El inclasificable Martín Caparrós

Al autor argentino parece que no le gusta hablar de “La Historia”, esta obra bizarra y de culto, y esquiva el intento de hallarle alguna clase de justificación ética o estética, como si por sí solo pudiera explicarse
Por Imanol Caneyada
Si hay una frase de su autoría que define al escritor Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es esta: “¿Para qué sirve la literatura sino para producir más literatura que a su vez sea consumida como literatura para que a su vez produzca más literatura?».
El periodista y novelista argentino, durante su participación el pasado viernes en el marco de la Feria del Libro de Hermosillo, se definió como un tipo obsesivo que cuando toma un tema no para hasta agotarlo.
Sólo así pueden explicarse dos de sus monumentales libros, uno en clave de periodismo narrativo, “El hambre”, y el otro desde una ficción delirante: “La Historia”.
Cuando termina la presentación de este último en el Callejón Velasco, después de charlar un rato sobre la situación en Cataluña, le pregunto sobre cómo le ha ido a la reedición que Anagrama acaba de sacar de una novela que publicó a finales de los noventa y que le llevó diez años escribir.
Se encoge de hombros y dice: “Qué sé yo, bien, supongo, no sé, nadie lee”.
Antes, en el escenario, acompañado de la periodista Mónica Maristáin, ha tratado de explicar sin mucho éxito este extraño libro que va más allá de una novela, que quiere abarcarlo todo en un reino imaginario que el escritor construyó durante una década, en el que incluyen sus leyes, costumbres, canciones, obras de teatro, una locura narrativa nada complaciente con el lector.
“En un encuentro me preguntaron: ¿cuál es el libro que habría querido leer? Y aunque al principio me pareció una pregunta extraña luego acabé pensando que sería precisamente este, el que acabé por escribir, la enciclopedia de Borges”, dice este reportero trotamundos en un intento de calificar lo que no es, según sus palabras, más que un capricho al que volvió durante una década hasta que lo consideró terminado.
A Caparrós parece que no le gusta hablar de esta obra bizarra y de culto, y esquiva el intento de hallarle alguna clase de justificación ética o estética, como si por sí solo pudiera explicarse.
El problema es que en este país de tan pocos lectores pero de un exagerado culto al autor, lo que queremos todos es que nos cuente de qué va y cómo lo hizo, no leerlo.
Son más de mil páginas en un volumen de pasta dura, bello y pesado, con el que podría descalabrarse a alguien de un buen golpe.
Y es que ‘La Historia’ es un manual de una civilización desaparecida en la que caben muchas cosas, no siempre las que se esperan: una nueva forma de considerar el tiempo, un tratado sobre la revolución que quizá inspirara a la francesa, la forma en que se vive sin Dios y por lo tanto sin culpa, nuevos códigos morales y sexuales que incluyen un tratado sobre la masturbación e incluso pastiches poéticos al más puro estilo Siglo de Oro. Armado todo ello a base de digresiones y estructuras laberínticas.
Pero Martín Caparrós define su libro preferido así: “Está lleno de sandeces”.
“La Historia”, cuenta el autor, parte del cuento de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en el que se sugiere una civilización perdida.
“Yo cometí el error que no cometió Borges, él la sugirió, yo decidí escribir sobre toda ella”.
En algún punto, este libro también trata sobre la argentinidad:
“Mi protagonista, el historiador mediocre, está convencido de que esa civilización es preargentina, solo porque él lo es y a los argentinos les pasan estas cosas, lo que me permite un tono de farsa. Y si hay que sacar una conclusión de todo esto es el hecho de que la argentinidad siempre es susceptible de ser un error”.
Cuando surgió la oportunidad de reeditar este libro en Anagrama, el cual estaba prácticamente desaparecido y del que circulaban algunos ejemplares a precio de oro por su singularidad y su escasez, el autor tuvo que volver a leerlo.
“Releer esas mil páginas fue una experiencia muy extraña en la cual tenía, sobre todo, dos extrañezas muy fuertes, por un lado me parecía que era el libro más raro que había leído en décadas. Todo era muy raro. Es un mundo, hay muchos mismos libros que tratan de inventar un mundo, pero este trata de inventar una forma de inventar ese mundo, una cosa es contar un mundo con la prosa habitual de todos los días, fácil, accesible, este busca también un estilo y una estructura que sea propia. Tiene esa dificultad y ese atractivo, entonces la primera rareza fue decirme qué raro es este libro, y en una época donde la mayor parte de los libros se parecen eso me sigue atrayendo. Y después vino la segunda rareza y fue decirme qué raro que yo haya escrito este libro, ¿quién es ese señor? Porque pasaron muchos años y había pasajes que me sorprendían muchísimo”.
Algo así pasa con “El hambre” (Planeta 2014), un durísimo ensayo crónica en el que Caparrós viajó por la India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos, España, con la intención de descubrir los mecanismos políticos, económicos y culturales que hacen que casi mil millones de personas no coman lo que necesitan.
Dice Martín Caparrós sobre esta investigación en la cuarta de forros:
“Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en –digamos– ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado”.
Así es Caparrós, provocador, intenso en la escritura, parco en el habla, siempre con esta idea de que los libros deben explicarse por sí solos.
Pero está en México, en donde adoramos a los autores aunque no los leamos. De Hermosillo parte a la Feria del Libro de Oaxaca; allá deberá, una vez más, tratar de explicar qué demonios quiso hacer con “La Historia”, ese libro inclasificable.