General

Las mil batallas de Martín Lugo  


Fue un político de cepa, auténtico, de vocación para el trabajo y con una gran dedicación a las tareas públicas

Por Bulmaro Pacheco
¿A poco le tienes miedo a la muerte, Martín? Le pregunté semanas atrás, cuando con optimismo informaba a los del café del boliche —a donde acudía con frecuencia— sobre su recuperación del cáncer de garganta que lo había afectado el último año y su cirugía —en apariencia exitosa— que le habían realizado en el mes de abril.

“¿Qué miedo le voy a tener a la muerte, si a cada rato la enfrento?”, contestó. Eso sí, aclaró: “Quisiera una muerte no lenta, ni dolorosa, que fuera como un suspiro, como quedarme dormido y ya no despertar, sin sufrimientos y sin darle lata y molestias a nadie… ¡no causar lástima!”.

“Difícil, pero tengo muchas ganas de vivir, mucho por hacer todavía, y confío que los tratamientos habrán de ayudarme a recuperar la salud. Me siento todavía joven y con mucha energía para trabajar”, remató.
Tenía razón Martín.

Inquieto por naturaleza, reconocido por propios y extraños, avispado y siempre con mucho olfato político, estaba en la polémica cotidiana y no eludía los riesgos y los costos de entrarle a todos los temas, incluidos los más escabrosos. Así era Martín Lugo, así fue siempre, auténtico e inquieto. Nunca hablaba por hablar, siempre fundamentaba sus dichos y aseveraciones. 

¿Pendientes con la vida, Martín? “Sí, bastantes. Siento que todavía hay mucho qué hacer para atender las cosas que nos afectan a todos. Me preocupa el estancamiento que padecemos en nuestra vida pública y la degradación que ocurre en la actividad política, sin distinción de partidos. Ni México ni Sonora avanzan como muchos quisiéramos y sobre todo hay que trabajar mucho para que el PRI se recupere pronto y salga de sus crisis… La actual es una de las peores”, sentenciaba. 

“Y que no me salgan con que me alejé del PRI”, dijo cortante. “Aunque he trabajado para otros candidatos por amistad y por ayudarles… además, de algo tengo que vivir. Nunca me he ido del PRI, pero como todos, tengo familia y necesidades. ¿Cuándo me has visto despotricar contra mis amigos priistas o contra el partido, como otros? Nunca”, decía.
Había cumplido 57 años apenas el 30 de enero de este año cargando ya con los problemas con la enfermedad que se empezó a manifestar meses antes, con una hinchazón en la parte izquierda del cuello que poco a poco le fue creciendo.

“Nada del otro mundo”, nos decía. “Ya estoy en manos de los doctores y pronto todo volverá a la normalidad”, afirmaba.
Después de largos y penosos tratamientos en hospitales públicos y privados y con la ayuda de verdaderos amigos y familiares, casi todos creímos que había superado la enfermedad —cuando menos la fase más agresiva—. Eso fue motivo de alegría para quienes siempre amigos de Martín ya lo extrañábamos en la convivencia política, que había sido su pasión, su verdadera vocación.

Nos dio gusto a todos los asiduos visitantes a los lugares de reunión, que anduviera optimista y dicharachero y que sintiera realmente superados los incómodos sufrimientos causados por la enfermedad y los dolorosos tratamientos a que se había sometido en los últimos meses. 
La enfermedad le había cambiado notablemente su aspecto físico, pero no su alegría de vivir ni su optimismo contagioso. 

¿Piensas regresar a la talacha política, Martín?, le pregunté. 
“Sí, ya estoy en contacto con el nuevo dirigente del PRI (en ese tiempo Onésimo Aguilera) para buscar reincorporarme a las tareas que él considere necesarias, en las que pudiera participar y aportar algo de mi experiencia, de preferencia a medio brazo y de medio tiempo, porque, por lo que veo y siento, el tratamiento y las curaciones van a retrasar mi vuelta a una vida normal. Seguramente van a quedar secuelas de la maldita enfermedad y tendré que someterme a un cambio radical de vida; pero sí, pienso hacer política y ayudar en lo que se considere necesario que yo haga. Tengo ganas de entrarle ya”, dijo.

“Además, me he dado cuenta en esta etapa de mi vida, y haciendo un buen balance a mi edad, que cuento con muchos amigos, no le he hecho mal a nadie, no he ofendido a nadie, que yo sepa, y a todos los puedo ver de frente. Eso sí, he cometido errores, como todos, muy humanos, pero nadie podrá decir que en mi amistad y con mis afectos haya defraudado a nadie en la amistad o la solidaridad con los verdaderos amigos”.

“Ha sido mucha la solidaridad recibida en esta etapa de la enfermedad, lo que me ha dado la oportunidad de, en mis largas horas de soledad y reflexión personal, de valorar a los amigos y a la gente cercana que no esperaba se acercara a ayudarme”, concluía. 

Martín Lugo, un político de cepa, auténtico, de vocación para el trabajo y con una gran dedicación a las tareas públicas, recordaba sus orígenes en el Frente Juvenil Revolucionario del PRI de mediados de los ochenta en adelante. Hijo de Adela Félix y Octavio Lugo Rosales, que procrearon 11 hijos, nació un 30 de enero de 1965, en Navojoa. 

Muy joven, impulsado por el célebre Rosario “Chayo” Ruelas y su dirigente juvenil estatal Fernando Heras amplió su participación política. Tenía fama de talachero y de mucho trabajo. Para Martín no había horarios ni distancias. Viajó por toda la entidad en trabajos de organización, y muy pronto se ganó el respeto de los miembros de su organización. 

También de los dirigentes partidistas que desde un principio le observaron mística, vocación política y capacidad de liderazgo. 

A los 23 años, en julio de 1988 fue electo diputado local suplente en la LII Legislatura, en fórmula con Julián Luzanilla Contreras, en el distrito IX con cabecera en Ures. Ocupó la titularidad de la diputación en el momento en que Luzanilla fue postulado candidato a diputado federal de la CNC. Es decir, fue diputado propietario durante 6 meses, y eso le bastó para destacar en una legislatura con personajes de la talla de Adalberto Rosas, Leonel Arguelles, Óscar Ulloa, Cecilia Soto, Héctor Parra, Roberto Sánchez Cerezo, Ángel Cota Leyva y Juan Ceballos, entre otros. 

Fue secretario del ayuntamiento en Santa Ana en el período 2006-2009. 
Trabajó después cerca de Ricardo Bours y apoyó a Javier Ruiz Love en su campaña para la municipal de Huatabampo en 2018. 
Con frecuencia recordaba con tristeza y nostalgia a su hermano Nemesio, asesinado en el 2007. Nunca se recuperó de ese golpe. 

Participó en muchas batallas. Muchas las ganó, otras las perdió. A pesar de su lucha, no pudo con la enfermedad y ésta lo venció a las tres de la tarde con cuarenta minutos del pasado lunes 3 de octubre. 
Al darle la despedida a Martín en la funeraria, pude observar el cúmulo de afectos que construyó a lo largo de su vida. 

Amigos de varias generaciones con auténtico sentimiento de amistad y solidaridad acudieron a despedirlo y a ponerse a las órdenes de la familia, al tiempo de hacer guardia ante el humilde féretro gris, que guardaba sus restos. 

No hay otra forma de agradecer y reconocer la amistad, solidaridad y compañerismo de Martín más que recordarle con estas líneas que al mismo tiempo, tratan de honrar a quien en vida supo ser congruente y leal a la amistad, a su vocación y a las causas por las que luchó siempre. 
Descanse en Paz Martín, el de las mil batallas.
 
[email protected]