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Legisladores de Morena aprueban el crimen de la eutanasia en Sonora

El dolor, el sufrimiento y la muerte no son un obstáculo a la vida humana, son ingredientes de ella. No es fácil comprender el valor positivo del sufrimiento, cuando en nuestra cultura, el placer sensible es un valor supremo

Por Dr. Jorge Ballesteros

Esta perversa ley de la eutanasia que la izquierda aprobó en el Congreso es siempre una forma de homicidio, porque un hombre da muerte a otro, por un acto positivo o por una omisión. Es un acto grave de violación a la ley moral de no matar.

La aprobación de la ley de Eutanasia o de Voluntad Anticipada en Sonora, fue en la sesión del pasado martes 27 de abril cuando el diputado de Morena, Martín Matrecitos, presentó esta iniciativa ante el Pleno del Congreso y con el voto de la mayoría de los legisladores pasó sin mayor problema, sin oposición.

Se les acaba el tiempo a los legisladores de Morena, saben que en las próximas elecciones del 6 de junio van a perder la mayoría, por eso tratan de sacar todas las propuestas basura, para cumplir con la agenda Globalista de Soros, de quien son lacayos, al igual que el Tartufo de palacio.

Estos legisladores ignorantes desconocen completamente cuál es el fondo de estas leyes y otras como el aborto, ellos solo proponen lo que les dan y levantan la mano cuando les dicen, no les importa que condenen a la muerte a personas enfermas o mayores, ni a niños inocentes todavía en el seno de su madre, con sus acciones, ellos solo quieren quedar bien con el cacas, a ver si se pueden reelegir o agarrar algún   hueso en el gobierno de cuarta.

Tratan de disfrazar esta ley como un acto de caridad para las personas que sufren, que son ancianas y que dicen no viven una vida digna, y alegan supuestos derechos a una muerte digna.

Su ignorancia es manifiesta en cuanto a la dignidad personal, ya que se da una grave confusión entre la dignidad de la vida, en el sentido de modos de vivir y la dignidad de la persona.

La dignidad que tiene el hombre por el hecho de ser persona, no se pierde en ninguna circunstancia de la vida, el hombre siempre será digno, independientemente de su salud o enfermedad, riqueza o pobreza, juventud o vejes. Esa dignidad que tiene la persona le acompañará desde la concepción hasta su vejez y muerte.

La dignidad es intrínseca, universal, inalienable, inmune a las influencias de fortuna o de gracia, refractaria al proceso de morir.

Por consiguiente, la persona indica lo más digno y lo más perfecto del mundo. “La persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza” o como dice Santo Tomás: “Es lo más digno de toda la naturaleza”.

De este modo expresa también lo que posee más ser, y, por lo mismo, lo más unitario, lo más verdadero, lo más bueno y lo más bello. Por ello, de los derechos humanos, el primero es el de la vida, es independiente del estado de salud.

Ciertamente hay vidas dignas, e indignas, e igualmente muertes dignas e indignas, pero la persona tiene siempre la misma dignidad. Desde su inicio hasta su fin. No se fundamenta en aspectos biológicos, o éticos, o de otro tipo.

Todos los hombres y en cualquier situación de su vida, independientemente de toda cualidad, relación, o determinación accidental y de toda circunstancia biológica, psicológica, cultural, social, etc., son siempre personas en acto. Un enfermo, un moribundo es tan persona como uno sano.

Una muerte digna no implica la ausencia de dolor. No es un criterio apto para medir la dignidad humana.

La eutanasia no es un signo de civilización o de progreso. Pueden dar esa falsa apariencia, porque parece una forma más de luchar contra el dolor y el sufrimiento, que tanto ha progresado en nuestra época.

Pero lo que hace es eliminar al que sufre para que deje de sufrir y así se dice no pierda dignidad. Sin embargo, un humano no pierde dignidad por sufrir. Lo indigno es basar la dignidad del hombre en el hecho de que no sufra.

El derecho a la vida deriva directamente de la dignidad de la persona. Todo ser humano tiene derecho a la vida por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, por ser persona.

La enfermedad no afecta a este derecho. No se puede hacer depender el derecho a la vida a la calidad de ésta, a una “mala calidad de vida”.

El diputado de Morena, Martín Matrecitos, fue quien presentó la iniciativa ante el Pleno y fue votada por mayoría en el Congreso.

El dolor y la muerte no sirven para medir la dignidad humana, no es “control de calidad”. La vida humana es siempre vida personal y goza de la dignidad de la persona.

El dolor, el sufrimiento y la muerte no son un obstáculo a la vida humana, son ingredientes de ella. No es fácil comprender el valor positivo del sufrimiento, cuando en nuestra cultura, el placer sensible es un valor supremo, por encima de él no existiría nada superior. Fuera del placer, no hay nada.

Es una nueva idolatría y puede decirse que, en estos momentos, se vive “la religión del placer”. La idolatría del placer hace al hombre débil en todos los sentidos, le corrompe y le debilita. El ser humano no se forja con placeres, sino en la fragua de la austeridad y del esfuerzo personal.

El dolor no destruye al hombre, al contrario permite que se pueda engrandecer. “El padecer enseña; y quien no lo conociera, no conocería la vida en toda su realidad; porque el sufrimiento es parte imprescindible de ella”.

La verdadera compasión no consiste en matar al enfermo, los motivos por los que se actúa, aunque sean buenos no cambian el fin intrínseco del actuar. La verdadera piedad y compasión no consiste en quitar la vida del que sufre, sino en ayudarle. Lo humano no es matar a los disminuidos, los enfermos o moribundos, sino en estar junto a ellos.

Es natural tener miedo a morir y hacerlo de modo doloroso.   Sin embargo, la experiencia enseña que enfermo que sufre, cuando pide que lo maten, está pidiendo que le alivien los padecimientos, su soledad, su incomprensión, la falta de afecto.  Si los recibe, deja de solicitarlo.

Debe reconocerse que el moribundo tiene derecho a una muerte auténticamente digna.

Este derecho, además de incluir los derechos de conocer la verdad de su situación, de decidir sobre las intervenciones que se le ha de someter, el derecho a no sufrir inútilmente, se refiere también al de recibir consuelo y esperanza, que le alivien el sufrimiento moral.

Siempre este modo de paliar el dolor del enfermo ha estado presente en la deontología médica. Es conocido el antiguo aforismo médico de que si no puedes curar tienes que aliviar, y si no puedes aliviar, debes consolar.

En la actual medicina paliativa, procuran atender al paciente para ayudarle a tener verdaderamente una buena muerte.

No se le mata, sino que se le ayuda en el trance de la muerte, porque ayudarle a morir no es lo mismo que matarlo.  Esta medicina paliativa, que hoy se considera una especialidad médica, no es una alternativa a  la eutanasia.  El cuidado paliativo es un acto médico.

La acción eutanásica no es un acto médico sino un acto homicida impropio del médico.  La eutanasia no es una forma de medicina.  La razón de ser de  la medicina es la curación del enfermo, guardando siempre del respeto a la dignidad humana. 

El médico nunca puede provocar la muerte, aunque sea por compasión.

La Eutanasia es un homicidio, es un grave atentado a la vida humana y a su dignidad.  La eutanasia no es un acto médico sino un acto inmoral y antisocial.

Hay que distinguir entre la obstinación terapéutica de lo que son cuidados solícitos y constantes obligatorios.

El criterio moral es que se puede legítimamente dejarse de emplear tratamientos extraordinarios o desproporcionados a los resultados y que las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si tiene capacidad, o por los que poseen los derechos legales, y siempre que no haya una voluntad suicida.

El médico tiene que dejar que la naturaleza siga su curso. No hay eutanasia, no hay deliberada voluntad de acabar con la vida, no se busca deliberadamente la muerte, sino que se acepta su llegada, aunque en las condiciones menos penosas.

Tampoco tiene este poder el individuo. No es legítima la decisión de una persona de disponer de su propia vida.  Nadie tiene derecho a eliminar ninguna vida humana, ni tampoco la vida “propia”.

Por otra parte, se tiene el deber moral de prestar ayuda a alguien en peligro de muerte, y es también un delito no hacerlo, porque toda persona tiene derecho a que los demás la ayuden cuando está en peligro.

El suicidio jamás puede ser considerado un derecho del hombre.  El derecho a la vida es inalienable e irrenunciable.   La vida es un bien irrenunciable. No se puede negociar con nadie, ni siquiera con nosotros mismos.

La negación de la licitud del suicidio no implica una violación del derecho a la libertad. Por el contrario, lo protege.  Es cierto que la libertad es el poder radicado en la razón y más inmediatamente en la voluntad, de hacer o no hacer, de hacer esto o  aquello.

En la libertad intervienen tres elementos: la voluntad, como principio intrínseco; el fin: el bien propio; y un acto: la elección.  La libertad humana es querer el bien elegido.

Así cuando decide su propia muerte, el hombre usa su libertad pero la usa mal, porque no elige su bien, no la utiliza con un adecuado uso ético.

La vida es un bien que supera el poder tanto del individuo como del estado y, por ello, la eutanasia, es moralmente inaceptable, aunque algunas personas la defiendan de buena fe.

Es un homicidio, que hay que rechazar y excluir como criterio ético y legal, por ser contrario a la dignidad de la persona humana y peligroso para la convivencia social y la regulación de las relaciones entre los ciudadanos.

“Si una madre puede asesinar a su propio hijo en su seno, ¿que impedirá que nos matemos unos a otros? Con el aborto las madres aprenden a matar a sus hijos, con la eutanasia los hijos aprenden a matar a sus padres”. “Somos la generación que se destruye a sí misma”.