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¿Quién teme a Donald Trump?

Hay que conocer la historia para no sorprendernos y para evitar una preocupación exagerada por la relación de los Estados Unidos hacia México, en una nueva etapa de la historia que no se diferencia de otras peores crisis vividas en la sinuosa y complicada relación con nuestro vecino de 1824 a la fecha

Por Bulmaro Pacheco

El presidente número 45 —George Washington, el primero (1789-1797)— de los Estados Unidos de América, Donald Trump sorprende al mundo y atosiga a México. Desde su campaña nos ha amenazado y eso —quizá pensando que se trataba de una mala información— en manos del magnate y manejada durante la contienda electoral, hizo reflexionar al gobierno del presidente Peña Nieto para invitarlo a México y aclararle dudas.

No bastó la invitación, y en cuanto regresó el entonces candidato a los Estados Unidos reiteró sus amenazas: la construcción de un muro sobre la frontera México-EE.UU. y el endurecimiento de la política comercial de su gobierno con México —si ganaba—. Primera llamada.

Ha sido esa la reiterada cantaleta de un hombre que, a decir del ex presidente Barack Obama, no estaba preparado para enfrentar los principales retos de su país. Tenía razón Obama.

A partir de su victoria el 8 de noviembre, la cotización del peso mexicano se ha alterado sensiblemente, la incertidumbre sobre el estado de la relación entre México y los Estados Unidos se ha incrementado, y los temores en el mundo por los anuncios del nuevo presidente no han dejado de manifestarse. Segunda llamada.

La semana transcurrida desde la asunción de Trump como presidente fue para México inédita también, porque nunca antes un presidente de los Estados Unidos se había dedicado a agredir y amenazar tan reiteradamente a México, tratando de culparlo de todos los problemas reales o imaginarios concebidos por el nuevo presidente, en esa su formación tan especial de corte empresarial y sin pizca de experiencia política y de gobierno.

No es Trump el “candidato ciudadano” que gana una elección ante el hartazgo de los votantes por la clase política. Esa tesis es falsa. Si los Demócratas hubieran hecho una campaña más inteligente y penetrante, Hillary Clinton hubiera traducido esa ventaja de casi tres millones de votos populares sobre Trump en una victoria en el Colegio Electoral, ganando estados donde su partido había arrasado en la pasada elección. El triunfo de Trump es la victoria de la extrema derecha, sin duda.

Tampoco se trata de una expresión novedosa en la política de los Estados Unidos. El diseño del sistema político y jurídico norteamericano ha ampliado las posibilidades de participación de amplios segmentos de la sociedad americana y eso ha propiciado mayor movilidad de los intereses en juego hacia la representación política. Se trata de una sociedad donde las tensiones sociales propiciadas por la discriminación racial, la lucha por los derechos civiles de las minorías, la violencia urbana y el terrorismo han moldeado un estilo muy especial de hacer política, que México ha resentido a cabalidad por ser la nación fronteriza más importante.

Hay que conocer la historia para no sorprendernos y para evitar precipitaciones, excesiva suspicacia y una preocupación exagerada por la relación de los Estados Unidos hacia México, en una nueva etapa de la historia que no se diferencia de otras peores crisis vividas en la sinuosa y complicada relación con nuestro vecino de 1824 a la fecha.

No sobra recordar que en los Estados Unidos les han asesinado a presidentes de la talla de Abraham Lincoln, James Garfield, William Mc Kinley y John F. Kennedy y que sobrevivieron a intentos de asesinato: Andrew Jackson, Harry S. Truman, Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan. Y que Trump, al llegar a la presidencia a los 70 años, contrasta con quienes llegaron antes de los 50 años de edad: Barack Obama (47), Bill Clinton (46), John F. Kennedy (43), Ulises S. Grant (46) y Theodore Roosevelt (42).

Las peores crisis vividas por México en el siglo XX en su relación con los Estados Unidos, fueron tres: La caída de Madero impulsada por ellos; el No reconocimiento de los Estados Unidos al gobierno de Álvaro Obregón durante tres años; y las tensiones producidas por expropiación petrolera decretada por el presidente Lázaro Cárdenas. La primera crisis del siglo XXI, ahora con el presidente Trump, no se compara ni en importancia ni en gravedad con aquellas. No hay que exagerar.

El gobierno de los Estados Unidos de América estuvo muy activo a través de su embajador en México Henry Lane Wilson, cuando se orquestó el golpe de Estado contra el presidente Francisco I. Madero.

Madero había llegado al poder en noviembre de 1911. Díaz ya estaba en el exilio en París. Los revolucionarios le exigían a Madero que cumpliera sus compromisos. Las resistencias del pasado no se hicieron esperar. Los intereses afectados por la salida de Díaz y el triunfo de la Revolución, menos. Tiempos de aquella famosa expresión atribuida a Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

Era muy frecuente la comunicación entre el embajador Wilson con Victoriano Huerta, Manuel Mondragón y Félix Díaz. También con algunos miembros del Congreso de la Unión y un buen número de las representaciones diplomáticas acreditadas en México. El pretexto era evaluar las condiciones políticas de México. La realidad era otra. Madero fue asesinado en febrero de 1913 y México entró en una etapa de convulsiones de siete años.

Primero el presidente William Taft (1909-1913) —aquel que sostenía que “la política lo ponía enfermo”— y posteriormente Woodrow Wilson (1913-1921), enfrentaron las tensiones del momento mexicano post revolucionario como el mencionado golpe de Estado y la invasión de la marina norteamericana al puerto de Veracruz en 1914.

Después vendría la incursión de Pancho Villa a Columbus en 1916. “En marzo de 1916, la guerrilla Villista atacó a Estados Unidos y mató a diecisiete estadounidenses en Columbus, Nuevo México, para provocar una intervención militar, la ruptura de relaciones entre México y Estados Unidos y la caída de Carranza. La expedición Pershing, en efecto, persiguió a Villa en Chihuahua, pero los dos países no rompieron relaciones y Carranza sobrevivió” (Womack). Las cosas no pasaron a mayores por la comunicación diplomática entre el presidente Carranza y Wilson.

Una nueva crisis estalló con el arribo de Álvaro Obregón a la presidencia para el período 1920-1924. El gobierno norteamericano le negó el reconocimiento diplomático al exigir a Obregón la no aplicación retroactiva de la nueva Constitución de 1917, en la materia de petróleo, minas y tierra.

La crisis tuvo una salida hasta el último año del gobierno de Obregón, mediante los famosos tratados de Bucareli que —por fortuna—, no alcanzaron a ser aprobados por el Senado norteamericano.

Le tocaría a los presidentes Warren G. Harding (1921-1923) y a Calvin Coolidge (1923-1929) cabildear los asuntos, primero con el presidente Obregón, en un clima de inestabilidad por las políticas de recuperación del gobierno americano de los saldos de la Primera Guerra Mundial y las tensiones generadas en México por la rebelión de Adolfo de la Huerta, y ya en el gobierno de Plutarco Elías Calles, por la rebelión cristera (1925-1929), el asesinato del presidente electo (Obregón) en 1928 y los prolegómenos del llamado ‘Maximato’, en la antesala de la gran recesión económica de 1929. Crisis que no llegaron a generar diferencias importantes, por la labor diplomática desplegada por los presidentes mexicanos con sus homólogos norteamericanos, a través de personal diplomática de gran calidad.

Cuando todos suponían conflicto seguro y nuevas invasiones norteamericanas a México por la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas, ya que la mayoría de  las grandes empresas nacionalizadas en 1938 eran de estadounidenses, otras prioridades internacionales ocuparon la atención del ese gobierno, encabezado en esos momentos por uno de los grandes presidentes norteamericanos: Franklin Delano Roosevelt, que gobernó de 1933 a 1945.

Era la antesala de la Segunda Guerra Mundial, pero era también el tiempo del gobierno mexicano que había reformado el poder, el partido, las organizaciones, y había desarrollado una política de masas que se volcaron en apoyo a la medida del gobierno, por lo que representaba y porque desde la afrenta de 1847 con el vecino país, ningún gobierno mexicano había tomado una decisión de esa envergadura que causara el enojo de una parte del gobierno americano. La expropiación del petróleo en 1938 hizo resurgir el espíritu nacionalista de los mexicanos, fresco el recuerdo de 1847.

Otros tiempos. El secretario de Estado Cordell Hull expresaría la posición del presidente Roosevelt: “La reciente expropiación por el gobierno mexicano de propiedades petroleras pertenecientes a ciudadano estadounidenses es por lo tanto, solo un incidente en una larga serie de incidentes de éste carácter y en consecuencia no plantea ninguna cuestión nueva. El tema ahora en consideración entre el gobierno de Estados Unidos y el gobierno de México es la cuestión de la compensación por las diversas propiedades de ciudadanos estadounidenses en los años recientes. Es mi muy sentida esperanza que, dadas las muy amistosas relaciones existentes entre los dos gobiernos, una justa y equitativa solución de este problema pueda pronto encontrar por parte del gobierno mexicano” (p. 465).

Un día después, el presidente Lázaro Cárdenas contestaría a través del embajador Joseph Daniels: “México siempre ha querido mantener su prestigio cumpliendo sus compromisos, pero elementos que no lo comprendieron obstaculizaron estos elevados y nobles propósitos. Hoy, una nueva aurora se presenta en el porvenir al abrírsele las puertas de la oportunidad. Esté usted seguro, Excmo. señor embajador, que México sabrá hacer honor a sus compromisos de ahora, y a sus compromisos de ayer.

“Es una satisfacción para los mexicanos, tener la amistad de un pueblo que en su presidente sigue manteniendo la política de amistad y respeto para cada nación, política que se está ganando para nuestro país, el afecto de muchos pueblos del mundo” (p. 466).

El laureado escritor norteamericano Gore Vidal suele contar en sus escritos, que en sus prolongadas charlas con el presidente Kennedy solía reiterarle su admiración por los padres fundadores de los Estados Unidos, con la siguiente pregunta: ¿Cómo se explica que un país provinciano como éste, con solo tres millones de habitantes haya producido a los tres grandes genios del siglo dieciocho: Franklin, Jefferson y Hamilton?

(Coincide en eso el historiador Samuel Eliot Morison cuando dice: “Ninguna persona imparcial puede leer estos debates sin admirarse de que un país de solo cuatro millones pudiese producir tantos hombre de gran visión”).

El tiempo. Les sobraba tiempo —dije— (Vidal): pasaban el invierno en su granja. Leían y escribían cartas. Parece ser que pensaban, algo que ya no se hace… en la vida pública. Jack, cambió de tercio.

Kennedy, de estar vivo cumpliría 100 años el próximo 29 de mayo, y estaría más preocupado todavía. ¿Dónde quedaron los principios y los ideales de los fundadores de esa gran nación? ¿En que quedó la formación de algunos de los verdaderos estadistas que como Washington, Lincoln, Roosevelt y Kennedy gobernaron esa gran nación con experiencia talento y visión? Ellos mismos estarían sorprendidos de que ahora, a la Casa Blanca haya llegado un personaje rencoroso, improvisado y vengativo. Salimos de otras peores, de Este también. Ya lo veremos.

bulmarop@gmail.com