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Trayvon Martin: el real veredicto

Por Martín F. Mendoza/

Esto en realidad no es solo racismo, ya que encuadra a la perfección en una de las fantasías preferidas y más típicas de la extrema derecha americana: el “vigilantismo”

La crisis generalizada por la que atraviesan las democracias en la actualidad no se circunscribe en forma alguna ni a lo electoral, ni a aquellos aspectos que definen ―como pudiéramos pensarlo debido al ruido que generan― el origen y la aplicación de recursos fiscales, incluidas aquí las decisiones sobre salud y educación. Mas allá aun de leyes y reglamentaciones laborales, inmigración, o mercados financieros, se encuentra lo puramente socio-cultural, lo que constituye, ―si me permite usted lector la un poco cursi expresión―, el “alma” de las sociedades. Hablamos de las así llamadas “guerras culturales”, aquello sobre lo que de entrada es sumamente difícil legislar pero que finalmente compone el cimiento del avance o el lastre para el estancamiento en todos los otros tipos de indicadores de una nación, aquellos indicadores que nos resultan más fáciles de leer ―e incluso de manipular―.

No vamos a hablar de valores, eso ya enfada, ya cansa, y suena tan vacío, tan superficial. Mejor hablaremos a secas de cultura y civilidad. El reciente veredicto en el juicio al que llevó el estado de Florida a George Zimmerman por haber matado a tiros al joven afro-americano Trayvon Martin no nos cuenta tanto acerca de ciertos rasgos de la conciencia nacional estadounidense como el hecho en sí, como las circunstancias en que la tragedia ocurrió.

Técnicamente hablando no hay muchos argumentos contra el veredicto y francamente ese no es el punto.

Incluso el aspecto racial, fuerte componente de la mayoría de las discusiones al respecto, sobre todo de las de aquellos que como un servidor encontramos todo este asunto increíblemente injusto, no es en nuestra modesta opinión lo más importante. Por supuesto que el aspecto racial jugó un fuerte papel ya que Zimmerman (de padre norteamericano y madre peruana con aspecto físico típicamente hispano) no solo encontró inmediatamente “sospechoso” e incapaz de “andar en nada bueno” a Martin, el joven de color, sino que en su fantasioso papel de encargado de la seguridad de su vecindario había ya contactado a la policía en docenas de ocasiones anteriores en los últimos meses. Casi siempre acerca de algún afroamericano.

Hay que decir también que la discriminación racial es una acusación  frecuentemente hecha por aquellos que empujan agendas sociales y causas políticas propias. No reconocerlo es contraproducente.

Esto en realidad no es solo racismo, ya que encuadra a la perfección en una de las fantasías preferidas y más típicas de la extrema derecha americana: el “vigilantismo” y el desdén por las horrendas y desproporcionadas consecuencias a las que este puede llevar a quienes se introducen o son introducidos sin mucho aviso previo a tales puestas en escena.

El uso del término “puesta en escena” no solo es apropiado por aquello de que en ocasiones los superhéroes del barrio llevan a cabo verdaderos montajes para incriminar y hacer justicia divina en forma expedita sobre los “criminales” que osan internarse en sus sacrosantos vecindarios, sino también porque la metodología empleada equivale a aquella de una producción Hollywoodense. Por supuesto el criminal suele ser miembro de una minoría racial y el salvador es frecuentemente un policía en espíritu, un agente de la ley que nunca llego a serlo por lo que usted guste y mande.

Un frustrado aspirante a “Hill Street Blues” siempre dice admirar y respetar a la policía, sin embargo no suele llamarla ―o esperarla― cuando se trata de desempeñar labores para los que solo esta se encuentra preparada.

Los Zimmerman en Estados Unidos siempre admiran a los Seagal, a los “Nicos”, pues, a aquellos que con la representación y fuerza legal del estado, o sin estas, hacen justicia, porque después, después “puede ser muy tarde”.

El “usted no tiene que hacer eso”, del despachador del 911, no va a detener ni al gordo Seagal en la pantalla de cine o tv, ni al gordo Zimmerman en la vida real, el problema es que este último en realidad sí iba a matar a alguien.

Para algunos esto es parte del “sueño americano” ya que después de todo este reclama vecindarios libres de tipos indeseables, de preferencia claro, en los suburbios. ¿O para qué es la segunda enmienda después de todo, si no para librar a las comunidades de la riesgosa presencia de tipos cubiertos con “hoodies”?

Solo para estar seguros, el que esto escribe no celebra muchas de las modas, de la música, y sobre todo de las actitudes de buena parte de la juventud actual. Pero el que estas sean falta de sentido y frecuentemente contaminantes, no significa que vamos juzgar, condenar y menos disparar por cuenta propia a los que se expresan a través de ellas.

No se trata tanto de que “el Capitán de vigilancia del vecindario” Zimmerman sea llevado de nuevo a juicio, ahora civil o bien federal por el Departamento de Justicia por “crimen de odio” (tipificación criminal más política que otra cosa y que poco, muy poco hace por en realidad atemperar los odios dentro de la sociedad estadounidense). De lo que se trata es de civilidad y de cultura y eso difícilmente se obtiene con leyes, aunque si se cultiva con el discurso y la acción política y ese desgraciadamente es un terreno en el que ha habido más retrocesos que avances en la última década, como consecuencia indebida de las dificultades económicas del país.

Esperemos que las nuevas generaciones comprendan todo esto mejor como la realidad que es y no solo en forma de condescendencia e hipocresía con fines políticos.

Trayvon Martin murió por el mito, por la fantasía, por la estupidez de uno de aquellos que “cuidan” a sus comunidades de todo y de todos, menos de ellos mismos. Muchos aprobaron y continuarán aprobando esto.

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