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El gran reto actual de la educación

Para desarrollar las inteligencias y aprovechar las bondades de la tecnología tenemos que cultivar un cerebro sano, receptivo y reactivo a todos los estímulos motrices y sensoriales

Por Leticia T. Varela

Con gran consternación observamos que los niños y jóvenes de la generación actual enfrentan serios problemas y condiciones ambientales adversas para un sano desarrollo de sus habilidades físicas, intelectuales, emocionales y sociales, tanto en el hogar como en la escuela y en todo su entorno.

Los padres de familia, los maestros, autoridades educativas, neurólogos, psiquiatras y psicólogos enfrentamos la dolorosa presencia del bullying, del TDA, la hiperactividad, los problemas de lenguaje, comunicación, aprendizaje y socialización, de la violencia, la drogadicción, la depresión infantil y juvenil, en fin, un gran espectro de obstáculos para el desarrollo sano y floreciente de las nuevas generaciones.

Y nos preguntamos por qué y cómo desembocamos en esto, pero no acertamos a darnos las respuestas precisas. No obstante si encontramos las causas, podremos intentar eliminarlas hasta donde sea posible y prevenir así sus efectos.

En este sentido me atrevo a mencionar como una de sus causas primarias el abandono de prácticas educativas y actividades lúdicas y artísticas de antaño en favor del manejo abusivo de ciertas tecnologías que, si bien pueden ser muy útiles para desarrollar determinadas habilidades, y que nos permiten avanzar en muchos terrenos del conocimiento, de la economía y del confort personal, el abuso indiscriminado de las mismas nos está pasando ya, como sociedad, una factura demasiado alta.

Pero tampoco nos conviene eliminarlas, sino encontrar la manera de aprovecharlas sin que nos destruyan, y para eso poseemos las inteligencias humanas. El desarrollo de todas nuestras inteligencias nos permitirá capitalizarlas como la riqueza más fabulosa de que disponemos, mucho mayor que todos los bienes materiales y todas las tecnologías.

Para desarrollar las inteligencias y aprovechar las bondades de la tecnología tenemos que cultivar un cerebro sano, receptivo y reactivo a todos los estímulos motrices y sensoriales, rico y equilibrado en energía eléctrica en todas sus áreas y en constante crecimiento.

¿Cómo logramos este maravilloso estado? Aunque es una información aún poco difundida y se recibe a veces con escepticismo, me siento obligada a compartirla: el oído, aparte de ser el responsable inmediato de la motricidad gruesa y fina, es el receptor directo de todos los estímulos sensoriales, que después organiza, integra y remite al cerebro para su registro y aprovechamiento. De tal manera que viene a ser el integrador sensorial, el conmutador central entre el sistema nervioso y los demás sistemas de nuestro cuerpo y el proveedor del 90% de la energía eléctrica que requiere nuestro cerebro para funcionar en todas sus áreas; en breve, el oído es el principal colaborador del cerebro en todo nuestro quehacer y desarrollo humano (Teoría Tomatis).

De tal manera que el impulso a la motricidad para el dominio del cuerpo, la percepción consciente multisensorial, el estímulo a la creatividad y a la expresión personal por todos los medios potencian la eficiencia del oído en el cumplimiento cabal de sus responsabilidades para propiciar el pleno y correcto funcionamiento del cerebro.

Todas estas tareas se pueden realizar perfecta y suficientemente a través del juego y de la actividad artística. Pero no del juego frente a una pantalla que mantiene el cuerpo inmóvil, sino del juego dinámico que exige una imagen corporal bien definida y una coordinación precisa de sus movimientos, como los que se requieren para los deportes y para los antiguos juegos del escondite, los columpios, el tobogán, el sube-y-baja, las carreras, los saltos de obstáculos, la gallina ciega.

Todos estos juegos y más puntualmente la danza y el teatro son actividades que demandan un correcto funcionamiento del oído con todas sus ventajas y la salud física y psicológica.

Las artes visuales y manuales y las artesanías demandan observación atenta y analítica de las imágenes y un desarrollo permanente de la motricidad fina, la estructuración mental, la creatividad, el gusto estético, la expresión personal.

La literatura y el teatro le abren al educando la puerta de la imaginación, la fantasía y la creatividad y desarrollan su memoria con infinidad de recursos asociativos.

La música por su parte tiene una oferta aún más amplia e integradora. Desde la vida intrauterina, en el parto y en los primeros años de existencia, escuchar música es una excelente manera de aprender a percibir sonidos organizados, es decir, aprender a escuchar para instalar un lenguaje de alta eficiencia para la comunicación. También sienta las bases para leer y escribir o entender el orden de las matemáticas y de las ciencias. El canto agrega a este proceso el desarrollo del control audiovocal o capacidad de autoescucharse y conocerse, propiciando un equilibrio psicológico. El canto coral es altamente recomendable desde la mínima edad posible ya que sus beneficios son múltiples y se dan también con el canto coral en la adultez.

La ejecución instrumental, por su parte, exige el desarrollo de habilidades altamente refinadas tanto motrices como de escucha, memoria, estructuración lógica y sensibilidad estética, entre otras.

Considero, pues, un gran desatino haber excluido o minimizado en los programas escolares y en el hogar la práctica de la lectura en voz alta, el juego activo, la comunicación interpersonal directa, el canto y demás actividades artísticas.

La receta sería entonces: hasta los 2 años de edad cero pantallas y mucho contacto físico y afectivo; en adelante un máximo de una hora diaria de pantallas y, en definitiva, el uso de recursos cibernéticos en equilibrio con prácticas lúdicas, deportivas, artísticas y sociales. Creo que la respuesta a la pregunta inicial de este escrito va por estos derroteros.

*Leticia T. Varela Ruiz, Dra. en Musicología y Consultora Tomatis Certificada.