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Nochebuena a la sonorense: tradición, exceso y un poco de caos

El problema no es la comida, ni el tráfico, ni los regalos fallidos. El problema es el exceso en general

 

Por Alberto Moreno

En Sonora, la Nochebuena no se vive… se sobrevive.

Es una mezcla perfectamente desordenada de tradición, estrés, risas, tráfico, cuetes y comida como si se fuera a acabar el mundo el 25 a las 12:01.

La cena es sagrada. No importa si hace frío o 35 grados, la mesa se llena. Tamales, pierna, pavo, ensaladas con fresas y arándanos que nadie pidió pero siempre aparecen y una comedera que no distingue horarios ni límites. Aquí no se cena: se ataca la comida. Y luego se repite, “nomás poquito”. Hablar del recalentado amerita otra publicación.

Santa Clos también hace su aparición estelar. Llega sudando, con gorro y barba postiza, mientras los niños fingen no reconocer al tío, al primo o al vecino que mide igual. Tradición es tradición.

Y afuera… los cuetes. Aclaración importante: pirotecnia, no los borrachos. Aunque a veces el sonido confunde. Truenan por todos lados, porque en Sonora la Navidad no se escucha… se anuncia a explosiones. Estén o no prohibidos, seguirán tronando todo diciembre.

Si sales ese día, prepárate para el tráfico infernal. Miles de conductores con cara de “ya no aguanto”, bajo el estrés de las compras de último momento, estacionamientos llenos y el espíritu navideño colgando de un hilo. Manejar en Nochebuena es un acto de fe… y paciencia.

Las posadas cumplen su misión: romper la rutina, cantar, convivir… y comer otra vez. Porque si algo no falta en diciembre, es comida y pretextos.

Y luego está el temido intercambio de regalos de la oficina. Todos son amigos… hasta que alguien regala calcetas. Por favor, no. No calcetas. Tampoco tazas genéricas ni velas sin aroma. Si no sabes qué dar, mejor chocolates. O un abrazo sincero… con una tarjeta de regalo.

El problema no es la comida, ni el tráfico, ni los regalos fallidos. El problema es el exceso en general. Comemos de más, gastamos de más, nos estresamos de más y a veces olvidamos el centro de la celebración.

Porque, más allá del ruido y la comedera, estamos recordando el nacimiento de Jesucristo. No como un acto religioso, sino como una idea poderosa: alguien que llega a la mesa, se sienta con nosotros y comparte la alegría, la paz y la esperanza de la Navidad.

Ese es el verdadero invitado de la noche.

Y a veces, entre tanto exceso, se nos olvida dejarle lugar.

 

*Periodismo sin corbatas