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“Booktubers” o de la literatura como un meme

Por Imanol Caneyada /

El magnetismo que ejercen entre los jóvenes ha llegado a grados tan absurdos, que en una feria de libro un “booktuber” convoque a más gente a su charla que la presentación de alguno de los autores que recomienda

Son pocos los que escapan a las redes sociales. Casi todo y casi todos hemos terminado por claudicar ante su subyugante poder, la ilusión de trascendencia que aseguran y la promesa de esos quince minutos de fama que cada día se renuevan y avivan.

El mundo virtual posee un magnetismo que nos ha orillado a pensar que si no estamos en él, no existimos. Los niveles de adicción a este mundo han crecido de manera acelerada en estos pocos años de existencia. En México, según una encuesta reciente de Forbes, los usuarios de redes sociales pasan un promedio de ocho horas frente a éstas, a diferencia de hace cinco años, que no llegaban a las dos horas. En este país Facebook está a la cabeza, seguido por Instagram y, aunque sea difícil de creer, en tercer lugar se encuentra Youtube, por encima de Twitter, que aparece en cuarto lugar en la preferencia de los usuarios.

Nada escapa a las redes sociales, nadie estamos exentos de sus tentáculos; tampoco la literatura, que ha encontrado en el fenómeno de los “booktubers” una manera sorprendente de proyectarse entre la conocida como generación del milenio o “millennials” (nacidos entre 1980 y 2000).

El fenómeno “booktuber” surgió en el Reino Unido hace cosa de cuatro años. Remite a jóvenes de entre 16 y 25 años que “suben” un video a Youtube recomendando la lectura de determinado libro o, bien, desestimando la misma. En cosa de cinco minutos expresan su parecer sobre el contenido e invitan a leerlo, o bien, a no hacerlo.

En México los “booktubers” aparecieron hace dos años aproximadamente y al principio pasaron desapercibidos en el mundo de la literatura; pero poco a poco se han convertido en verdaderos gurús de las letras, debido a la cantidad de seguidores que arrastran, determinando en muchos casos el éxito de ventas de un título.

Los videos de Fa, una de las pioneras en México, han llegado a alcanzar más de cien mil reproducciones, una cifra que comparada con otros contenidos de Youtube puede parecer baja, pero que si la remitimos al mundo del libro, es todo un récord.

En un país que durante décadas ha invertido mucho dinero y tiempo en programas para fomentar el escaso hábito de la lectura, en cuestión de dos años, cientos de miles de adolescentes y jóvenes han desestimado el trabajo de académicos, investigadores y maestros, para convertir a jóvenes como ellos en efectivos guías en el mundo de las letras.

Lo anterior podría ser nada más un fenómeno propio de las redes sociales cuya existencia se circunscribiera a las mismas.

Pero el problema es que estos “críticos” literarios han empezado a ser legitimados por las editoriales, que han encontrado en ellos un mecanismo de mercadotecnia muy efectivo; la Secretaría de Cultura, que ya los considera eficientes promotores o facilitadores de la lectura y los incluye en sus programas, y los organizadores de ferias de libro de todo el país, que los invita seguros del éxito de público que tendrán en sus presentaciones.

El magnetismo que ejercen entre los jóvenes estos guías literarios ha llegado a grados tan absurdos, que se ha dado el caso de que en una feria de libro un “booktuber” convoque a más gente a su charla que la presentación de alguno de los autores que recomienda.

Es en esta legitimación del fenómeno por parte de los espacios tradicionales en los que la literatura ha existido hasta ahora, en donde radica el riesgo de convertir a la misma en un mal chiste, en un meme.

La advertencia de Umberto Ecco de que la Internet hacía del tonto del pueblo un líder de opinión, si en algún espacio tiene vigencia es en el de los “booktubers”.

Salvo muy pocas excepciones, la mayoría de ellos posee un léxico muy limitado, pobres paradigmas para ejercer la “crítica”, desconocimiento de la tradición literaria y la evolución de ésta, y criterios muy poco formados para establecer límites certeros entre la buena y la mala literatura.

Adjetivos como “padre” y “cool”, criterios que no pasan del “me encantó” y juicios basados en conceptos banales como si la trama está o no entretenida, convierten a estos masivos espacios en frívolos ejercicios sobre el apasionante arte de leer.

Tienen su derecho a existir, por supuesto, lo preocupante, insisto, es que estén siendo legitimados por instituciones culturales y empresas editoriales, preocupados sobre todo por cuantificar la lectura para justificar presupuestos y aumentar ganancias, según sea el caso.