Medieval, eterno: Saint Michel

Por Manuel Gutiérrez
Abadía benedictina enclavada en Normandía, un castillo medieval, una fortaleza dedicada a San Miguel Arcángel, que sigue vigilando la costa nublada, tormentosa del canal de la Mancha. Un escenario sin igual, por su pureza de preservación, por su historia.
Un acierto para el turismo mundial. Los franceses supieron sacarle provecho a este aislado centro monástico del medioevo. Crearon un camino útil para llegar, un sistema de autocares para llevar a los visitantes, pero sobre todo preservaron el lugar como si estuviéramos en el año mil.
Tuve la suerte de conocer este legendario lugar, sin dejar de meditar que cerca estaba de la playa Omaha, en Normandía, escenario del día D. Por alguna razón este monumento no fue tocado, por fortuna porque es un patrimonio de la humanidad.
Saint Michel me ofreció la singularidad de la vista en perspectiva primero del castillo, luego del interior por sus pasillos medievales ascendentes/descendentes como si los caballeros de reluciente armadura salieran de pronto. O frailes, de preferencia cerveceros.
Fue un escenario de las andanzas del Condestable de Francia, caballero Bertrand de Guesclin, recordado y algunos vestigios aparecen en Saint Michel de sus andanzas en la guerra de los Cien Años.
En el año 1300 ya Saint Michel era un centro de ideología, de vida religiosa y militar a la vez que una sólida fortaleza que influía en los destinos de Europa, por ello fue completado, su utilidad resalta. En eso andaban al otro lado del charco, cuando aquí, aunque le pese a López Obrador, hacíamos pozole humano, barbacoa al pastor de los cautivos y los tzompantlis no eran cúmulos para ver el paisaje. Qué basura esa supuesta grandeza.
Competencia: pero en el lado inglés, en Cornualles, existe un Saint Michel, también benedictino, pero el lugar visitado fue el francés en Normandía, más singular por su existencia marítima y más famoso.
Notable fue descubrir que el lugar fue sede de la Orden de San Miguel, principal selección real de caballería, orden fundada por San Luis, rey de Francia, en 1469, entre los cuales figuraron Cesare Borgia —el nombre lo dice todo—, Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, Jacobo V de Escocia, Eduardo VI de Inglaterra, e incluso ingleses como Robert Dudley, figura isabelina, Michel de Ruyter, en 1666 un holandés almirante, e incluso Alfonso XIII de España, rey depuesto; es decir, el sitio fue un punto clave para la vida del mundo europeo.
Una alegoría de la vida caballeresca, con ideales superiores, y a la vez un realismo de trabajo, lucha y sacrificio; eso hizo Saint Michel, como reflejo de lo que generaciones pensaron, admitieron y buscaron. San Miguel sigue en guerra: los rebeldes rusos y de otras nacionalidades de la era soviética luchan por Ucrania y la Legión lleva su nombre, su imagen… curioso: gente que, de ser capturada, será eliminada de manera sumaria, porque “traicionaron” a Putin, no a la sagrada Rusia.
Es todavía un monasterio que sobrevive a la incomprensión que rodea la vida consagrada al retiro, sea contemplativo o laboral, silencioso y místico como lo hace la orden benedictina que aún ocupa el lugar, la parte superior del silencioso castillo, frío; incluso no se observan los residentes de claustro.
Esta modalidad actualmente no es muy comprendida, valorada, pero es extraño que Dios llame a unos elegidos a descubrirlo mediante el retiro del mundo, la oración, la meditación. Qué extraño llamado: alejarse del mundanal ruido y centrarse en Dios, en sus misterios, en su amor; pero aún subsiste y muchos responden a ese llamado, y lo seguirán haciendo, con conventos o sin ellos; para eso existen los desiertos y montañas, el anacoretismo es un vínculo religioso muy fuerte.
Una diminuta iglesia es el escenario religioso de San Miguel. Tiene una estatua que parece se inspiró en un estilo budista, con tonos de aluminio bruñido o plata: un busto colosal que parece estar fuera de lugar. Pudiera haber sido destinado al Tíbet, pero es San Miguel. Extraño, como todo lo que hay aquí, sin proporciones, todo dedicado a la elevación.
En el confesionario, un sacerdote atiende a la feligresía de todas las latitudes del mundo; no sé si sea políglota, o los pecados, por su universalidad, no admitan problemas de comprensión, o cómo lo haga. Pero su semblante grave me hizo entender que estaba comprometido en su ministerio, abriendo la búsqueda de absolución a los solicitantes; él sabe cómo le hace.
Una pintura de no sé quién, pero por su antigüedad valiosa, adicionada a su arte, adorna el lugar, y otra estatua guerrera de San Miguel, fiel a su oficio militar, adorna el lugar.
Un escenario sencillo, de madera, sobrio, con una iluminación semi-oscura, medieval, mientras los chinos pululan con sus celulares tomando fotos, como una horda sin fin desplazando a todos los demás.
Un portentoso símbolo, una gran oferta y una respuesta semi-vacía, aparente; eso es la espiritualidad del Occidente actual, pero aún está ahí y todavía hay creyentes y quizás vengan tiempos mejores, porque Saint Michel es respuesta a lo que no se encuentra en la vida moderna.
Lo extraño es la gente. Los franceses y muchos europeos caminan la marisma descalzos, bajo la fuerte lluvia. Incluso muchos de ellos juegan en la arena, entre fosos de agua de mar, gaviotas que se ganan la vida más fácil con los visitantes —oportunistas—, pero es un viaje místico, una peregrinación o una manera de convivir. Sufren el frío y la lluvia con alegría, como si estuviéramos en un día soleado.
En el acceso, por coincidir con fechas de receso escolar, había muchos alumnos europeos de visita en el lugar, algunos tomando notas, otros elaborando dibujos detallados o contestando cuestionarios. Vacacionan, pero aprenden, eso me queda claro.
Un grupo de jovencitas francesas, con un distintivo que parecía surgir de una cruz de Malta en azul, colegiales o religiosas, entonaron la canción tradicional Edelweiss, sobre la flor alpina que tanto representa en el Tirol, en Francia y al parecer en toda Europa, en el autocar, mientras el perfil de Saint Michel se acrecentaba, como en una primavera de sol, pese a lo gélido y nublado.
Fue electrizante escucharlas, porque eran símbolo de una continuidad histórica, la modernización derrotada por algo más esencial, más profundo; todavía hay jóvenes con ideales, e incluso que son lectores o profesan su religión, sorpresa en el mundo materialista del pragmatismo europeo. Todo está como al principio, como si apenas fuera a empezar el reto a San Miguel.
Saint Michel puede gustarte o no, pero su poder místico es innegable. Esta fortaleza sobrevivirá mientras viva ese Arcángel; es una casa magnífica y debe encantarle.
El mar fue usado para hacer un lugar aislado, inexpugnable a los invasores, a los enemigos de la Iglesia o de la corona, que los tuvieron en turno en la feroz Revolución francesa, pero parece que la idea puede sobrevivir a todo.
El aislamiento era una forma de separarse del mundo del poder, del dinero, de las tentaciones tan frecuentes. Y eligieron bien: observando las mareas, evitaron tener que hacer un foso en torno al castillo.
La zona en donde se encuentra ha sido partida de cambios históricos muy próximos, lo más reciente el Día D. Porque está en Normandía, con sus playas históricas como Omaha, Utah, Juno y Sword, y otras tres, que llenaron cementerios completos de héroes; mismo lugar de donde salió Guillermo el Conquistador a modificar Inglaterra mil años antes; mismo lugar en donde se exiliaron las fuerzas británicas en Dunkerque, entre los titubeos triunfalistas de los nazis que dudaban aniquilarlos para no cerrarse la oferta de paz con Inglaterra, porque era una guerra no querida, como anhelada era la de invadir a la URSS.
Hoy las solitarias playas ya no tienen huellas de la guerra; incluso parecen una zona de lujo de Malibú, California, con casas que valen una fortuna frente al mar. Cuesta trabajo imaginar el pasado, porque se aproxima al siglo que ocurrió, evocado en uno que otro souvenir y recuerdos solo en los museos; pero el 6 de junio es recordado aquí como una fecha importante, con discursos, banda y los veteranos que al parecer nunca se extinguen salen a orearse al aire con sus medallas.
Fue cuando a la playa llegaron 12 mil barcos, miles de aviones, miles de paracaidistas (cuyo patrono fue nombrado San Miguel, solicitado por los dos lados en la contienda) y miles de soldados que se ahogaron o fueron recibidos a tiros por los cañones y ametralladoras nazis, que en proporción resultaron ganadoras por los resultados obtenidos dada la fuerza disponible, pero nadie podía parar a los aliados.
Pero los aliados ya tenían el camino listo a París noventa días después, no sin tres batallas intensas de las que se habla poco, todo camino a la capital; pero el poder nazi ya estaba aniquilado, aunque se resistió, como en Carentan.
Pero nada de eso convirtió a Saint Michel en un blanco, como otras catedrales o monumentos arrasados en los bombardeos; por fortuna no tuvo la suerte de Dresde, que tardó 80 años en ser reconstruido, con la catedral y la ciudad histórica entera.
Saint Michel, en cambio, asegura una sensación de paz. Y sabes que has llegado a un lugar, a un portal, a un santuario —más rodeado de curiosidad que de fe—, más buscado por el paisaje que por el favor del Arcángel; pero aún hay fieles, y muchos de ellos jóvenes que siguen atentos a San Miguel, y eso fue conmovedor, en un tiempo en que todo eso parece quedó excluido de la modernidad. Europa necesita una reconversión; hay un gran vacío en las almas.
Este tiene un lugar que la marea aparta del mundo. Un sitio lleno de historia, de poder y de invocación del Arcángel, que pueda funcionar.
Es probable que no lo olvides nunca —porque siempre me pareció irreal, pero sí existe—; está ahí, más lejano que el tiempo, que parece no transcurrir: solo la marea llega y se va.
La síntesis perfecta del lugar es la omnipresente oración en varios idiomas con ese marco de la fortaleza medieval:
“San Miguel Arcángel, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; tú, príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén”.
Y Miguel alado sigue con la espada en alto en su espectacular escenario.









