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MTV: cuando los del parabólico eran los reyes del barrio

Por Alberto Moreno – Periodismo sin corbatas

En los ochenta, allá por los tiempos en que en Hermosillo las calles olían a polvo caliente y las bicicletas eran nuestro único Uber, apareció un rumor entre los chamacos: “hay un canal que pasa pura música, todo el día, con videos”. Nadie sabía bien qué era eso. Hasta que uno vio, en casa de un primo con parabólica, un cohete despegando y una voz diciendo: “Ladies and gentlemen, rock and roll”. Era MTV, y desde ese momento nada volvió a ser igual.

 

La señal que venía del cielo

Antes de que llegara el cable formal, en las colonias se distinguía quién tenía parabólica. No por presumir, sino porque en la azotea brillaba aquel disco metálico que parecía un platillo volador. Era la marca de la clase media aspiracional de Sonora: los que podían ver películas sin comerciales, caricaturas diferentes y un canal gringo que transmitía música 24/7.

A los demás nos tocaba escucharlo de oídas. En la secundaria corrían versiones de lo que se veía allá: “salió un moreno que baila al revés”, “una rubia loca se casó en el escenario”, “un grupo inglés hizo un video donde flotan en el espacio”. Hablar de MTV era hablar de otro planeta.

Las familias con parabólica eran como los embajadores de la modernidad: “vamos a ver videos en casa de los Pérez”, decían, y allá íbamos todos con la ilusión de descubrir qué era eso de ver la música.

 

Cuando MTV se volvió religión

Era 1984 y Madonna se revolcaba con un vestido de novia en los Video Music Awards. Michael Jackson convertía cada video en una mini película. Y MTV empezaba a definir cómo debía verse un artista. No bastaba con cantar bien; había que tener una imagen.

Los noventa trajeron la versión latina. MTV Latinoamérica llegó con acento argentino y mexicano, y los VJs se volvieron parte de la familia. De pronto, en las teles sonorenses sonaban Caifanes, Soda Stereo, Café Tacuba. Fue como si la música que ya escuchábamos en cassettes tomara cuerpo y color en la pantalla.

Y luego vinieron los Unplugged, esos conciertos donde el ruido se hacía silencio y la emoción se desnudaba. El de Nirvana fue una especie de funeral adelantado. El de Charly García, un caos hermoso. En aquellos años, MTV era más que un canal: era una escuela sentimental para toda una generación.

 

De la revolución al reality

A finales de los 90, el canal empezó a mutar. Primero fueron The Real World y Road Rules, y uno pensó: “bueno, no pasa nada, son realities con música”. Pero después llegaron Jackass, Pimp My Ride y Jersey Shore, y ya no sabías si estabas viendo MTV o una comedia involuntaria.

El canal que nos había enseñado a soñar se volvió un escaparate de gente gritando. Los videos se fueron a la madrugada, y los jóvenes —los de antes y los nuevos— empezaron a migrar. Primero a la radio, luego al internet, y finalmente a YouTube.

La revolución sin manos que fue MTV se disolvió en la red.

 

Epílogo con sabor a nostalgia sonorense

Hoy, cuando alguien menciona MTV, los de cierta edad sonreímos con nostalgia. Recordamos aquella emoción de ver algo “de otro mundo” desde un cuarto sin aire acondicionado, en una tele de bulbos, con el volumen bajito para no despertar a los papás.

MTV fue nuestro primer puente con el mundo moderno. Y aunque ya no exista como lo conocimos, cada video en TikTok o cada concierto grabado con celular es heredero de aquella señal pirata que cruzaba el cielo del desierto sonorense.

Los que tenían parabólica no lo sabían, pero eran los adelantados, los que nos mostraron el futuro. Y los demás, los que mirábamos desde abajo con envidia buena, entendimos algo simple pero poderoso: la música ya no solo se escuchaba… también se veía.