Testigo de primera mano: el libro que Sonora debe leer

Un hilo conductor del libro es la coherencia entre los hechos y la interpretación periodística. Ese rigor se advierte con nitidez en el capítulo dedicado al sexenio de Claudia Pavlovich Arellano
Por Rodolfo Montes de Oca Mena
Recientemente, durante mi última entrevista en el programa de televisión De Primera Mano, que conduce el maestro Francisco Javier Ruiz Quirrín, tuve el privilegio de recibir de sus manos un ejemplar de su libro más reciente, Testigo de primera mano. Esa cortesía me permitió adentrarme en una obra que, a mi juicio, es lectura obligada para nuestra comunidad y, en particular, para todos los que ejercen o aspiran al periodismo en Sonora.
En mi concepto, Ruiz Quirrín es el periodista más experimentado que tenemos actualmente en el estado. Su libro, que recorre medio siglo de nuestra vida pública —de 1968 a la actualidad—, no es una simple recopilación de recuerdos: es una ventana directa a la historia reciente de Sonora, contada por quien estuvo ahí, haciendo preguntas, tomando notas y rindiendo cuentas a sus lectores. Para los jóvenes —y también para los no tan jóvenes— que desean entender el oficio con seriedad y profundidad, esta obra es un mapa y, a la vez, una brújula.
Un hilo conductor del libro es la coherencia entre los hechos y la interpretación periodística. Ese rigor se advierte con nitidez en el capítulo dedicado al sexenio de Claudia Pavlovich Arellano. No es un dato menor —y me consta— que Ruiz Quirrín fue consejero y asesor de Claudia desde su infancia. Muchas de las decisiones que la llevaron a la candidatura y, finalmente, a la gubernatura encontraron sustento en las orientaciones que él le ofreció a lo largo de años. El punto de quiebre, a mi parecer, sobreviene cuando, ya en el poder, ella dejó de escuchar esas recomendaciones del Maestro Ruiz Quirrín. Si hubiera perseverado en atenderlas, otro habría sido el desenlace de ese gobierno: A mi juicio esa desatención derivó en un gobierno cuyos resultados no alcanzaron las expectativas que muchos teníamos. Aun así, independientemente de mis diferencias con esa administración, agradezco a Claudia Pavlovich la oportunidad que me dio al proponerme para ser Procurador General de Justicia de Sonora, luego primer Fiscal General, y también por otorgarme el privilegio de ser el responsable moral de la implementación del sistema penal acusatorio en el estado el cual recogimos y levantamos del último lugar nacional en que nos lo heredó el régimen de Guillermo Padrés.
El libro también registra pasajes que me involucran de manera directa, y vale la pena asentarlos aquí, porque forman parte de una memoria pública que corresponde discutir con seriedad. Cito:
“A Rodolfo Montes de Oca Mena, quien le dio (a Claudia Pavlovich) la primera oportunidad en el servicio público, además su socio en el despacho, lo designó Procurador General de Justicia y con él se dio la reforma para pasar a convertirse en el primer Fiscal General de Justicia, con ‘autonomía plena’ y avalado por una votación unánime en el Congreso del Estado”.
Ese tramo sintetiza con precisión la responsabilidad institucional que asumí y el alcance de la reforma que convirtió a la Fiscalía en un órgano con autonomía plena. No fue un cambio cosmético, sino un viraje estructural que exigía decisiones firmes y, sobre todo, independencia de criterio.
En otro momento, el maestro refiere el clima que se fue instalando alrededor de la titular del Ejecutivo y cómo ese entorno impactó la toma de decisiones:
“Sin embargo, el criterio de Montes de Oca para muchos asuntos había empezado a chocar con los de Pompa Corella y Durán Puente. Renunció porque sus opiniones pudieron haber sido certeras, pero estaban mucho más ‘pesadas’ las del primer círculo de la gobernadora”.
Convendrá abordar esas colisiones de criterio con detalle —lo haré en próximas entregas de Confesiones de un Exfiscal—, porque no se trató de diferencias anecdóticas, sino de enfoques sobre legalidad, prioridades públicas y límites del poder político frente a la ley.
Hay un tercer punto en el que Ruiz Quirrín es igualmente explícito y que deseo dejar asentado:
“Claudia le insistió (a Rodolfo Montes de Oca Mena) en aceptar una notaría; incluso, en una ocasión, le ‘ordenó’ aceptarla, pero el exfiscal se negó rotundamente”.
Así ocurrió. A pesar de que desde 1996 cuento con una de las patentes de aspirante a notario más antiguas en el estado de Sonora, decidí no aceptar una notaría. Fue una resolución personal y profesional. La insistencia existió; la orden también. Mi respuesta fue no. En columnas posteriores expondré con detalle el contexto, los motivos y las consecuencias de esa decisión.
Otro tramo importante del relato se centra en el llamado “primer círculo” de la gobernadora y en la manera en que su influencia fue desplazando criterios técnicos y jurídicos. Allí se advierte la razón por la que las políticas públicas pierden coherencia: cuando el cálculo inmediato sustituye a la visión estratégica, y el grupo —no el proyecto— se convierte en la medida de todas las cosas.
¿Por qué insisto en esto? Porque el libro de Ruiz Quirrín no se limita a consignar escenas: formula, a través del conjunto de sus crónicas, una tesis sobre cómo se degrada la vida pública cuando se ignora la crítica informada y se desdeña la deliberación. Ese es, quizá, su aporte más valioso: recordarnos que el periodismo no es una antesala del poder, sino un contrapeso que, cuando se ejerce con independencia y ética, resulta incómodo, corrige y, en muchas ocasiones, previene errores costosos.
De mi parte, asumo lo que me toca. Los fragmentos que aquí he transcrito abren la puerta para contar, con serenidad y documentos en mano, cómo se tomaron ciertas decisiones, por qué decidí renunciar cuando mis criterios dejaron de ser escuchados, y qué significa decir “no” cuando decir “sí” habría sido más cómodo. Lo haré en próximas colaboraciones, no como ajuste de cuentas, sino como contribución al debate público: para que la experiencia, cuando se comparte con honestidad, sirva de guía a quienes hoy ocupan y mañana ocuparán posiciones de responsabilidad.
Conocer la historia desde la pluma de quien la vivió es invaluable. Testigo de primera mano no solo ofrece una crónica fiel; invita a la reflexión y al aprendizaje. Si los consejos del maestro Ruiz Quirrín hubieran sido atendidos con la misma constancia con que fueron ofrecidos, la historia reciente de Sonora se habría contado de otra manera, en definitiva, más positiva.
*Primer Fiscal General de Justicia en la historia de Sonora. Abogado penalista con Maestría en Ciencias Penales por el Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE) y doctorando en Ciencias Penales y Política Criminal en la misma institución.
Correo: mdeocasc@hotmail.com