«Yo también dije que antes era mejor»: Crónica sin corbatas de una generación que repite lo que escuchó

Desde el testimonio de un X Gen, una reflexión honesta sobre la nostalgia, el cambio, y el vértigo de un presente que no nos pidió permiso para llegar.
Lo confieso: yo también lo dije.
«Antes los niños jugaban en la calle», «Antes respetábamos a los mayores», «Antes la música tenía alma», «Antes no necesitábamos terapia para salir adelante»…
Lo dije con tono de verdad revelada. Como si el pasado fuera un refugio sagrado y el presente, una caída libre sin red.
Lo repetí como eco de mis padres, sin cuestionar si acaso la historia tenía otros protagonistas, otros gritos ahogados, otras verdades incómodas que en mi niñez simplemente no se escuchaban.
Ahora, a mi edad, ya no puedo mentirme: lo que añoro no es necesariamente mejor. Es simplemente lo que conocí. Lo que entendía. Lo que me hacía sentir que tenía el control.
La memoria tiene filtros vintage
No sé si a ti también te pasa, pero la memoria —esa vieja actriz— solo deja pasar las escenas doradas. Las bicicletas, los veranos sin celular, las canciones con letra y solos de guitarra, los viajes al río. Lo demás lo maquilla, lo edita, lo borra.
¿Y las cosas que no se decían?
¿Las palizas que eran “disciplina”?
¿Las infidelidades “de hombre”?
¿Las mujeres que lloraban en silencio?
¿Los adolescentes que vivían con miedo de “ser descubiertos”?
¿La corrupción callada?
¿La depresión tragada con café y cigarro?
Antes no se hablaba. No porque no doliera.
Sino porque no se podía.

El grito que por fin encontró micrófono
La llegada de internet —y sobre todo, de las redes sociales— no solo trajo memes, retos virales y pantallas infinitas. Trajo algo más profundo: voz.
De pronto, los silencios se convirtieron en denuncias. Los “no digas nada” en hilos virales. Los secretos de familia, en podcast.
Y aunque a veces ese torrente de palabras nos abruma, también hay que decirlo claro: era necesario. Urgente. Justo.
Porque muchas historias que hoy nos incomodan, antes eran normalidad… solo para nosotros. No para quienes sufrían en ese “orden de las cosas”.
Del vinilo al algoritmo: vivir en lo desechable

Vivimos en la era del “swipe”, del “story”, del “delete”.
Y nosotros —los de la libreta, el diccionario Larousse, y el teléfono con disco— a veces sentimos que el mundo se volvió un tornado de novedades donde ya no caben nuestras certezas.
Pero hay algo que no siempre vemos: detrás de esa velocidad también hay libertad.
Libertad de elegir, de reinventarse, de decir “esto no me define”.
Es otra forma de vivir. Ni mejor ni peor. Simplemente otra.
¿Y qué hacemos con tanta nostalgia?
Nos podemos quedar atrapados ahí, en el “cuando yo tenía tu edad”, en el “tú no sabes lo que es duro”, en el “en mis tiempos…”.
Pero también podemos mirar al espejo y decir:
“Yo también fui joven. También rompí esquemas. También quise cambiar el mundo.”
Y si lo hicimos una vez, ¿por qué no ahora?
No se trata de renunciar a lo vivido, sino de no convertirlo en dogma.
No se trata de odiar lo nuevo, sino de entender que el presente también es una lucha por algo mejor.
Que las generaciones actuales tienen batallas que nosotros no vimos venir, pero que merecen respeto.
Conclusión sin corbatas
Tengo más de 50 años. Y sí, a veces extraño lo simple, lo lento, lo tangible.

Pero también me doy cuenta de que muchas cosas que llamábamos “normales” eran cadenas.
Y que si hoy hay caos, ruido, y exceso de opinión… también hay espacio para sanar, denunciar, reinventarse y vivir de formas impensables en el pasado.
Quizá el error no es decir que antes era mejor.
El error es no preguntarse: ¿para quién?
Y con esa pregunta, dejo el juicio. Me quedo con lo bueno del ayer… Y me atrevo, sin corbata, a caminar hacia lo que sigue.
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