Senador Búrquez: Crisis del PAN es oportunidad, no coyuntura
Por Francisco Búrquez Valenzuela
Acción Nacional perdió el gobierno porque se perdió a sí mismo.
Hoy se encuentra en una disyuntiva: defender los logros del pasado reciente (que los ha tenido) o entrar en una profunda reflexión y reformar de fondo la institución para retomar el camino.
En su fundación, el PAN fue concebido como un instrumento de los ciudadanos para transformar a México en un país con «tanta ciudadanía como sea posible y tan sólo con el gobierno que sea indispensable».
Esta es una visión política liberal, cristiana, republicana y democrática que basa el desarrollo en la fuerza de la sociedad civil, en contraste con la visión que concibe el desarrollo como producto de la acción del gobierno y su burocracia.
En el año 2000, al alcanzarse la alternancia, concluyó una etapa histórica para el PAN e inició otra: convertirse nuevamente en el partido líder de la transformación del país en los próximos 50 años, instaurando el modelo ciudadano.
La esperanza de la gente se ubicó en sus máximos históricos con una clara identidad de los panistas, a quienes se le percibían atributos como la honestidad, congruencia, capacidad transformadora, perfil cercano al ciudadano y una oferta política basada en la autogestión ciudadana, impulsada por uno de sus principios de doctrina más destacados y hoy muy olvidado: la subsidiariedad.
Sin embargo, a partir de la alternancia, el PAN ya no pensó en su propia reforma institucional que respondiera a los nuevos retos; por el contrario, comenzó su etapa de deterioro al convertirse en un partido ya no de ciudadanos, sino de políticos impidiendo el flujo de sangre ciudadana nueva a sus filas, salvo que vinieran avalados por los crecientes grupos de poder partidista que no deseaban nuevos competidores internos en su disputa por los espacios, todo ello permitido por la tremenda debilidad institucional de un partido que en sus orígenes se diseñó cerrado para evitar la infiltración del gobierno autoritario de la época.
Con esta lógica electoral interna, el panismo fácilmente se adaptó al modelo heredado por el PRI, que le garantizaba permanencia a sus líderes pero que lo alejó de su misión.
Varias pudieran ser las explicaciones para que el PAN en el gobierno abdicara de su proyecto de nación: exceso de cautela o gradualismo político, temor al poder desestabilizador de la narco-política, incapacidad, falta de apoyo electoral en el Congreso o la pérdida de los ideales panistas.
Claramente el problema no fue de personas sino del sistema; sus mismos integrantes que habían observado un buen comportamiento como oposición, al ser gobierno se comportaban de manera diferente. Un partido que había sido diseñado para ser oposición, al llegar al gobierno tenía que haber realizado una reforma que le permitiera mantener el espíritu; pero la historia nos ha mostrado que no hay reforma sin crisis, y estar en el poder era lo contrario a una crisis.
Se fue cediendo fuerza en los estados, las grandes capitales y centros urbanos tradicionalmente panistas se fueron perdiendo uno a uno, los niveles de refrendo decrecieron, los conflictos internos se acrecentaron, los pilares del modelo PRI (grupos de poder corporativos, monopolios públicos y privados, burocracia) se reprodujeron.
Al final, el PAN para ganar las elecciones acababa aliándose con los liderazgos priistas desplazados, desdibujando cada vez más su imagen y deteriorando su prestigio.
Hoy el Pacto por México, siendo un gran avance, desnuda una realidad: todos los partidos son iguales, porque brindan una misma oferta política, expresado por el demoledor juicio ciudadano «todos los políticos y los partidos son iguales».
El PAN requiere reencontrarse con su identidad perdida, retomar el modelo ciudadano que tiene para México; le urge ser diferente e imprimir velocidad y dirección a su camino, porque hoy es veleta queriendo ser todo para todos.
El PAN es un partido que desde su origen luchó por las libertades políticas, económicas y sociales. Pensaba que el gobierno tenía que ser limitado y costar menos a los ciudadanos, ejerciendo sólo funciones que los ciudadanos no puedan llevar a cabo por sí mismos, como proteger la vida, libertad y propiedad. Brindar servicios públicos que verdaderamente sean esenciales, y que el ciudadano pueda elegirlos libremente.
El camino del PAN es el que piensa que el ciudadano decide mejor que el burócrata en cuanto a cómo gastar el dinero público; en este sentido, la rectoría es del ciudadano, no del Estado.
El PAN en su reforma se estará jugando su futuro. Y a mi entender, la reforma madre debe ser al artículo sobre «la elección de candidatos»: si queremos transformar a México, necesitamos reformarnos regresándole a los ciudadanos su partido, permitiéndoles elegir a nuestros candidatos. De esta manera recuperaríamos la confianza y el gobierno junto a los ciudadanos.
ADN POLÍTICO