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18 años en el purgatorio por un crimen ¿no cometido?

Damien Echols, Jason Baldwin y Jessie Misskelley obtuvieron la libertad el 19 de agosto de 2011

Por Héctor Rodríguez Espinoza

El pasado lunes 19 se cumplieron 8 años de la libertad de tres jóvenes sujetos a y de dos procesos criminales, cargados de experiencia y material fílmico divulgable. Fue mi hija Lolita la que me invitó a mirarlos, para enriquecer mi pedagogía filosófica judicial y penitenciaria comparada.

Documentales

En los últimos años, los Oscar han puesto en el punto de mira de los cinéfilos uno de los géneros más atractivos del panorama audiovisual, los documentales. Ya en la pasada edición, Inside Job causó sensación entre el público y recibió grandes elogios por parte de la crítica. Este año, de entre todos los candidatos, había uno que llamaba poderosamente la atención por su pasmosa temática, muy cercana a la ficción pero crudamente real.

Paradise Lost 3: Purgatory forma parte de una trilogía desgarradora –Lost Paradise: Los crímenes de los niños en Robin Hood Hills y Paradise Lost 2: Revelations– sobre uno de los crímenes más horribles ocurridos en Estados Unidos. A pesar de no recibir el apreciado galardón, ha logrado el mejor de los premios posibles: conseguir la libertad de tres jóvenes que pasaron 18 años en la cárcel por unos crímenes que no cometieron.

Los hechos

Se remontan al 5 de mayo de 1993, en West Memphis, Arkansas. Los cadáveres de tres niños de tan sólo ocho años con brutales signos de violencia son encontrados en las colinas de Robin Hood. La imagen es dantesca. Los cuerpos de Christopher Byers, Michael Moore y Stevie Branch están desnudos y atados de pies y manos con los cordones de sus zapatos. Fueron salvajemente golpeados y torturados; con uno de ellos, Christopher Byers, la crueldad fue extrema. Sufría laceraciones por todo el cuerpo y la mutilación de su miembro.

Los tres menores que fueron asesinados West Memphis, Arkansas.

La conmoción y el desconcierto se apoderaron del pequeño pueblo de la América profunda que jamás había vivido un suceso de tal magnitud. La opinión pública clamaba justicia y la policía estaba desbordada. Había que encontrar un culpable pronto. Los agentes no fueron lo que se diría «cuidadosos» con el lugar del crimen ni con las pruebas: los cuerpos fueron retirados del arroyo en el que fueron encontrados antes de que el médico forense los examinara y muchos vecinos recuerdan al jefe de la investigación fumando en el perímetro del área. Una de las víctimas presentaba marcas de mordedura que no fueron inspeccionadas hasta cuatro años después de los asesinatos.

La policía, rumorología y prejuicios

La chapucería fue una constante en la labor de la policía que, presionada, se lanzó a formular especulaciones sobre quién había cometido tal horror. Un oficial de la libertad condicional juvenil pensó en aquel chico «siniestro» de la zona, al que llevaba siguiendo hacía un tiempo. Tenía fama de inadaptado, provenía de una familia pobre que recibía frecuentes visitas de los servicios sociales, llevaba el pelo largo, vestía ropa oscura y era amante del heavy metal.

Damien Echols se convirtió en el primer sospechoso. A pesar de que no se encontraron pruebas ni evidencias que lo conectaran con los asesinatos, la rumorología, las ansías de la policía de hallar un culpable y el juicio paralelo que los medios de comunicación hicieron del chaval, lo condenaron sin contemplación.

Más culpables

Pero aquella atrocidad, que finalmente se atribuyó a un ritual satánico, no podía ser obra de una sola persona, así que había que hallar a más culpables. Fue entonces cuando entró en escena Vicki Hutcheson, una recién llegada al pueblo. Ella accedió a colaborar con la policía a cambio de una suculenta recompensa de 30.000 dólares; años más tarde, se retractó y confesó que todo había sido una invención porque la policía la amenazó con quitarle su hijo si no les ayudaba. La mujer obligó a su hijo Aaron, compañero de juegos de los tres pequeños asesinados, a decirle a la policía que había visto cosas extrañas aquella noche en el bosque, pero la declaración fue desestimada por carecer de solidez.

No obstante, Hutchenson siguió intentando incriminar a Echols en los crímenes. Invitó al joven a su casa, donde escondió micrófonos, con la intención de conseguir alguna confesión. Sin embargo, no consiguió nada y la policía optó por decir que la cinta era «inaudible».

Por último, pensó en un chico de 17 años, Jessie Misskelley, que sufría retraso mental, para que dijera que había sido testigo de los asesinatos y que Echols había participado. Misskelley no sólo corroboró la historia sino que, tras ser interrogado durante unas doce horas y sin la presencia de sus padres, acabó incriminándose a él mismo y a un amigo de Echols, Jason Baldwin. Más tarde, Misskelley se retractó de su confesión y aludió a la intimidación, coerción y amenazas de la policía, pero para entonces aquellas irregularidades ya no importaron. La policía ya tenía sus culpables y el pueblo clamaba venganza.

Misskelley, juicio por separado, coerción policial

Misskelley fue juzgado por separado. Durante el juicio el joven cayó en contradicciones y sus declaraciones no coincidían con los hechos y los detalles de los crímenes. Además, un experto en confesiones falsas, el Dr. Richard Ofshe, estuvo presente en el juicio y concluyó que se trataba de un «ejemplo clásico» de coerción policial. Sin embargo, nada de eso fue considerado y Miskelley fue condenado a cadena perpetua.

Echols y Baldwin, juicio no mucho más ortodoxo

El juicio de Echols y Baldwin no fue mucho más ortodoxo. Durante el proceso se rozó el esperpento en muchos momentos, como cuando se utilizaron como evidencias el hallazgo de libros de Stephen King, sábanas negras de bandas de rock y letras de canciones de grupos como Blue Oyster Cult y Pink Floyd en sus habitaciones. Los veredictos fueron contundentes y claramente influenciados por el clima de paranoia y miedo que tanto la policía, a través de filtraciones, como los medios de comunicación, con la publicación de todo tipo de conjeturas, se encargaron de difundir.

Echols fue condenado a la pena de muerte por inyección letal, al ser considerado el cerebro de los crímenes, mientras que Baldwin fue sentenciado a cadena perpetua.

El paso de 18 años

Cineastas Joe Berlinger que produjo el documental “Lost Paradise”.

Con el paso del tiempo y los nervios más calmados, los vecinos del pueblo empezaron a preguntarse si aquellos chicos habían sido realmente los culpables. El caso tuvo una gran repercusión por todo Estados Unidos y dos cineastas, Joe Berlinger y Bruce Sinofsky se hicieron eco de la historia y decidieron hacer un seguimiento documental.

La emisión del primer capítulo, Lost Paradise: Los crímenes de los niños en Robin Hood Hills, removió las conciencias de los norteamericanos, que empezaron a preguntarse si realmente aquellos tres chavales eran los culpables. Incluso algunos familiares de las víctimas expresaron sus dudas.

En el segundo capítulo, Paradise Lost 2: Revelations, Berlinger y Sinofsky documentaron la acumulación de pruebas contra un nuevo sospechoso, ni más ni menos que el padrastro de uno de los niños asesinados. Mark Byers, con antecedentes y relacionado con la muerte misteriosa de una mujer, levantó sospechas por un cuchillo suyo que contenía restos de sangre. Al ser preguntado, cambió hasta tres veces de versión. Las dudas planean por encima de su figura, pero la policía no ha emprendido ninguna acción contra él.

En el tercer y último capítulo, Paradise Lost 3: Purgatory, los espectadores son testigos del hallazgo de nuevas pruebas de ADN y nuevas pistas forenses casi veinte años después, dando un giro radical al caso. La tecnología, dieciocho años más tarde, no tenía nada que ver con la que había en 1993 y las nuevas pruebas de ADN demostraron la injusticia que se había cometido.

Sin embargo, a pesar de que las pruebas de ADN de los tres acusados dieron negativo, el caso no pudo reabrirse, de manera que los chicos de West Memphis tuvieron que acogerse a una maniobra legal conocida como la Declaración AlfordLa Doctrina Alford o Petición de Alford —en inglés, Kennedy plea, Alford guilty plea, “I’m guilty but I didn’t do it”— es un tipo de declaración aplicable en la justicia criminal estadounidense; un infractor responde a cargos penales no admitiendo culpa sino que inocencia respecto al acto por el que se le acusa. Bajo esta petición, el acusado admite que existen suficientes evidencias como para probar su culpabilidad ante un juez o jurado más allá de una duda razonable; el acusado mantiene su declaración de inocencia, pero al mismo tiempo admite que el Estado cuenta con suficiente evidencia para condenarlo. Así, el veredicto de culpabilidad no se elimina pero, al reajustarse su condena a 18 años de cárcel, se les libera, en virtud del tiempo que ya han pasado en prisión.

La ansiada libertad

Damien Echols, Jason Baldwin y Jessie Misskelley obtuvieron la libertad el 19 de agosto de 2011. «Estoy cansado. Han sido18 años. Ha sido un infierno absoluto», dijo Misskelley en la rueda de prensa que dieron, ya libres, ese mismo día. «Esto no fue justicia. Éramos inocentes y nos mandaron a la cárcel para el resto de nuestras vidas», dijo Baldwin. «Todavía podemos tratar de limpiar nuestro nombre. La única diferencia es que ahora podemos hacerlo desde el exterior», dijo un demacrado pero feliz Echols.

Los menores procesados y sentenciados.

Reacciones

Los padres de uno de los tres niños víctimas pidieron a la Academia de Hollywood que el documental sea excluido del primer corte establecido para la categoría. En carta de 22 de noviembre, Todd y Dana Moore sostienen que la película glorifica a Damien Echols, Jason Baldwin y Jessie Misskelley, en libertad en agosto después de declararse culpables de cargos menores.

«Debido a la presión pública que explotó tras las graves acusaciones vertidas en los dos documentales anteriores, y sin que los asesinos de Michael aceptaran su culpabilidad, estos fueron injustamente puestos en libertad y ahora representan una amenaza para la sociedad», dicen. «Imploramos a la Academia que no debe recompensar a los asesinos de nuestros hijos y a los directores del documental, que se han beneficiado de uno de los mayores fraudes jamás perpetrados bajo el disfraz de una película documental».

Su hijo Michael, de ocho años, fue uno de las víctimas. El director del documental, Joe Berlinger, defiende su película pero entiende el dolor de los padres: «Entendemos que la conclusión de la película no les guste. Pero creemos fervientemente que los acusados son inocentes».

Los Moore aparecieron brevemente en el primer documental, emitido en la HBO en 1996. Según ahora ellos, fueron «engañados» y «manipulados» para convencerlos de que dieran su testimonio ante la cámara. «Los productores mintieron y nos dijeron que su propósito era proteger a los niños», dice la carta. La película ganó el galardón al mejor documental en los premios de la National Board of Review.

Estos padres están comprensiblemente desquiciados por encontrar a alguien y culparlo por el asesinato de su hijo. El dolor de perder a un hijo y más en esas circunstancias pueden volver loco a cualquiera. Pero, ¿será que dentro de su dolor, podrán tener una mínima de cordura y repasar las pruebas, si fueron engañados por las autoridades? ¿Pagaron, esos chicos, injustamente por un crimen que no cometieron? ¿Lo prueban las pruebas de ADN? ¿Anda(n) el(os) culpable(s) libre(s)?

*Los videos los puede encontrar en Youtube.