
“Desde que nacemos, la naturaleza nos condena a morir”
Por Héctor Rodríguez Espinoza
Contra todo lo que suponen y expresan no solo los alumnos de Jurisprudencia, sino la mayoría de sus catedráticos, estudiar y sobre todo enseñar Filosofía del Derecho es un placer, más que una obligación burocrática, de esas lagunas que extienden el riesgo de la mediocridad de los futuros abogados, notarios públicos, políticos y jueces, en nuestra precaria cultura de la legalidad y desprestigiado estado de derecho.
Claro que no es nada fácil entusiasmar a los alumnos en su aprendizaje, vienen ayunos de esta materia en la escuela preparatoria y no ven en ella ningún signo de pesos. Al contrario, perciben que asumir los valores de la moral y de la ética en su futuro ejercicio, les privaría de su ambición de dinero y poder, camino agradable pero riesgoso hacia la corrupción, el cáncer que corroe a nuestra nación y Estado.
Por eso debe uno de experimentar e innovar para que pongan atención y se convenzan que la filosofía es darle un sentido valioso a la vida misma de todos los días. Preguntarse ¿quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, como futuro profesional del Derecho?
Me piden los alumnos abordar el misterioso tema de La muerte.
Les propongo compartir otra de mis exploraciones y recrear uno de los diálogos más pedagógicos de Platón, “La apología de Sócrates”.
Sócrates nos legó también —además de su “yo sólo sé que no sé nada”— la sentencia: “Desde que nacemos, la naturaleza nos condena a morir”.
De las muertes más injustas en la historia de la humanidad, con la de Jesús de Nazareth, Séneca y Juana de Arco, la de Sócrates nos mueve los más recónditos impulsos de indignación sobre la ponzoña de las personas nefastas —más en tratándose de gobernantes—, invadidas de los virus de la envidia, de la intriga y de la traición.
Ofrezco pues las eternas lecciones de este breve diálogo didáctico imaginario:
ALUMNA CYNTHYA (AC): Maestro, habiéndose condenado a sí mismo a la multa por obedecer a la ley, los jueces deliberaron y le condenaron a muerte, usted tomó la palabra e hizo una memorable defensa de sí mismo, lo que lo constituye como el primer abogado de la Historia, ¿es así?
SÓCRATES (SOC). Así es jovencita. Les dije a los atenienses que: “En verdad, por demasiada impaciencia y precipitación vais a cargar con un baldón y dar lugar a vuestros envidiosos enemigos a que acusen a la república de haberme hecho morir, a este hombre sabio -porque para agravar vuestra vergonzosa situación, ellos me llamarán sabio aunque no lo sea-. En lugar de que si hubieseis tenido un tanto de paciencia, mi muerte venía de suyo, y hubieseis conseguido vuestro objeto, porque ya veis que en la edad que tengo, estoy bien cerca de la muerte”.
- ¡Ah, la envidia desde siempre! ¿Se lo dijo a todos los jueces?
SOC. No lo dije por todos los jueces, sino tan sólo por los que me habían condenado a muerte: “¿Creéis que yo hubiera sido condenado, si no hubiera reparado en los medios para defenderme? ¿Creéis que me hubieran faltado palabras insinuantes y persuasivas? No son las palabras, atenienses, las que me han faltado; es la impudencia de no haberos dicho cosas que hubierais gustado mucho de oír. Hubiera sido para vosotros una gran satisfacción haberme visto lamentar, suspirar, llorar, suplicar y cometer todas las demás bajezas que estáis viendo todos los días en los acusados. Pero en medio del peligro, no he creído que debía rebajarme a un hecho tan cobarde y tan vergonzoso, y después de vuestra sentencia, no me arrepiento de no haber cometido esta indignidad, porque quiero más morir después de haberme defendido como me he defendido, que vivir por haberme arrastrado ante vosotros.
- ¡Qué lección de dignidad! ¿Cómo lo argumentó?
SOC. Les referí que: “Ni en los tribunales de justicia, ni en medio de la guerra, debe el hombre honrado salvar su vida por tales medios. Sucede muchas veces en los combates, que se puede salvar la vida muy fácilmente, arrojando las armas y pidiendo cuartel al enemigo, y lo mismo sucede en todos los demás peligros; hay mil expedientes para evitar la muerte; cuando está uno en posición de poder decirlo todo o hacerlo todo. ¡Ah! Atenienses, no es lo difícil evitar la muerte; lo es mucho más evitar la deshonra, que marcha más ligera que la muerte. Esta es la razón, porque, viejo y pesado como estoy, me he dejado llevar por la más pesada de las dos, la muerte; mientras que la más ligera, el crimen, está adherida a mis acusadores, que tienen vigor y ligereza.
- Los exhibió y revirtió la carga de la culpa y responsabilidad histórica. ¿O sea que ya estaba resignado a morir?
SOC. “Yo voy a sufrir la muerte, a la que me habéis condenado” -les dije-, pero agregué que “ellos sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad les condena. Con respecto a mí, me atengo a mi castigo, y ellos se atendrán al suyo. En efecto, quizá las cosas han debido pasar así, y en mi opinión no han podido pasar de mejor modo. ¡Oh vosotros! que me habéis condenado a muerte, quiero predeciros lo que os sucederá, porque me veo en aquellos momentos, cuando la muerte se aproxima, en que los hombres son capaces de profetizar el porvenir. Os lo anuncio, vosotros que me hacéis morir, vuestro castigo no tardará, cuando yo haya muerto, y será ¡por Júpiter! más cruel que el que me imponéis. En deshaceros de mí, sólo habéis intentado descargaros del importuno peso de dar cuenta de vuestra vida, pero os sucederá todo lo contrario; y os lo predigo.
AC: ¿Qué les predijo?
SOC. Les dije: “Se levantará contra vosotros y os reprenderá un gran número de personas, que han estado contenidas por mi presencia, aunque vosotros no lo apercibíais; pero después de mi muerte serán tanto más importunos y difíciles de contener, cuanto que son más jóvenes; y más os irritareis vosotros, porque si creéis que basta matar a unos para impedir que otros os echen en cara que vivís mal, os engañáis. Esta manera de libertarse de sus censores ni es decente, ni posible. La que es a la vez muy decente y muy fácil es, no cerrar la boca a los hombres, sino hacerse mejor. Lo dicho basta para los que me han condenado, y los entrego a sus propios remordimientos”.
- Platón escribió que hasta se dio el lujo de conversar con ellos.
SOC. Sí, “con respecto a los que me habéis absuelto con vuestros votos, atenienses –les expresé-: “Conversaré con vosotros con el mayor gusto, mientras que los Once estén ocupados, y no se me conduzca al sitio donde deba morir. Concededme, os suplico, un momento de atención, porque nada impide que conversemos juntos, puesto que da tiempo. Quiero deciros, como amigos, una cosa que acaba de sucederme, y explicaros lo que significa. Sí, jueces míos, (y llamándoos así no me engaño en el nombre) me ha sucedido hoy una cosa muy maravillosa. La voz divina de mi demonio familiar que me hacía advertencias tantas veces, y que en las menores ocasiones no dejaba jamás de separarme de todo lo malo que iba a emprender, hoy, que me sucede lo que veis, y lo que la mayor parte de los hombres tienen por el mayor de todos los males, esta voz no me ha dicho nada, ni esta mañana cuando salí de casa, ni cuando he venido al tribunal, ni cuando he comenzado a hablaros. Sin embargo, me ha sucedido muchas veces, que me ha interrumpido en medio de mis discursos, y hoy a nada se ha opuesto, haya dicho ó hecho yo lo que quisiera.
- ¿Qué pudo significar esto?
SOC. “¿Qué puede significar? Voy a decíroslo” –se los anuncié-: “Es que hay trazas de que lo que me sucede es un gran bien, y nos engañamos todos sin duda, si creemos que la muerte es un mal. Una prueba evidente de ello es que si yo no hubiese de realizar hoy algún bien, el Dios no hubiera dejado de advertírmelo como acostumbra.
- ¿Es cierto que consideró la muerte como un bien?
SOC. “Profundicemos un tanto la cuestión -les expliqué-, para hacerles ver que es una esperanza muy profunda la de que la muerte es un bien”.
- ¡¿Cómo así, un bien?!
SOC. Sí. Escucha: “Es preciso de dos cosas: una, o la muerte es un absoluto anonadamiento y una privación de todo sentimiento, o, como se dice, es un tránsito del alma de un lugar a otro. Si es la privación de todo sentimiento, una dormida pacífica que no es turbada por ningún sueño, ¿qué mayor ventaja puede presentar la muerte? Porque si alguno, después de haber pasado una noche muy tranquila sin ninguna inquietud, sin ninguna turbación, sin el menor sueño, la comparase con todos los demás días y con todas las demás noches de su vida, y se le obligase a decir en conciencia cuántos días y noches había pasado que fuesen más felices que aquella noche; estoy persuadido de que no sólo un simple particular, si no el mismo gran rey, encontraría bien pocos, y le sería muy fácil contarlos. Si la muerte es una cosa semejante, la llamo con razón un bien; porque entonces el tiempo todo entero no es más que una larga noche. Pero si la muerte es un tránsito de un lugar a otro, y si, según se dice, allá abajo está el paradero de todos los que han vivido, ¿qué mayor bien se puede imaginar, jueces míos? Porque si, al dejar los jueces prevaricadores de este mundo, se encuentran en los infiernos los verdaderos jueces, que se dice que hacen allí justicia, Minos, Radamanto, Eaco, Triptolemo y todos los demás semi-dioses que han sido justos durante su vida, ¿no es este el cambio más dichoso? ¿A qué precio no compraríais la felicidad de conversar con Orfeo, Museo, Hesiodo y Homero? Para mí, si es esto verdad, moriría gustoso mil veces. ¿Qué trasporte de alegría no tendría yo cuando me encontrase con Palamedes, con Ayax, hijo de Telamón, y con todos los demás héroes de la antigüedad, que han sido víctimas de la injusticia?”
- ¿Tanto así, maestro, felicidad póstuma?
SOC. Claro. “¡Qué placer el poder comparar mis aventuras con las suyas! –les exclamé-. “Pero aún sería un placer infinitamente más grande para mí pasar allí los días, interrogando y examinando a todos estos personajes, para distinguir los que son verdaderamente sabios, de los que creen serlo y no lo son. ¿Hay alguno, jueces míos, que no diese todo lo que tiene en el mundo por examinar al que condujo un numeroso ejército contra Troya o Ulises o Sisifo y tantos otros, hombres y mujeres, cuya conversación y examen serían una felicidad inexplicable? Estos no harían morir a nadie por este examen, porque además de que son más dichosos que nosotros en todas las cosas, gozan de la inmortalidad, si hemos de creer lo que se dice”.
- ¿O sea que no hay un mal para el hombre que nació para ser el bien, como usted?
SOC. Eso mismo, Cynthia. Se los referí: “Esta es la razón, jueces míos, para que nunca perdáis las esperanzas aún después de la tumba, fundados en esta verdad; que no hay ningún mal para el hombre de bien, ni durante su vida, ni después de su muerte; y que los dioses tienen siempre cuidado de cuanto tiene relación con él; porque lo que en este momento me sucede a mí no es obra del azar, y estoy convencido de que el mejor partido para mí es morir desde luego y libertarme así de todos los disgustos de esta vida.
- ¿Escucho, acaso, una voz divina?
SOC. Ciertamente. “He aquí –les dije- por qué la voz divina nada me ha dicho en este día. No tengo ningún resentimiento contra mis acusadores, ni contra los que me han condenado, aun cuando no haya sido su intención hacerme un bien, sino por el contrario hacerme un mal, lo que sería un motivo para quejarme de ellos.
- ¿Les pidió alguna gracia antes de ir preso a la cueva, donde esperaría al verdugo que le llevaría la copa de la cicuta?
SOC. Pero fue sólo una gracia la que tuve que pedirles. Que “cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis, los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren las riquezas a la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado con vosotros. Si me concedéis esta gracia, lo mismo yo que mis hijos no podremos menos de alabar vuestra justicia. Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios”.
(Citas textuales tomadas de “Platón, Diálogo La apología de Sócrates”.)