DestacadaPrincipales

El ritual de preparar comida para miles de reos en Sonora, La dieta de los presos

Por Antonio López Moreno

En 1980 la vida de Víctor Hugo Robles sufrió un parteaguas. Debido a una situación que él califica como injusta, llegó al CERESO 1 de Hermosillo a pagar una condena por transportar enervantes, un hecho del que asegura no haber sido culpable. Durante su estancia en el penal, su condena le fue reducida gracias a su buena conducta, así como por enseñar a leer y escribir a otros internos y trabajar en la cocina del penal. Estas actividades no solo lo mantuvieron ocupado, sino que le ayudaron a encontrar un propósito mientras estaba privado de su libertad.

“Un primo mío me pidió a mí el carro para salir de paseo con la familia, pero él tenía doble intención, se fue pa’ la sierra y trajo un viaje de droga y lo agarraron en el camino… pero se les perdió en el monte, el problema fue que el carro estaba a mi nombre”.

Víctor recuerda que su sentencia original habría sido por seis años, pero por los mencionados motivos la redujeron a tres. A veces rememora con nostalgia todo lo que involucraba preparar los alimentos para los demás internos. La cocina se volvió un espacio de aprendizaje, de colaboración y de cierta paz en medio de un entorno hostil.

“Todos los días es diferente menú, a veces nos daban cocido, daban gallina pinta, daban caldo de queso, o tortas”.

Afirma que la necesidad de alimentarse y la convivencia que se da entre los internos lleva a que se elaboren platillos con un alto nivel culinario. Es decir, los internos, impulsados por el deseo de comer bien y por compartir lo poco que tienen, aprenden a cocinar de forma creativa y nutritiva. Su platillo favorito era el cocido.

“Sí, porque a mí me tocó trabajar en la cocina un tiempo y entonces nosotros mismos picábamos la verdura y todo”.

Dice que era un trabajo en equipo que les ayudaba a mantenerse unidos. En un ambiente donde reina la incertidumbre y muchas veces la tensión, el trabajo compartido en la cocina servía como una válvula de escape emocional y como un espacio de organización comunitaria.

“El cocido, la gallina pinta y sí, había otras comidas también, pero eso es lo mejor que había”.

El señor Víctor salió de prisión en 1983. A décadas de su encierro, celebra que hoy en día se discuta la posibilidad de mejorar la calidad de vida de las personas privadas de su libertad. Considera que, aunque se trata de personas que enfrentan procesos legales o han cometido delitos, no deben ser deshumanizadas. 

Aunque también le genera sentimientos encontrados el haber pagado una pena sin haber cometido delitos. Esa herida, aunque atenuada por el tiempo, permanece viva en su memoria.

 

La dieta de los presos

Para las personas privadas de su libertad, la Secretaría de Seguridad Pública tiene aprobado un menú, que varía cada dos semanas. Además, existen apartados alimenticios distintos tanto para personas contagiadas de VIH como para población con diabetes. Esta diferenciación busca atender las necesidades nutricionales específicas de cada grupo, al menos en teoría.

Según el menú que se obtuvo a través de la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT), los lunes desayunan huevos con tortilla y atole; los martes, crema de trigo, avena, leche y fruta; los miércoles, huevos con chorizo, atole y tortillas; los jueves, avena con leche y pan; y los viernes, huevos con salchicha, atole y tortillas.

En cuanto a sus comidas y cenas, los internos ingieren alimentos como pozole, gallina pinta, barbacoa, caldo de pollo, frijoles y mortadela. Aunque a simple vista puede parecer una dieta suficiente, los expertos han señalado que en algunos casos puede haber deficiencias importantes.

Los alimentos comienzan a distribuirse a las 6:00 horas, 10:00 horas y 14:00 horas. Esto forma parte de la rutina diaria al interior de los penales, donde los horarios son rígidos y estrictamente controlados por el personal de seguridad.

 

Dieta carece de pescado y fruta

De acuerdo con la nutrióloga clínica Ericka Alegría, la dieta que reciben los internos en los CERESOS de Sonora es relativamente completa, sin embargo, carece de elementos esenciales, como lo es el pescado. La ausencia de este alimento es una preocupación para los especialistas en salud y nutrición.

“Estos ayudan al funcionamiento adecuado del cerebro, mejorando la función cognitiva, la memoria, la atención y el estado de ánimo. Si buscamos ver una mejoría en la salud mental de los presos, las grasas saludables y los pescados son un factor clave”, acotó.

Anotó también que la dieta pudiera enriquecerse con más frutas y verduras, dos elementos clave para lograr una alimentación equilibrada y funcional. Muchas veces, debido a limitaciones presupuestales o logísticas, los alimentos frescos como vegetales o frutas se sustituyen por productos procesados o de baja calidad.

“En mi opinión, estos menús no están completos ya que faltan grasas saludables, más proteína, más vitaminas, minerales y más fibra”, aseveró.

Los comentarios de Alegría coinciden con las observaciones de algunos organismos de derechos humanos que han visitado los centros penitenciarios en el país. La nutrición deficiente en los centros penitenciarios no solo afecta la salud física, sino también el bienestar emocional y psicológico de las personas internas.

 

Sonora entre los estados con más cárceles

Según el Censo Nacional Penitenciario, el año pasado Sonora se ubicó en segundo lugar nacional con más cárceles de todo tipo, con un total de 20 centros penitenciarios, empatado con Veracruz que también tiene 20, y colocándose sólo por debajo del Estado de México, que cuenta con 23.

Las cárceles de Sonora tienen capacidad para 8 mil 849 camas útiles, pero en estos momentos están en sobrepoblación muchas de ellas, pues hay recluidos 10 mil 574 personas. Esta cifra revela un grave problema de hacinamiento que afecta directamente las condiciones de vida, la seguridad y los derechos humanos de quienes están dentro. De ese total, 9 mil 993 son hombres y 581 mujeres.

Tan solo durante el año 2022, ingresaron a las 20 cárceles de Sonora un total de 9 mil 520 personas, mientras que egresaron 8 mil 479. La gran mayoría de las personas que entraron y salieron fueron hombres, lo cual refleja también una tendencia nacional en cuanto a género dentro del sistema penitenciario.

También se estima que cuatro de cada 10 de las personas privadas de su libertad permanecen recluidas sin sentencia firme en su contra, siendo que el 38.8% de ellas están por prisión preventiva justificada y un 56.9% por prisión preventiva oficiosa. Esto implica que miles de personas están detenidas sin que un juez haya determinado formalmente su culpabilidad, lo que representa un problema estructural de acceso a la justicia.