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El acontecimiento más grande de la historia

La noche de Navidad está llena de luz de paz y de alegría. El mundo nunca más será lo mismo, pues ha sido redimido con la presencia de Dios niño

Por Guadalupe Rojo

Queridos amigos, entramos en el mes de diciembre y estamos todos preparando la Navidad.

El punto más importante de la historia del mundo es precisamente este: en el que llegada la plenitud de los tiempos Dios se encarna en el seno de una Virgen.

El hecho es tan grandioso y sobrenatural, que la historia quedó dividida en Antes de Cristo y Después de Cristo.

La navidad es una fiesta religiosa, celebramos con devoción y alegría que Dios viene a redimir al género humano para que los hombres podamos tener de nuevo parte en la casa del Padre, privilegio que perdimos con el pecado original de Adán y Eva.

Dios viene al mundo no como un gran rey, sino como un niño que depende en todo de sus padres.

No en un gran palacio, sino en medio de una noche fría, teniendo que tomar una gruta para descansar porque no hubo lugar para ellos en la posada, y es la misma naturaleza la que ofrece el primer techo al Salvador del mundo.

La buena nueva de su nacimiento fue dada primero que a nadie a los pastores que estaban en vela cuidando su rebaño. “Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso el mundo”: Benedicto XVI.

Es él quien viene y quiere habitar en el corazón de cada uno.

Imaginemos el infinito y tierno amor de Dios, que toma carne humana para ser cercano a nuestra naturaleza, un Dios que entiende cualquier situación cotidiana de la vida diaria y del espíritu, porque fue un hombre como nosotros, de manera que nadie pueda decir que él está lejos, o es extraño a nuestros trabajos del mundo.

Ciertamente que nuestro corazón se ha de alegrar y debemos preparar un gran festejo, en el que el centro sea la contemplación de San José y María que reciben al niño Dios con una humildad y amor, inigualables.

El cielo, las estrellas, una gruta, y unos mansos animales dan la bienvenida al Redentor del mundo. Un buey y un asno brindaron calor al Dios hecho niño, un pesebre con paja fue su primera cuna. Unos pastores fueron los primeros en ser avisados por los Ángeles que Jesús había nacido, y en el cielo se escuchó un canto que decía “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.

Hay que hacer silencio.

Cada detalle nos da algo para meditar, hay que dejar las luces de las tiendas por las luces del nacimiento, hay que poner adornos pero sin olvidar el sentido y el motivo de ellos. Dios quiere hablarnos pero para escuchar sus mensajes hace falta paz en el corazón.

“Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, de madera y piedra, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado”, dijo Benedicto XVI.

La noche de Navidad está llena de luz de paz y de alegría.

El mundo nunca más será lo mismo, pues ha sido redimido con la presencia de Dios niño que viene, que ilumina y que pide nuestra colaboración para que su mensaje sea llevado a toda creatura sobre la tierra.

No nos queda más que rendirnos al amor de Dios que viene a nosotros, en la forma más frágil, la de un recién nacido, hay que correr como los pastores a encontrarlo junto a José y a María, para contemplarlo y adorarlo, para ofrecerle los regalos que podemos darle: ayudar a Transformar este mundo según su corazón y dar testimonio vivo de la buena nueva que vino a traernos, que nos amemos unos a otros.

Busca incansablemente la verdad.