal de salida. Toma en su mano el reloj para ver la hora de partida
Por Enrique “Kiki” Vega Galindo
Don Justiniano Figueroa Peraza, conocido como “El Arriscado”. Desde el año de 1950 hasta su muerte vivió en Empalme, Sonora. Un pueblo tradicionalmente ferrocarrilero y beisbolero. Don Justiniano ayudó a forjar este risueño lugar. Don Justiniano fue un pilareño amado y respetado por aquellas personas quienes tuvieron el placer de conocerlo y convivir con él.
El Arriscado, nació en Nacozari de García el 26 de septiembre de 1916, fue hijo de Don Justiniano Figueroa y Doña María Peraza. Familia de buen vivir, es decir, de buena posición económica. Su apodo proviene por su prominente nariz, grande y abultada. Fue un hombre de complexión física robusta, alto y fornido. Toda su vida se vistió a la usanza de los antiguos ferrocarrileros. Usaba pantalón de mezclilla de pechera, camisola blanca, bien plegadita y almidonada, paliacate rojo al cuello, y uno más en la bolsa trasera del pantalón, gorra de mezclilla, zapatos altos de suela gruesa, color negro brillosos y lustrosos con punta de acero, sin faltarle su reloj reglamentario el cual lo traía agarrado con una cadena de oro amarrado en su pechera.
El sueldo que le pagaban por maquinista era de 14 pesos diarios (con dos pesos compraban un dólar), rayaba cada ocho días. Todos los días al entregar su locomotora en Nacozari, se bañaba, se vestía con un buen traje, corbata y zapatos finos de vestir. Agarraba su pick-up Chevrolet modelo 1930 de color gris y partía con rumbo a Los Pilares, a platicar y visitar las hermosas muchachas de aquel lugar.
Don Justiniano, “El Arriscado”, se jubiló en el año de 1984 un 2 de marzo, obtuvo su diploma de honor y medalla de plata por sus servicios al Southern Pacific y a Ferrocarriles Nacionales Mexicanos. Trabajó 35 años de maquinista, 10 años para la Moctezuma Copper Company y los restantes 25 a las dos compañías mencionadas.
Aprendió el oficio de Maquinista, enseñado por su Padre Don Justiniano (El Viejo), quien perteneciera a la tercera generación de maquinistas del conocido: Tren de la Mina. La primera generación empieza con Jesús García Corona (El Héroe de Nacozari), la segunda generación con: Pablo Córdova y Nicho Córdova, también padre e hijo.
El Arriscado perteneció a la cuarta generación y la última del Ferrocarril de la Mina o El Porvenir. Empezó su trabajo en los Talleres Generales de Nacozari, como Ayudante de Oficial. Su papá lo entrenó en la operación de la máquina de vapor o locomotora. Tras largos meses de enseñanza, aprendió el oficio. Para entonces contaba con la edad de 20 años. En la primera oportunidad que se le presentó agarró el trabajo de maquinista en El Porvenir. Sus ayudantes lo fueron: Fogonero: Señor Armando Tapia; Conductor: Señor Amado Arquídes; Garroteros: Señores Manuel Duarte y Santiago Duarte (Padre e Hijo); e Ismael Encinas.
El Maestro Mecánico General encargado de dar servicio a la Locomotora en El Porvenir lo fue el Señor Felipe Phelps “El Panochas” de nacionalidad norteamericana. “El Pirras” era el Inspector General de la Locomotora. Este trenecito fue y ha sido la construcción más maravillosa de la arquitectura e ingeniería en ferrocarriles como no ha existido otra en Sonora.
Para la época que reseñamos El Tren de la Mina solo contaba con dos máquinas: la Número 4 y la Número 6. Que funcionaba con aceite, las anteriores funcionaron con carbón o coque. Cada semana descansaba una de ellas en los Talleres de la Casa Redonda en Nacozari. Donde las pintaban, engrasaban, aceitaban, purgaban, descarbonizaban, torneaban ruedas, frenos, ejes, muñones, pistones de las ruedas, en fin todo un servicio en general. Un trabajo minuciosos supervisado por el Oficial Mayor del Taller o Maestro Mecánico General. Quien fuera el Señor Alfredo Calman, encargado del “supply” que era un almacén donde había todo tipo de herramientas y refacciones. Había desde un clavo hasta un torno.
El Trenecillo realizaba tres viajes diarios. En la mañana temprano salía de Nacozari, cargado de madera, refacciones, accesorios, productos varios alimenticios, medicamentos, hielo y refrescos embotellados. Descargaba en el almacén, e inmediatamente realizaba un movimiento de switcheo o de acomodo en La Redonda de El Porvenir, para enganchar las 12 góndolas de acero cargadas de cobre en greña cada una con 30 toneladas.
El primer viaje lo realizaba a las 8 de la mañana, el segundo viaje a las 12 del día, y el último viaje a las 4 de la tarde. Después de cumplida la jornada de trabajo, la locomotora se iba a dormir a Nacozari, donde se le daba servicio y se cargaba de nuevo con el material solicitado en la mina y los comercios de Los Pilares.
Don Justiniano sentado al frente del sistema de operación de la locomotora antes de iniciar su acostumbrado recorrido revisaba con atención todos los detalles. La caldera de la locomotora contiene ¾ de agua para producir vapor, el manómetro de presión de la caldera marca como tope máximo 200 libras, la aguja del indicador se debe de mantener entre 190 y 195 libras de presión constante, en caso de excederse una válvula de seguridad explota abriéndose para expulsarlo. Un inyector se encarga a su vez de mantener el agua al mismo nivel.
Al momento de partir se suenan dos pitazos en señal de salida. La campana de cobre bañada en oro toca incesantemente. El conductor toma en su mano el reloj para ver la hora de partida. Los garroteros dan la señal de vía libre. El Arriscado, alegremente con el cuadrante en la mano derecha y el machete en la mano izquierda, que vienen a ser dos palancas de acero que se mueven lenta y pausadamente en forma encontrada. El cuadrante se encuentra casi cerca de la cara, se mueve en forma horizontal, debajo de la manivela de la palanca tiene una base en forma de media luna con varias hendiduras, por donde se recorre un indicador, que le permite detenerse o atrancarse en caso necesario de hacerlo el maquinista. El Machete está en el suelo, pegado a la caldera, es una palanca más larga con un clutch o embrague para facilitar su movimiento. Ambas palancas están encargadas de permitir que la maquina avance paulatinamente.
Al principio del arrancón, el pistón de la rueda motriz se hace largo y las ruedas carretillas empiezan a girar y patinar. Las areneras sueltan su carga sobre los rieles para ayudar a que la locomotora camine fácilmente. El regulador le da potencia. El fogonero se encarga de inyectarle aceite para que empiece a quemarlo la máquina, cuidándose de que no se suelte un “torito” que viene a ser un escupitajo o un flamazo de lumbre, o en todo caso un “golpe de agua” que es una vomitada de agua hirviendo con hollín que sale de la caldera. A través de los tubos de distinto diámetro que rodean interiormente la caldera, un dispositivo llamado “perico” distribuye el humo, y el “sacador” lo envía al exterior por el “chacuaco” que es la chimenea o filtro. Los purgadores sueltan chorros de vapor hacia ambos lados de la máquina. Entonces el pistón de la rueda motriz poco a poco se va recortando y aumenta la velocidad de marcha.
Para que la locomotora avance se han requerido de tres horas de trabajo, entre el maquinista y el fogonero. De allí en adelante estaba en juego la pericia de Don Justiniano y donde ponía en acción sus habilidades y capacidad para evitar a toda costa que la locomotora se desboque. El trenecillo recorría un camino alegre y simpático desde El Porvenir a La Concentradora. El tiempo de recorrido era de 30 minutos. La velocidad a que Don Justiniano lo movía era de 5 kilómetros por hora. Por ser el camino una elevada pendiente llena de curvas.
La gente al ver pasar el trenecito le gritaban a Don Justiniano: ¡pítale! ¡Pítale! ¡Verás que bonito se oye! El sonido del silbato se escuchaba por todos lados al rebotar el eco entre medio de los cerros e irse perdiendo en la lejanía. Pasaba por el cerro “El Barrigón” del cual en un principio la Moctezuma sacó millones de toneladas de cobre. De allí al famoso Puente Colorado el cual cuenta con una longitud de 50 metros (todavía existe), y su profundidad es igual. Es una barranca. Llegaba al “Seis” (donde explotó la Máquina 501), donde hacía una breve parada para revisar la carga y los frenos. Enseguida agarraba camino para El Molino de La Concentradora. Casi al final de la vía empezaba el Puente Volado que medía 100 metros de largo y 50 metros de profundidad. Se paraba en seco antes de entrar a esta estructura y volvía a checar la carga y los frenos. Entraba al puente de frente. Lentamente. La locomotora casi no se movía. El avance “finito” a vuelta de rueda. Mientras tanto los garroteros iban abriendo las compuertas de abajo y de los lados de cada góndola que tenía un espinazo o columna vertebral en medio para que se vaciara el metal. El cual se precipitaba al vacío por su propio peso dentro de unos enormes depósitos llamados “chutis” o tolvas de acero con capacidad diaria para 3,000 mil toneladas. En otra oportunidad les compartiremos el viaje del tren de la Moctezuma Copper Company de Nacozari de García, a Douglas, Arizona.
*El Autor es: Sociólogo, Historiador, Escritor e Investigador.
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