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“Tricky Dick” a 40 años de su renuncia

Por Martín F. Mendoza/

En realidad Nixon no fue un mal presidente, dado la sumamente difícil época que le tocó. Sin embargo, como suele suceder, absolutamente todo lo que se diga o escriba sobre él, nos muestra su pecado insalvable: Watergate

Si cuando el que esto escribe fue niño y adolescente se hubiera sentido tan atraído por los números y las ciencias, como por los asuntos sociales, otra cosa hubiese sido. Sin embargo, bueno, al menos eso nos permite platicar hoy con usted de asuntos que quedaron grabados en nuestra memoria gracias a cierta fotografía o encabezado aparecido en alguna revista o periódico hace muchos años ya, y sobre los cuales hemos tenido la oportunidad de aprender un poco más con el pasar del tiempo.

Un caso típico de ello es la tristemente célebre imagen de Richard M. Nixon despidiéndose y saliendo de la Casa Blanca por última vez, con su típico agitar de brazos arriba y enfrente, y la “v” de la victoria en ambas manos, el nueve de agosto de 1974. Ello en la puerta del “Marine 1”, el helicóptero presidencial. Mostrándolo sonriente, en un despliegue de valor personal —cinismo podrían decir muchos de sus acérrimos detractores— como si no se tratara de su ruina política e incluso de la demolición de su prestigio personal, la imagen parecía testarudamente tratar de negar lo que en realidad representaba. Era la conclusión —al menos política— de “Watergate”, uno de los más grandes escándalos presidenciales sufridos por Estados Unidos en toda su historia.

Hace un par de semanas se cumplieron exactamente cuatro décadas de este acontecimiento, pues Nixon dio a conocer su renuncia un ocho de agosto, efectiva al siguiente día.

Un tipo preparado desde el ángulo que se le quisiera ver, ya que superó la pobreza en la que se crió y la muerte de dos de sus cuatro hermanos, creció en Yorba Linda, y Whittier, California, para después graduarse como abogado en Duke University a donde llegó con beca completa y continuó destacando como estudiante. Al salir de High School se le había ofrecido una beca en Harvard, pero el joven Nixon tuvo que declinarla dado que la tuberculosis de su hermano mayor, Harold, ocupaba en demasía el tiempo de su madre y por lo tanto su ayuda era requerida en la pequeña tienda de su padre. Escaló meteóricamente en su carrera política dentro del partido Republicano, siendo Representante Federal y Senador por California, hasta llegar a la vicepresidencia al lado del Presidente Eisenhower en 1953 y hasta 1961, perdiendo en su primer intento por obtener la presidencia en 1960 ante John F. Kennedy.

Su llegada a la Casa Blanca en 1968 parecía hasta cierto punto inevitable, sobre todo dado el hartazgo popular de la época con el Demócrata Lyndon Johnson y el desencanto nacional por los recientes asesinatos de líderes como Martin Luther King y Robert F. Kennedy. Todavía alcanzando a reelegirse en 1972, ese hecho lo convierte en uno de los políticos más exitosos en la historia de Estados Unidos, ganando en total cuatro elecciones nacionales, récord que comparte solo con Franklin D. Roosevelt.

En realidad Nixon no fue un mal presidente, dado la sumamente difícil época que le tocó, destacando en especial en términos de política exterior, todo ello a pesar de resultar tan golpeado por la guerra de Vietnam, la cual escaló para después concluir. Sin embargo, como suele suceder, todo, absolutamente todo lo que se diga o escriba sobre él, nos lleva a, nos recuerda, nos muestra su pecado insalvable: “Watergate”.

Hemos escuchado, por otro lado, opiniones que plantean abierta o implícitamente que el “espiar” al adversario es “peccata minuta” en comparación con lo que los políticos en todo el mundo llevan a cabo todos los días. Tal vez, sin embargo, el que el Presidente de Estados Unidos ordene crímenes que sean perfectamente encuadrables en la leyes, o activamente los encubra y obstruya las investigaciones, así no sean en esencia delitos de “lo peor”, es algo que difícilmente se puede dejar pasar en un sistema político que se respete a sí mismo mínimamente.

En síntesis, eso es lo que sucedió para que Nixon, ante la casi cierta posibilidad de verse en un juicio político por parte del Congreso, renunciara, ya que las probabilidades de sobrevivir en su cargo a este, primero en la Cámara de Representantes y después en el Senado, eran casi nulas. El haber sido removido por tales acciones hubiese sido todavía más humillante y sobre todo más desgastante para el país.

Ironías de la vida sobre todo cuando recordamos por ejemplo la disputa política en la elección presidencial de 1960, de la cual se especula bastante —no sin bases— que le fue robada a Nixon por los Demócratas, gracias a un enorme fraude en Cook County, Illinois, condado en el cual se encuentra la ciudad de Chicago y base de la maquinaria política-electoral más sucia que se conozca en Estados Unidos hasta la fecha. Nos referimos al partido Demócrata de la famosa dinastía Daley. Kennedy ganó Illinois por menos de nueve mil votos y el Colegio electoral que lo hizo presidente. De haber ganado Nixon Illinois y Texas, en donde hay también bastantes razones para sospechar de un fraude favoreciendo a los Demócratas, hubiera sido presidente ocho años antes. Nixon se negó sin embargo a continuar reclamaciones y procesos judiciales en diversos estados, citando la estabilidad de la nación como razón para ello, en lo que fue tal vez la elección presidencial más cerrada en la historia de los Estados Unidos. Hay quienes incluso se atreven a decir que esto acabó de templar la conocida paranoia y propensión del californiano a salir adelante “a como diera lugar” y que le había ganado el apodo de “Tricky Dick” ya desde 1950 en su campaña al Senado, por su afición a los “trucos y trampas”, de acuerdo a su contrincante.