Sobre la Soberanía Nacional

El mundo tiene otra teoría política en la que la soberanía de las naciones es un concepto “superado”
Por José Refugio Magallanes
Como otros tantos términos, el de soberanía es uno que ha evolucionado o, mejor decir, cambiado de significado según el interés de quien o quienes lo definen. No obstante, permanece en el imaginario social que la soberanía de un país, como lo es México, debe incluir las ideas de “Autoridad suprema” del pueblo, pero no en todos, sino en sus representantes que gobiernan, haciendo y ejecutando leyes que beneficien la vida de todos sus habitantes, además de la “Autonomía externa” o libertad de autodeterminación del país sin la intervención de ningún otro estado.
Este es el dato que genera una visión de independencia de una nación, de su soberanía, respecto a los otros. Así, decimos que hay intento de violación de una soberanía nacional cuando el presidente de una potencia “sugiere”, “amenaza” u “ordena” que se aplique tal o cual medida política, económica o de cualquier tipo a nuestro propio presidente. Y no importa si tal injerencia sea en beneficio o en perjuicio de sus habitantes, el meollo del asunto es que no puede, ni para bien ni para mal interferir en cuestiones internas. Un país independiente, pues, debe defender su soberanía. Un pueblo soberano hace lo que se le pega la gana con su forma de vivir, en otras palabras.
Se apelaba, en tiempo pasado, al término de soberanía por parte de pueblos con desventajas ante países más poderosos. Era un medio defensivo ante cortes internacionales de justicia de naciones débiles contra las hegemónicas o con intenciones de dominio o ya dominantes. Esto nos lleva a incluir desde ya esos “otros datos” que completan una visión más ampliada sobre el asunto, como lo son la soberanía de iure y la de facto. La primera está escrita en el derecho internacional, sin embargo, la segunda siempre queda restringida a la capacidad real de un pueblo para mantener su soberanía intacta, al potencial real que se tenga para no ceder ante las exigencias del más fuerte. Ello no significa otra cosa que, aunque de iure se reconozca la soberanía, de facto se viola casi sistemáticamente y, aquí es dónde, la soberanía comienza a perder su significado radical para tomar vericuetos.
El dato que ya no es
La imagen más emblemática para representar la soberanía, “encarnada” en el Estado, se encuentra en la portada original del libro de El Leviatán, de Thomas Hobbes. Es la figura de un hombre que lleva a la cabeza una corona real, un báculo y una espada en cada mano para representar monarquía, autoridad y poder, pero todo él está compuesto de hombrecillos aglutinados para darle cuerpo. Además, sale del mar para ocupar un territorio sobre el cual gobernar…a báculo y espada. El Estado es pues un animal humano indomable, hacia el exterior, pero dominante hacia el interior. El Estado es un ser “vivo” con capacidades que superan a las del individuo, porque es la suma de todos sus individuos.
Aquí el término de soberanía corresponde a su raíz latina: super omnia, es decir “sobre todos”, poder supremo. Cuando la monarquía, el rey es el soberano; cuando la dictadura, el dictador es el soberano; cuando la República, la soberanía reside en los tres poderes; cuando sistema parlamentario, la soberanía se asienta en el parlamento; cuando sistema socialista o comunista, la soberanía pertenece a la revolución primero y luego, lueguísimo, al proletariado. Toda esta teoría política es dato del pasado, de siglos anteriores al nuestro. A partir del globalismo, el Leviatán volvióse al mar, porque lo ha vencido el Juggernaut, del sánscrito hindú, «señor del universo». Es una metáfora para un ser mecánico que no duda en aplastar a quien se interponga en su camino y sólo aquellos que pueden treparse a él pueden salvarse. Metáfora que retoma Anthony Giddens en su obra Un Mundo Desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas.
El mundo tiene otra teoría política en la que la soberanía de las naciones es un concepto “superado”. Así como los individuos de un pueblo o país habían cedido sus derechos individuales en favor de la suma de todos, ahora es lugar y tiempo para que los estados —con su autoridad, independencia y soberanía— cedan sus derechos de autodeterminación a un Juggernaut «señor de todos los pueblos». Así debería entenderse el concepto de globalismo, diferenciado del de globalización.
Globalización debe entenderse, por ejemplo, a partir del descubrimiento y colonización de América, Asia, África y Oceanía por Europa. También, como hoy vivimos, a partir de las tecnologías de la informática y la Comunicación que permiten conexiones de todo el globo con todo el globo.
El globalismo pues, conlleva un intento por resignificar el término de soberanía.
En éste persiste el elemento de “autoridad suprema”, empero, se elimina el de “autonomía externa”. La autoridad suprema no reside en ningún pueblo particular, sino en un Estado Globalista. Las leyes emanan desde un centro mundial a las que deben subordinarse las legislaciones nacionales.
Pare entender mejor esta lógica, deberíamos imaginar un conjunto de “otros mundos” en el cual, nuestro mundo, exigiría el derecho de soberanía, de autodeterminación, para gobernarnos, como humanidad, a nuestra libre voluntad.
El problema es que no existe ese conjunto de otros mundos, ni el riesgo de que alguno pretenda dominio sobre los demás, entonces ¿por qué habríamos de asumir un concepto de soberanía global?
A no ser que supongamos, como verosímil y verificable, una intención de configurar un gobierno mundial, independiente y supremo a todas las naciones.
Pero eso sería caer en la creencia de las Teorías de la Conspiración; ganaría confianza de realidad la obra literaria de Robert Hugh Benson, El Amo del Mundo; o, verían cercano, los creyentes religiosos, el personaje del Anticristo.
Lo evidente son las pautas en las que se puede observar cómo las naciones pierden soberanía ante un Juggernaut, en el sentido de que es una “maquinaria” que se echa a andar para imponer políticas no previstas ni deseadas por los pueblos. Imponer el sistema democrático o republicano a naciones de tradición monárquica o dictatorial implica violar su soberanía; aplicar políticas de control de la natalidad en toda nación, sea para paliar los efectos del cambio climático o la búsqueda de mejorar la calidad de vida de los individuos, supone violación a la soberanía; obligar a “pensar” y por ende a educar con perspectivas de género y lenguaje “inclusivo” en todos los estados-nación, significa transgresión a la soberanía.
En fecha reciente se dio a conocer la reacción de la empresa multinacional AstraZeneca en la que manda retirar del mercado mundial su vacuna anti Covid, porque provocaba “trombosis”. Ello nos hace recordar que el mundo entero vivió y convivió bajo los efectos de un virus manipulado genéticamente y que “escapó” en territorio chino, pero, además, deja evidencia del andar de esa “maquinaria” que a una voz hace saltar a todas las naciones tan alto como les ordenen.
Conclusión
La Soberanía era un término tan bello como la Libertad y la Justicia. Conceptos que sólo podían penetrarse con la intuición, desde dentro del ser, para reconocerles en su total significación. La armonía estética entre la palabra expresada y la idea concebida en el alma humana, o mejor decir, en lo más íntimo del Yo, siempre sobrepasaban los límites del individuo para desbordarse en el conjunto de personas pensantes y anhelantes de felicidad. Por esa razón, cuando escuchábamos “Soberanía Nacional”, se agudizaba nuestro intelecto y se encendía nuestro corazón como señal indudable de pertenencia a nuestro pueblo…un orgullo de sentirnos mexicanos, soberanamente mexicanos.
¿Será esta una visión pesimista sobre la realidad? ¿Se habrán de considerar válidos los argumentos antes esgrimidos en que estamos cediendo nuestra soberanía nacional a favor de un gobierno mundial, despersonalizado y despersonalizador? ¿Se estará diluyendo la esencia del ser mexicano en una mezcla de globalismo sin contraste entre las diferencias específicas con otros pueblos? ¿Nos encontramos a corta distancia de tiempo para considerarnos más como ciudadanos del mundo que como mexicanos? Y, si eso fuera así, ¿qué ganamos o qué perdemos? ¿Se gana con una soberanía globalista, perdiendo la soberanía nacional?
No tengo respuestas…
Hasta la próxima.
*Historiador y catedrático universitario