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Unas cuantas lecciones de vida en el Banco de Alimentos

Por Imanol Caneyada /

Las cifras de la pobreza ahí están, y nos pueden despertar indignación, vergüenza o, incluso, indiferencia, que de todo hay. En Sonora, según datos del CONEVAL, más de setecientas mil personas no tienen suficientes ingresos para cubrir el costo de la canasta básica, es decir, viven en pobreza alimentaria.

Ahí están los datos, en efecto, que cada cierto tiempo muestran instituciones y medios de comunicación. Luego está la realidad, la que le pone rostro a esos datos, nombre y apellido, ante la que cerramos los ojos.

No todos, por suerte; de hecho, si este país funciona es gracias al batallón de hombres y mujeres que conforman Instituciones de Asistencia Privada, Asociaciones Civiles, etcétera, para socorrer a las millones de personas que tienen carencias alimentarias, de salud, educativas, culturales, afectivas… la lista es larga.

Es el caso de los hombres y mujeres (más mujeres, hay que decirlo) que integran el Banco de Alimentos de Hermosillo, el cual forma parte de la red de Bancos de Alimentos de México.

Son 25 personas las que laboran en esta IAP, encabezadas por su directora Karla Aguayo Equihua. Cuando uno habla con ellos, en sus ojos descubre un brillo que trasciende el simple deber laboral; me refiero al hecho de trabajar ocho horas al día a cambio de un salario y ya.

Los empleados del Banco de Alimentos, cuya remuneración nos es especialmente alta, se han congraciado en su quehacer diario con valores como el de la solidaridad y la empatía. Y claro, confiesan, las recompensas, si bien no se traducen en valor monetario, son enormes; aunque también les duele tener que asistir diariamente a los más desvalidos, los más necesitados, los más olvidados por una sociedad que, entre otras cosas, tiene normas tan absurdas (y estrictas) como la de tirar a la basura los sobrantes de comida antes que donarla, me refiero a la industria alimenticia.

Después del recorrido por las instalaciones de la mano de Itzayana Carrera, coordinadora de Promoción y Comunicación, me queda claro que quienes laboran en el Banco de Alimentos de Hermosillo, al entrar a trabajar aquí, descubrieron una vocación de servicio y una utilidad social de tal magnitud que poco a poco fueron olvidando otro tipo de recompensas que proporciona el “éxito” profesional.

Que le pregunten si no a Rossy Verduzco, encargada de Acopio, licenciada en Derecho, que llegó al Banco de Alimentos “sólo por una temporadita, nada más” y lleva ya 14 años.

Y es que hay que estar hecho de una madera especial para trabajar aquí, quien lo vea como un simple empleo, es probable que no dure mucho.

Instalaciones dignas e higiénicas

Confieso que cuando me dirigía al Banco de Alimentos, tenía la idea de que me encontraría con una bodega maltrecha, sucia, en la que se almacenaban alimentos al borde de la caducidad y con una fila de indigentes mendigando las sobras de esta sociedad capaz de generar millones de toneladas de basura en el delirio consumista en el que estamos instalados.

????????Al cruzar la puerta de acceso, estrictamente vigilada, pensé que me había equivocado de lugar. Pero no, me encontraba en el Banco de Alimentos, y las instalaciones que se erguían frente a mí eran dignas, limpias, cuidadas; tan dignas, limpias y cuidadas como cualquier gran supermercado de la ciudad al que acudimos a hacer el mandado.

En la bodega donde se almacenan los alimentos, amplia e iluminada, las normas de higiene y procesamiento de alimentos, tanto perecederos como imperecederos, son estrictas.

Las oficinas que comparte el personal administrativo, de trabajo social, de promoción y directivo serían la envidia de muchas oficinas gubernamentales.

La primera lección del día fue esa: el jefe o jefa de familia en extrema necesidad que acude por un paquete nutricional o alimenticio (la palabra despensa, por sus connotaciones gubernamentales, no se utiliza aquí) llega a un lugar dignificante, incluido el trato que dispensan los empleados.

El edificio se construyó hace cuatro años gracias a las aportaciones de los muchos donantes que tiene el centro y al recurso que la Secretaría de Desarrollo Social dispuso para ello. Antes, el Banco de Alimentos se encontraba a un lado del Mercado Municipal.

Los voluntarios

Ahí están Aurora y Lourdes, empacando pan sobre una larga mesa. El acuerdo es sencillo y tan antiguo como la misma humanidad: el trueque. Ellas trabajan seis horas al día en el Banco y a cambio, cada día, se llevan un buen paquete de alimentos perecederos, abarrotes, utensilios de limpieza, de baño. Si lo traducimos en dinero, es superior al salario mínimo interprofesional.

Aurora, durante años, limpió casas, pero un buen día se lastimó la muñeca y ya no pudo trabajar. En su casa se desesperaba sin hacer nada y sin poder ayudar a la precaria economía familiar; hace quince días entró como voluntaria al Banco de Alimentos. Ahora dice sentirse feliz, útil, activa.

Lourdes, su compañera de tareas, tiene 54 años. Había tocado todas las puertas habidas y por haber en busca de trabajo, pero por su edad se le cerraban en la cara. Aquí le dieron una oportunidad que ha aprovechado cada día. Con el paquete alimenticio que gana a cambio de su trabajo ayuda de manera significativa a su hija y a sus nietos.

Ambas trabajan con una sonrisa, aseguran que el trato es excelente y además, se han hecho amigas.

El cuerpo de voluntarios es fundamental en el Banco de Alimentos, sin ellos, los empleados de la IAP no podrían atender todos los programas que tienen. Suelen ser alrededor de 16 personas que van y vienen, aunque a veces les falta personal, entonces recurren a los diferentes centros de rehabilitación a los que surten de alimentos y sus integrantes le entran al quite: terapia ocupacional y comida a cambio de seis horas de trabajo.

El acuerdo es satisfactorio para todos.

Alimentar y enseñar a alimentarse

La segunda lección del día, o la tercera o la cuarta, ya perdí la cuenta, se refiere a que en el Banco de Alimentos no se limitan a proveer de comida a muy bajo costo o gratis, dependiendo del programa, a los necesitados.

Sus alcances van mucho más allá.

Como dijo alguien alguna vez, tuvieron que ser los chinos quienes nos enseñaran a comer verdura en Sonora, antes de su llegada, sólo existía la carne.

En efecto, los hábitos alimenticios en esta región son limitados y no muy sanos. En el Banco de Alimentos descubrieron que no sólo bastaba con proporcionar fruta, verdura, leguminosas y otro tipo de alimentos que no son costosos pero que poseen un alto contenido nutricional, sino que había que enseñar a la población todas las posibilidades culinarias que ofrecen.

Al frente del Área de Nutrición se encuentra el nutriólogo Francisco Javier Lozada, quien nos explica que una de las principales tareas que lleva a cabo en las comunidades beneficiadas por el Banco de Alimentos es el de las cocinas demostrativas, en las que se enseña a los habitantes a utilizar, por ejemplo, la soya para preparar hamburguesas o chorizo o leche misma. Una vez al mes se presenta en cada comunidad Francisco con el objetivo de educar a niños y adultos en los buenos hábitos alimenticios.

Además, hace las correspondientes mediciones de peso, altura y circunferencia en los menores para llevar un preciso control de sus grados de nutrición y detectar casos de desnutrición u obesidad.

Además, en el Banco de Alimentos hay un aula en la que se imparten estos mismos talleres a los beneficiarios de otros programas.

Los programas

Una de las coordinaciones fundamentales del Banco de Alimentos es el de Trabajo Social. Integrada por seis trabajadoras sociales y encabezada por Elsa Eunice Valdez, se encargan, primero, de los estudios socioeconómicos para determinar qué comunidades y personas pueden acceder a los diferentes programas que ofrece la institución.

Hay beneficiarios en 114 comunidades que viven en desventaja, tanto en Hermosillo como en ciudades como Caborca, Agua Prieta y Guaymas.
Hay beneficiarios en 114 comunidades que viven en desventaja, tanto en Hermosillo como en ciudades como Caborca, Agua Prieta y Guaymas.

De su trabajo minucioso y exhaustivo depende que el apoyo llegue a quienes realmente lo necesitan y que los partidos políticos, por ejemplo, no traten de apropiarse o beneficiarse con fines electorales de las ayudas.

Su dedicación está a la altura de su responsabilidad, y su entusiasmo es contagioso, como el de Eneida Quijada, apunto de subirse a uno de los camiones cargado de alimentos que parte en ese momento para una de las comunidades con las que trabaja la IAP.

El programa Comunidades lleva alimento a 114 comunidades que viven en desventaja, tanto en Hermosillo como en ciudades como Caborca, Agua Prieta y Guaymas.

Treinta y ocho comunidades son rurales y 76 urbanas.

Este programa cuenta con cerca de 17 mil beneficiarios.

El costo de los paquetes alimenticios que entregan en las comunidades varía, pero en promedio, suele ser menor al 10% del valor en el mercado, de manera que, por ejemplo, un kilo de cualquier clase verdura vale 1.50 pesos, a esto le llaman cuota de recuperación.

En Ayuda de Corazón, sin embargo, los paquetes nutricionales son gratuitos. Este programa está dirigido a adultos mayores, a quienes se les brinda apoyo alimenticio y orientación nutricional.

En caso de que el adulto mayor se encuentre imposibilitado de acudir al Banco de Alimentos cada miércoles, la institución le lleva su paquete a domicilio.

Cerca de 1000 personas se benefician de este programa.

Para los jefes o jefas de familia o personas que se encuentran en una situación difícil de manera temporal y no tienen una comunidad beneficiada cerca, existe el programa Alimento Compartido.

Al menos tres mil personas se benefician de este programa.

Está el programa de Voluntariado, del que ya hemos hablado, y el de Instituciones y Desayunadores, en el que se incluyen ochenta centros entre casas hogar, asilos de ancianos, estancias infantiles y centros de rehabilitaciones.

Todo ello es posible, es necesario subrayarlo, por el incansable trabajo del Patronato del Banco de Alimentos y por los donadores, la mayoría anónimos; empresas e individuos que les proporcionan la materia prima para realizar este milagro cotidiano en el corazón de la pobreza.

Antes de irme me pide Rossy Verduzco, la encargada de acopio, que apele a la conciencia de los lectores, pues les urge una batería para el único montacargas que tienen, sin el cual mover los alimentos se convierte en una tarea muy pesada.

La batería tiene un costo de cinco mil dólares. ¿Quién le entra?