El relativismo, verdugo de la verdad
El mundo de la ética es fácil ver los estragos que ha causado el relativismo. Hemos pasado de creer en la existencia de unos ciertos valores y principios inmutables y válidos para todos los hombres en cualquier tiempo y lugar, a creer que no existe nada permanente
Por Dr. Jorge Ballesteros
El siguiente texto del sofista Protágoras (481-401 a.C.) resume ejemplarmente esta doctrina:
«Sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo sostengo con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el tiempo que dura ese parecer».
Así, pues, para los sofistas, la areté o virtud moral es inapelablemente un punto de vista subjetivo. Son los individuos o los grupos humanos los que, según las circunstancias y según su conveniencia, determinan lo que está «bien» y lo que está «mal» en cada caso. Como decía Protágoras, el parecer de los hombres es «la medida de todas las cosas». En el terreno de la moral todo es cuestión de opinión.
En nuestra época neomodernista estamos viviendo una profunda crisis de valores, una nueva ideología que está fagocitando a la Ética, una inversión total de nuestro pensamiento, y una negación de la verdad, un pensamiento débil que cada día se afianza más y que es lo que predomina cuyo resultado es un relativismo que está vaciando al hombre de todos sus valores y certezas
El mundo de la ética es el mundo en que es más fácil ver los estragos que ha causado el relativismo. Hemos pasado de creer en la existencia de unos ciertos valores y principios inmutables y válidos para todos los hombres en cualquier tiempo y lugar, a creer que no existe nada permanente, que todo cambia, que todo vale, que cualquier forma de comportamiento es aceptable y que ningún tipo de conducta debe ser condenada ni rechazada puesto que en verdad no existen normas universales que sirvan para decirnos qué es lo bueno y qué es lo malo, que toda moral es relativa.
Se caracteriza por una interpretación muy peculiar del concepto de verdad considera que la norma de la verdad no es el objeto acerca del cual se emite un juicio, sino otra cosa, por ejemplo la psicología del sujeto, lo que se afirma en el ambiente, las condiciones culturales de una sociedad.
Toda verdad es relativa en el sentido de que sólo es válida en relación con el sujeto que piensa; por tanto el bien, la ética, la religión, etc., solo valen para el sujeto, o a lo más para un grupo de sujetos, ello en dependencia de diversos condicionamientos, sin que sea admisible verdad alguna necesaria.
En cambio en la filosofía Realista, el objeto es la medida de la verdad válida para todos los sujetos enteramente igual, sean cuales fueren las condiciones en que se produce el conocimiento, pero en el neomodernismo actual, el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería de ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz.
La verdad se vuelve entonces relativa en el sentido de que existe para una persona y puede simultáneamente no existir para otra. Con ello el relativismo rechaza la validez universal de la verdad. Para el relativismo tampoco hay valores absolutos que valgan. Se atribuye a estos una validez relativa solo tienen importancia para un hombre, raza o tiempo determinados. Decir que una cosa es buena, es simplemente expresar nuestro sentimiento hacia ella; y nuestro sentimiento hacia ella es el sentimiento que hemos sido condicionados a tener.
En este nuevo escenario de ‘pensamiento débil’, la idea directora de todo debe ser la de un relativismo supuestamente respetuoso de todas las opciones y posturas, ya que precisamente se trata de dejar a un lado las pretensiones de poseer verdades absolutas, para poder dar cabida a la multiplicación de las interpretaciones personales, en un mundo diverso y plural.
Es por esto que hoy desde todas las instituciones y medios de comunicación se difunde una especie de veneración religiosa por el relativismo, de tal manera que si uno quiere ser parte exitosa de la nueva sociedad debe asumir como «principio» que todo principio vale. Y por el contrario, si se defiende una postura distinta a la del relativismo y el pensamiento débil, de inmediato se verá uno excluido y condenado al ostracismo social.
Como dice José Ignacio Munilla, “confusión entre lo bueno y lo rentable: en la medida en que el hombre ha perdido conciencia de su dignidad natural y sobrenatural, se sustituye la estima del «ser» por la del «tener». Aquello que dice el refrán: «El dinero no nos hace felices, pero es lo único que nos consuela de no serlo». Alergia a las preguntas últimas o definitivas. El pensamiento débil no acostumbra a preguntarse si algo es verdad o mentira, ni siquiera si es bueno o malo. Más bien, los planteamientos se derivan hacia otros matices menos comprometidos: practicidad, conveniencia, etc.”.
El pensamiento débil es, entonces, la marca característica de la sociedad actual, y su fruto más evidente es el relativismo, que hoy vemos triunfar por todas partes, con ese desprecio por la verdad que llega hasta el desprecio por quienes piensen distinto a los propios relativistas.
Lo característico de la mentalidad relativista pues, es pensar que en definitiva todas las tesis tienen igual valor y el mismo derecho a ser socialmente reconocidas. A nadie se obliga a casarse con una persona del mismo sexo, pero quien quiera hacerlo debe poder hacerlo. Es el mismo razonamiento con el que se justifica la legalización del aborto y de otros atentados contra la vida de seres humanos que, por el estado en que se encuentran, no pueden reivindicar activamente sus derechos y cuya colaboración no nos es necesaria. A nadie se le obliga a abortar, pero quien piense que debe hacerlo, debe poder hacerlo.
El albedrio nos permite escoger entre el bien y el mal, lo correcto de lo incorrecto; de nuestras propias decisiones, lo que vivamos serán las consecuencias de nuestras propias acciones.
«La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos».