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El último héroe ruso tras La huella de Navalny

Por Manuel Gutiérrez

Los datos y el dramatismo de la narración son de Jean Meyer y fueron publicados en el diario El Universal, de México, pero caen como anillo al dedo al asunto que largamente he tratado sobre Ucrania, vista de lado de lado, desde todos los modos posibles.

Jean Meyer, que recordarán ustedes es el autor de la célebre obra La Cristeada, en 3 Tomos que publicó Siglo XXI, y que marcó un hito en el rompimiento del silencio histórico sobre ese episodio nacional e internacional, marcado por el final que tuvo, de negociación, los lances y proezas que realizaron campesinos, estudiantes y líderes populares, y finalmente porque se enfrentaron a un estado que pretendía ser juez de conciencia de los mexicanos, imponiendo en qué creer o en qué no creer.

Meyer aborda el tema el 01.06.2025 en las páginas de El Universal y narra como un periodista Alexander Skobov, héroe de la resistencia rusa, nacido en 1937, primero héroe soviético, luego preso político en los tiempos de Brezhnev, pero siempre se mantuvo erguido, sin ceder en derechos de libertad de expresión, de libertad política, y de los derechos esenciales del hombre, vulnerados por las dictaduras muchas veces disimuladas, aunque muy claras en cuanto al centro del poder en Rusia, soviética o neozarista.

Fue colaborador de Grani.Ru, un medio prohibido por Putin, el nuevo zar, en el año 2014, Alexander Skobov, se encuentra en la cárcel, por haber condenado la invasión de Ucrania, que hoy lleva 2017 días de guerra, fue condenado a 16 años de prisión por “llamado al terrorismo” y por “participación en una organización terrorista” enfermo, cautivo le espera una muerte lenta y dolorosa.

Un emulo de Alexéi Navalny, el mártir de la democracia de Rusia, que por causa de libertad se convirtió en candidato opositor de Putin. Navalny por ello fue acusado para ser convertido en un preso político.

Las acusaciones en su contra fueron lo de menos, la intención de Navalny era ser un símbolo desde las rejas, desde Siberia, como prisionero que recibió malo tratos, enfermó y fue expuesto a temperaturas inclementes, y adicionalmente, fue asesinado en una sesión de tortura, su cadáver fue entregado por la presión de la opinión pública, y los moscovitas desfilaron ante su ataúd, para evidenciar su solidaridad y su descontento con el poder omnipresente de Putin.

Navalny pudo ir a Occidente a refugiarse en una país amigo, que hubo varios que le ofrecieron asilo, pero optó por ir a la prisión para dar un sólido ejemplo, de palabra y de obra.

Alexander Skobov, siguió su ejemplo. Admitió lo cargos serenamente ante su juzgador, optó por ser encarcelado para ser un símbolo, no titubeó cuando le leyeron la sentencia de 16 años de prisión por ayudar a la nación hermana invadida, y por ello ser catalogado como terrorista.

A la sentencia dice Jean Mayer que respondió con un “Gloria a Ucrania” dicho con su corazón puro de ruso verdadero. Es como Navalny una víctima de la represión.

Para los mexicanos, más en este tiempo de falta de identidad política, de ideologías de conveniencia, de sujeción al poder, sin duda resulta un gesto inexplicable. Ir a pasar a la prisión apurados días, de sufrimiento, para ser un verdadero símbolo de la represión y un llamado de conciencia silencioso, replicado por los medios clandestinos que siguen recordando su suerte, y hablando a los rusos de su tragedia, la falta de libertad que ha sido veleidosa y esquiva, a lo largo de su historia, incluso en la época soviética en que eran “democráticos” regidos en nombre del pueblo, pero en realidad sujetos a una camarilla política todopoderosa que decía ser la última palabra y la verdad.

Alma eslava, pasional, estoica, vocación de mártir, por causa del pueblo para producirle una duda de conciencia. Gesto que al mundo occidental y a la forma de ser del mexicano, puede parecer un sacrificio inútil, pero para Rusia es un discurso interminable, constante y válido en defensa de la libertad.

Parece que en Rusia todos son Vladimir, Iván o Alexander, porque otro siguió ese camino aunque logró regresar de la prisión con sus miles de páginas de denuncia de un espantoso sistema denominado Archipiélago GULAG, se trata de Alexander Solyenitsin, que logró la notoriedad del Nobel, pero también fue capaz de sacudir las conciencias materialistas de Occidente en sus cátedras universitarias como lo hizo en el célebre discurso en Harvard.

Alcanzó a ser reconocido por un remanso en el fluir de la historia en que incluso mereció estatuas en su honor. Quién podrá determinar si volvió al samizdat clandestino, la prensa minoritaria que circula materiales de mano en mano, a la lista de autores prohibidos, pero ahí quedó su aporte: Porque escribir tras las rejas, o hablar detrás de ellas, tiene su chiste y es un testimonio de autenticidad.

Ni Navalny ni Skovob, sin embargo son un gesto inútil. Si ante el silencio y cierta complicidad de Occidente, permitieron los malos tratos y tal vez la tortura final de Navalny, seguramente no reaccionarán en favor de Skovob y nada podrá salvarlo a no ser un milagro.

Pero en Rusia, ese asunto cala hasta lo hondo de los huesos, es un testimonio que no se puede marginar, es un grito del silencio que se escucha de verdad en cada ruso consciente.

Sumados a los costos de la guerra, a los reveses que ha representado en un millón de muertos, a las sanciones y problemas de inflación y de economía, todo ello fisura al pueblo que debe sostener una guerra…que se estima injusta y que no vale la pena morir por las ambiciones imperiales de Putin.

Eso grita el último héroe de Rusia, Alexander Skovob, y hasta nosotros repercute su silenciosa y encarcelada voz: “Gloria a Ucrania” que himno tan difícil y que proeza de decirlo en tierras del Zar.

Una buena investigación sobre los presos políticos daría resultados sorprendentes para los tribunales e instancias humanitarias de Occidente por lo absurdo de tantas causas y los nombres y casos de tantos detenidos que han optado por ser encarcelados pero estar satisfechos con su conciencia del bien, y es tan fácil quedar preso y en desgracia política.

Porque encarcelan enfermeras o cualquier ciudadano que done algo a favor de la causa de Ucrania, a estudiantes, a reporteros, a trabajadores, ministros religiosos, que se niegan a defender la invasión, incluso a los periodistas, porque sólo están bien los que aprueba el oficialismo.

Que por inicio no pueden llamarla invasión y así, y deben sostener que están luchando contra los herederos de Hitler, que con suásticas avanzan en la Ucrania, imaginados así en la mente de Putin, pero solamente reflejan, que se ha convertido en una copia mal hecha de aquello que juró combatir como soldado y espía de la KGB, el nazismo y ahora se lo impone a Rusia y eso lo dice también Jean Meyer en  El Universal.

El señuelo de Putin, que ha impuesto un orden más parecido a la dictadura alemana de los nazis, que impera en la Rusia que pretende sojuzgar a Ucrania y a todos los que resistan, como Skovob o la memoria de Navalny. Una dictadura total para alentar un imperio territorial.

Pero la generación de héroes continúa, y de forma increíble, otros toman el lugar del liderazgo cívico que pretende preservar la pureza de los ideales rusos, que son mismos de todo hombre, y mujer bien nacidos y sanamente formado en valores familiares y amor a su Patria, sin menospreciar a nadie en mundo en que se vive.

Gente que buscando la justicia e incluso cumplir con la misión de Dios, de ser buenos seguidores de Cristo en palabra y obra, sin dejarse atraer por la iniquidad, la maldad y la mentira que envenenan a las sociedades, ni por mitos de superioridades ficticias o por gratificaciones de cargos públicos o huesos políticos. A cambio, aceptan estar en condiciones infrahumanas en sus prisiones.

Por eso Jean Meyer, admira a Skovob. Y tiene razón. Los rusos son medievales, en la mejor expresión de esa era, todavía, con un discurso que pasa por el ejemplo. “La palabra invita, pero el ejemplo arrastra” parece que así lo entienden en esas latitudes.