¿Será otro México después de Francisco?
Por Feliciano J. Espriella/
Al parecer, al Santo Padre nadie le dijo que en este país los delincuentes de cuello blanco tienen una concha demasiado gruesa y acostumbran ver la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio
Según el periodista Joaquín López Dóriga, los Papas anteriores que vinieron a México, al regresar a la Santa Sede eran “otro Papa”. Lo dijo en varios foros y lo repitió hasta el hartazgo. Auguraba además, que lo mismo sucedería con Francisco. No soy nadie para rebatir tal argumento, aunque me parece un tanto cuanto disparatado.
Pero suponiendo sin conceder que tal conjetura fuera verdad, a nosotros los mexicanos, qué nos va o qué nos viene que los Sumos Pontífices se transformen con el contacto con nuestra tierra y nuestra gente, en otras personas. En todo caso lo que debiera convenirnos e interesarnos, sería que después de las visitas de los representantes de Cristo en la tierra, el nuestro fuera otro país, un mejor país. Y eso no ha sucedido antes, ni sucederá ahora.
Acotado por el gobierno mexicano
Jorge Mario Bergoglio, de origen argentino y quien el próximo mes de diciembre cumplirá 80 años, es el actual Papa de la Iglesia católica y el 266º en la historia del catolicismo. Es también el jefe de Estado y el octavo soberano de la Ciudad del Vaticano.
Con fundamento en lo anterior y en lo que podríamos calificar como una estrategia del gobierno federal para atarle las manos y sobre todo la lengua al Sumo Pontífice, su visita a México se clasificó como “visita de estado”.
De esa manera, obligado a cumplir con el protocolo para los gobernantes en visitas como tales a otras naciones, lograron que al Papa fuera en extremo cauteloso y moderado en sus discursos. Los leyó, para seguramente no caer en la tentación de decir las palabras que a su corazón y no a su mente, le hubiera gustado pronunciar.
Por ello, y supongo que con la intención de “taparle el ojo al macho”, los jilgueros oficiales magnificaron la alusión a la corrupción, que el Papa dijo el pasado sábado en la fastuosa recepción que le organizaron en Palacio Nacional, como reprimenda a los allí presentes. Leamos con cuidado la frase y coincidiremos que no fue más que una leve indirecta.
“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción…” Una verdad de Perogrullo, pero la frase la pudo haber pronunciado en cualquier otro lugar del planeta sin que dejara de ser verdad y nadie hubiera dicho que la dirigía a los políticos mexicanos.
En todo caso, lo destacable es que mencionó la soga en casa del ahorcado, pero de ninguna manera hizo alusión a la corrupción en México que es una de las más altas del planeta. Muy diferente hubiera sido si por ejemplo, en alguna frase se le hubiera ocurrido decir: ‘La población mexicana se siente agraviada por los altos niveles de corrupción que imperan en el país’, o algo similar.
Pero no, se limitó a decir en casi todas las ocasiones, frases en abstracto, con la intención supongo, de que fueran chalecos a la medida de los opresores de la población, para que al escuchar sus señalamientos cada quien se pusiera el que mejor le quedara. Nada más que al parecer, al Santo Padre nadie le dijo que en este país los delincuentes de cuello blanco tienen una concha demasiado gruesa y acostumbran ver la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio.
Sutil rechazo al boato y formulismo
Lo que sí hizo evidente desde que pisó tierra en nuestro país el Santo Padre, es que es un ser humano sencillo y comprometido con los que menos tienen. Fue recibido con un carnaval VIP de 5 mil personas invitadas por la Presidencia de la República en el Hangar Presidencial que dibujó el México de los privilegiados, y al México de segunda clase, el de las calles. A la escalerilla del avión que lo trajo desde Roma le tendieron una alfombra roja que Francisco, congruentemente, evadió pisar.
Luego, la recepción faraónica oficial en Palacio Nacional seguiría conforme a lo planeado. El Gobierno le preparó el sábado una parafernalia con honores de jefe de Estado, ante un auditorio similar al de un Informe de Gobierno, con el añadido del coro de familiares de funcionarios que, como si fuera un teatro, pedían con gritos que los bendijera, cosa que el Papa, congruente con su investidura de jefe de Estado, no hizo.
En Palacio Nacional, el Papa Francisco se veía incómodo y estuvo rígido durante un buen tiempo de ese acto coreografiado como todos los que hacen en Los Pinos ¡Un espectáculo! ¡Qué patético!
En Morelia, se salió de la fiesta que le organizaron a mitad de lo que parecía una inauguración de Juegos Olímpicos o un show del Super Bowl. Jorge Mario Bergoglio, el jesuita al que le gusta salir a las calles, que detesta el protocolo, que no había hecho más que lanzarse en sus discursos contra los excesos y la frivolidad, fue recibido con excesos y frivolidad a un grado que, al parecer, le resultó poco menos que insoportable. Así que, a la mitad de la ceremonia, simplemente se paró, rezó y se fue.
¿Será otro Papa el que regrese a Roma? Quién sabe, pero seguramente seguirá siendo el mismo México de la corrupción sin freno, de la impunidad que lacera y de la pobreza insultante, elementos precursores todos ellos, del narcotráfico y la narcoviolencia.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.