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Alternativas para evitar los antibióticos

La mayoría de los antibióticos cuando son producidos naturalmente por las bacterias para controlar a otras bacterias, lo hacen en pequeñas cantidades y las mismas bacterias los regulan
La mayoría de los antibióticos cuando son producidos naturalmente por las bacterias para controlar a otras bacterias, lo hacen en pequeñas cantidades y las mismas bacterias los regulan

La mayor parte de los antibióticos cuando son producidos en forma natural por las bacterias para controlar a otras bacterias, lo hacen en pequeñas cantidades y las mismas bacterias los regulan

 

El uso generalizado de los antibióticos es parte de la creencia que existen bacterias muy dañinas ante las cuales el cuerpo no puede defenderse y que sólo deberá eliminarse con un fármaco, y desafortunadamente en nuestra sociedad consumen indiscriminadamente el que le sobró al familiar, al amigo, etc., no entienden que cuando hay una infección debe ser tratada por el especialista y tomar dicho antibiótico el tiempo que el facultativo indique, de la otra forma van haciendo resistente al organismo y cuando se requiere un tratamiento el especialista indicará lo importante que es realizar un estudio ante una infección severa como puede ser un cultivo que debe asilar e identificar el agente infeccioso y probar “in vitro”, mediante un antibiograma qué antibiótico resulta el más eficaz, y las personas que toman indiscriminadamente los antibióticos no prescritos y los van dejando inconclusos por lo general salen resistentes a los esenciales y los que pueden consumir son los más agresivos para la salud.

No debemos olvidar que no todas las bacterias son malas se consideran malas para todo el mundo, ya que muchas personas las mantienen controladas con sus propias defensas. Y a veces el antibiótico no solo no cura, sino que provoca grandes desequilibrios.

En un adulto el número de células de los microorganismos que viven en su cuerpo puede ser diez veces superior al de las células propias. De hecho se calcula que 2 kg de la masa corporal corresponden al conjunto de especies bacterianas y otros microorganismos que habitan en el cuerpo, lo que científicamente se conoce como microbiota. Esos microorganismos no son ajenos al ser humano sino esenciales para su fisiología como la del cerebro, el bazo o el corazón. La microbiota es absolutamente necesaria para garantizar la vida y la salud.

En la actualidad, ante una enfermedad, en lugar de suprimir buena parte de la flora microbiana lo que se busca cada vez más equilibrarla. Esto permite aplicar tratamientos curativos pero también puede mejorar la prevención. En la mayoría de los países del mundo cada vez es mayor el consumo de antibióticos y México es todavía mayor debido a la falta de control de los mismos y el abuso excesivo que se hacen de ellos, a pesar de ser productos controlados, pero desafortunadamente las personas no se concientizan del uso inadecuado de los mismos, y ha llegado a ser un problema diario. Los pacientes hospitalizados o con una cirugía tienen una alta probabilidad de recibir antibióticos inadecuados en la mitad de los casos. El exceso de recetas médicas inclusive veterinarias, la  automedicación sin prescripción de un veterinario  han favorecido el aumento de esas resistencias.

Antes de que se observaran los microorganismos al microscopio, el ser humano llevaba siglos utilizando sustancias antimicrobianas para curar. En Europa central hace 5,300 años Ötzi, el hombre de los hielos portaba una pulsera de hongos con propiedades antiinnfecciosas. En el antiguo Egipto los embalsamadores conocían el poder antiséptico de las sales (el natrón), que potenciaban con resinas aromáticas (incienso y mirra), aunque en las momias plebeyas utilizaban cebollas (antibacterianas). En la India los médicos vedas aplicaban vendajes de miel y mantequilla fermentada en las heridas infectadas. Y en Grecia Hipócrates aconsejaba combatir las infecciones con tomillo, canela  o vinagre.

Los primeros antisépticos modernos llegan en el siglo XIX. En 1847 Semmelweis ordena a sus estudiantes que se laven las manos con agua clorada antes de explorar a las parturientas de la maternidad universitaria de Viena lo que reduce la mortalidad  del 10% al 1%. Más de medio siglo después, se desarrolla el primer antisifilítico de síntesis y, en 1935, las sulfamidas. Estas revolucionan los hospitales pero la II Guerra Mundial deja al bloque aliado sin suministros y la búsqueda de una alternativa lleva a purificar la penicilina descubierta una década antes por Fleming.  A partir de los años cuarenta se descubren muchos antibióticos producidos por bacterias de la tierra. Mientras se obtienen antibióticos de distintas arcillas se corre la voz de que no se use la arcilla en heridas infectadas, cuando durante siglos el ser humano ha visto como los animales se curaban con barro sus heridas.

Los antibióticos además de por su origen natural, se pueden clasificar en diferentes familias por su efecto sobre las bacterias o el organismo. Las betalactaminas (penicilinas y cefalosporinas) por ejemplo alteran la pared bacteriana (sobre todo de las bacterias gram-positivas), resultan poco tóxicas y no penetran en la célula animal, mientras los macrólidos bloquean la síntesis proteica del ribosoma bacteriano y favorecen la toxicidad hepática. Otras familias incluyen los aminósidos, las tetraciclinas y los antibióticos quimioterápicos.

La mayor parte de los antibióticos cuando son producidos en forma natural por las bacterias para controlar a otras bacterias, lo hacen en pequeñas cantidades y las mismas bacterias los regulan. Sin embargo, cuando se interviene con antibióticos en grandes cantidades, se producen grandes destrozos en las colonias bacterianas, no solo en las patológicas, sino también en la flora habitual no patógena.

Para poder defenderse de las bacterias desarrollan de forma natural resistencias a estos productos. Además la resistencia de unas bacterias es transmitida a sus vecinas. Esto explica que sea importante  no actuar solo contra una bacteria concreta sino tener en cuenta el equilibrio bacteriano y procurar proteger o favorecer la flora habitual. Además, lleva a plantear tratamientos con sustancias más naturales que respeten la propia capacidad curativa del organismo.

Por tanto, se debe recurrir al antibiótico solo en casos excepcionales y hacerlo de la manera más precisa posible, identificando el proceso infeccioso con un buen diagnóstico y sabiendo que si el pronóstico es leve bastará con estimular las defensas, vigilar el proceso y acaso realizar un cultivo, si es factible, por si cambiase la evolución. También conviene tener en cuenta que antibiótico puede provocar desequilibrios durante semanas o meses tanto en la persona que lo recibe como en otras personas del entorno (hospital aguas.) por lo que  debe ir acompañado de probióticos que refuercen la flora.

Hasta la próxima continuaremos con la segunda parte.

CUIDENSE MUCHO BUENA SUERTE Y MUCHA SALUD.