No basta ser digno… también hay que parecerlo
Por Feliciano J. Espriella/
Antes eran los miembros del partido en el poder sólo a los que había que mantener y soportar sus corruptelas. Ahora hasta perdiendo les tocan cotos de poder como pluris y otros artilugios que inventaron
Los partidos políticos mexicanos requieren urgentemente cambios profundos. Hundidos todos en lo profundo del descrédito, no tienen más alternativa que la búsqueda de alianzas con la sociedad para reencauzar la vida institucional de un país que se les está desmoronando entre las manos.
Si no logran un reencuentro con la población que ya no les cree ni cuando hablan con la verdad, el país, este país, nuestro país, seguirá pendiente abajo en una espiral descendente que va cobrando velocidad en la medida que transcurre el tiempo.
El cinismo de la clase gobernante es cada vez más patético. A diario hablan de lo bien que estamos, a su discurso demagógico del “nunca hemos estado mejor”, la gente empieza a comprender el sentido profundo de la frase, y principia a gritar que “ya es tiempo de que estemos mejor”.
¿Cómo es posible afirmar que estamos mejor cuando en el mundo entero hemos sido exhibidos como uno de los pueblos más corruptos del planeta? ¿Cómo se atreven a hablar de logros cuando tenemos medio siglo de pérdidas continuas en el poder adquisitivo de los salarios?
¿No se han dado cuenta políticos y gobernantes que si hoy las familias viven “un poco” mejor no ha sido gracias a ellos, sino porque ahora trabajan y aportan al ingreso familiar dos o más de sus miembros?
Los mexicanos somos rehenes desde hace varias décadas de la élite gobernante. Se han adjudicado el monopolio de los cambios y los poquitos que llegan a hacer son siempre amañados para proteger sus intereses.
El monopolio del poder que llegó a tener un solo partido se convirtió en oligopolio para unos cuantos. De la dictablanda príista pasamos a una partidocracia que me parece hasta más nociva que la soportada durante setenta años.
Antes eran los miembros del partido en el poder sólo a los que había que mantener y soportar sus corruptelas. Los otros miles de militantes de los partidos de oposición se la pasaban como el chinito, “nomás milando”. En cambio ahora hasta perdiendo les tocan cotos de poder como pluris y otros artilugios que inventaron para poder encajar todos, el diente en el pastel.
Y ya allí, son generosamente recompensados con salarios de primer mundo y, sobre todo, posicionados para ejercer con toda desfachatez los más aberrantes tráficos de influencia que les permitan enriquecerse en unos pocos años ¡Qué chulada! No necesitan ni siquiera ganar elecciones para servirse a su antojo. Hay excepciones naturalmente, pero desgraciadamente son los menos.
La dinámica de los cambios
Todo tipo de cambio no proviene más que dos orígenes: exógeno o endógeno. Dicho en otras palabras viene de fuera o viene de dentro. El primero por lo general es violento en cambio el segundo suele ser pacífico y más efectivo. En este contexto ¿De dónde podemos esperar que venga el cambio en los partidos políticos?, requisito sine qua non para que algún día puedan darse cambios sustantivos en México que verdaderamente beneficien a la población.
Los cambios endógenos en lo personal me parecen si no imposibles, cuando menos mucho muy difíciles. Para ello necesitarían crecer dentro de las organizaciones partidarias individuos que antepongan el bien común al de los intereses de sus partidos. Seguramente hay personas de estas en todos los partidos, pero difícilmente los van a dejar crecer quienes los controlan.
Cuando surgen los acotan, les estorban, los marginan, los expulsan o se van, aunque generalmente terminan por adaptarse al ambiente corrupto, señalando hipócritamente que como dijo el bardo “hay plumajes que cruzan el pantano y no se mojan…”, olvidando que la sabiduría popular es más clara al señalar que “tanto peca el que mata la vaca como el que le detiene la pata”.
Me parece que en esta disyuntiva se vieron recientemente dos conocidos políticos sonorenses. Me refiero a María Dolores del Río y David Figueroa. Con la primera ya sabemos qué paso. Sobre el segundo (hasta la fecha de escribir la presente colaboración el pasado martes) corrían muchos rumores no confirmados.
David y Dolores se atrevieron a ponerle el cascabel al gato y ambos se arroparon con la bandera de la dignidad. Ella actuó en consecuencia ¿David cómo responderá? Y no me refiero al precepto que tiene múltiples aristas, sino a la gente que creyó en él y lo siguió. En esto como en otras cosas, no basta con ser digno… también hay que parecerlo. Concluyo con algo más amable.
En su lecho de enfermo le dice con débil voz el marido a su mujer: “He descubierto una cosa, María. Cuando perdí mi primer trabajo ahí estabas tú, a mi lado. Cuando tuve aquél accidente, ahí estabas tú al lado mío. Cuando me arruiné en los negocios, ahí estabas tú, como siempre. Ahora que me enfermé, aquí estás tú, otra vez”. La señora escuchaba aquello, emocionada, y concluye el marido: “He descubierto que tú eres la que me trae la mala suerte”.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.