Plaga Serena: lo maravilloso e insoportable en una sola lectura

Los cuentos nos llevan de la mano por un paisaje familiar: una ciudad conocida, pueblos que resuenan en nuestra memoria, barrios y una playa sin duda identificable
Por Roxana Soto
Conocí a Iván Ballesteros Rojo (Hermosillo, 1979) el año pasado. Antes de eso conocía su nombre que rondaba de vez en cuando la escuela de letras y visitaba la biblioteca con el Pez Banana. Un nombre escrito en un papel, eso era todo. Nos tocó trabajar juntos en la Feria del libro. Josué Barrera me pidió que checara con él el cronograma de actividades de la feria, así que llegué a la Biblioteca central y ahí estaba, sentado en mi escritorio, donde uno de los focos estaba (o sigue) fundido. Me asusté un poco y al final ni siquiera pude terminar de revisar nada porque tuve que salir corriendo. Después de eso nos seguimos viendo y hasta colaboramos en la radio del ISC durante la Feria. A mí, que me da pavor escuchar mi propia voz en un micrófono y entrevistar a gente en vivo, hice ambas cosas. Con Iván a un lado, claro, hablando siempre de los eventos que sucedían a nuestro alrededor.
Y bueno, aunque este espacio no es para hablar de Iván, sino de su libro, yo quiero hacerlo porque me encontré un Iván distinto al que pensaba, uno fascinado por la literatura y por los que escriben. Y sobre todo, capaz de contagiar eso con su estilo desenfadado. “No sean como era yo antes”, dijo en una de las transmisiones en vivo del programa de radio, pero justo cuando terminó de decirlo, yo quise decirle que quién sabe cómo era antes pero ahora me caía muy bien.
Fin del contacto entre nosotros, hasta que me invitó a ser jurado (qué bien tener tiempo libre para juzgar la declamación) y ahora esto. Y yo me siento feliz porque Iván me regaló una Plaga Serena (Salto Mortal, 2016) que devoré velozmente, sólo para pasar al nerviosismo que me da hablar de una obra tan limpia y sincera.
Así que, sin más preámbulo, les digo lo siguiente: Plaga Serena es un libro corto, con cuentos más cortos aún. Pero si no hay que juzgar un libro por su portada, menos por su extensión.
Los cuentos nos llevan de la mano por un paisaje familiar: una ciudad conocida, pueblos que resuenan en nuestra memoria, barrios y una playa sin duda identificable. Locaciones pues, sonorenses, sin convertirse en una narración enclaustrada en su regionalismo (asunto que agradezco siempre).
Es en este entorno que nos encontramos a personajes comunes, por así decirlo, personas simples con deseos y fantasías, como cualquiera, y como cualquiera que no externa esos deseos.
Nos volcamos a una visión intimista de la vida cotidiana, como un pestañeo en la vida de los personajes, en su mayoría hombres de avanzada edad, que siguen vivos y se preguntan qué demonios significa eso. Es por eso que vemos en “Nieves y juegos Dolores” a un señor deseoso de carnes infantiles que nos da un recuento de sus amores, haciéndonos cómplices de su inmoralidad.
Otros, nos muestran que el mar quiere curarnos pero no puede, sobre todo si estamos a punto de morir de una enfermedad terminal y espiamos como lectores los deseos profundos de lo que hace a alguien (y a nosotros mismos) sentirnos vivos: el placer, el hambre, el dolor y el recuerdo de todo lo anterior.
Los cuentos son breves, sin avisarnos se acaban, te dejan insatisfecho porque eras feliz espiando por la ventana, donde vimos, por ejemplo, a viejitos que viven juntos y esperan la muerte (y la encuentran), abuelas poco convencionales que buscan en sus nietos la fuente de la juventud o el placer de observar cuerpos desnudos, hombres que divagan en su propia cabeza y que dicen sus últimas palabras o que tratan al azar como un juego cotidiano e imperdible.
Todos queremos vivir muchos años, pero no pensamos dónde vamos a terminar después de que el cuerpo pida cuentas y tengamos que tomar un coctel de pastillas y compartir la vida con otro viejito que un día puede no despertar. En Plaga Serena encontramos esos escenarios finales, un vistazo al mundo octogenario e invisible, porque pocas veces nos preguntamos cómo es un viejito; además de abuelo y terco. Todos somos víctimas de nuestra edad.
¿Y lo místico, ya les hablé de lo místico? ¿De las adivinaciones del futuro y los jugueteos con el universo? Porque en cualquier momento puedes despertar, como en “Materia oscura”, uno de los cuentos, “en el interior de un vaso de sopa instantánea convertido en un pequeño camarón deshidratado”.
De esta manera los juegos de azar se mezclan con los suicidios y con lo fallido. ¿Qué quiere el autor de nosotros? ¿Qué espera que sintamos con estos retratos si no sabemos qué continúa cuando terminamos uno? Como cuando llevamos leyendo varios cuentos sobre la muerte y llega alguien a contarnos sobre la inmortalidad, qué jugada, aquel sueño místico de la inmortalidad resulta para esta lectora una farsa.
Y qué decir de los que odian, de aquellos que somos (a veces abiertamente, a veces no) haters del mundo y de sus nimiedades. Y esta es mi parte favorita: cuando lo odioso se mezcla con el humor. No hay nada más gracioso que ver a alguien que odia el mundo dejar de hacerlo y tragarse su orgullo. O hablar de la Muerte como un luchador de lucha libre que termina haciéndole honor a su nombre, es decir, ¿hay algo mejor que las ironías en el mundo?
Y así, que si no les termino hablando de todos los cuentos. Mi recomendación ahora es una: lean Plaga Serena, y cuando lo hagan, imaginen que Iván está contando los cuentos, con esa manera tan especial de encontrar en el mundo lo maravilloso e insoportable al mismo tiempo.