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Ahmadineyad visita Egipto en un viaje histórico

Ningún dirigente iraní había visitado el país desde la ruptura de relaciones en 1979

El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, llegó el martes a Egipto en una visita sin precedentes en las historia reciente de ambos países. El mandatario, que fue recibido por su homólogo egipcio, Mohamed Morsi, en el aeropuerto de El Cairo, participará en una cumbre de la Organización para la Cooperación Islámica, que aúna a los Estados de confesión musulmana. Al encuentro no ha sido invitado el Gobierno de Siria, del que Irán es un fiel aliado, justo en el contexto de una revuelta interna contra el régimen de Bachar El Asad que apoyan numerosos países en la zona, desde las monarquías del Golfo Pérsico al propio Egipto.

La relación entre Egipto e Irán quedó rota en 1979, un año en el que la revolución islámica depuso al sha Mohamed Reza Pahlevi y en el que El Cairo firmó un acuerdo de paz con Israel. Precisamente, el dirigente egipcio Anuar El Sadat, que lideró aquel proceso de paz, ofreció asilo al sha en 1979 y 1980, el año en que falleció en El Cairo. Cuando Sadat fue asesinado en 1981, en una ceremonia de celebración de una campaña militar de Egipto contra Israel en 1973, Irán le dio a una calle de Teherán el nombre de uno de los responsables de la operación, Khaled Islambouli.

Una visita como esta hubiera sido impensable durante los 30 años de régimen de Hosni Mubarak, que mantuvo el acuerdo de paz con Israel y estrechó los lazos de Egipto con occidente. Ahmadineyad es un enemigo declarado de Estados Unidos, un país que otorga cada año un millón de euros a Egipto en concepto de asistencia militar. Mubarak fue depuesto hace dos años en una revolución interna que, propagada por Oriente Próximo, ahora ha acorralado en su bastión de Damasco a Bachar El Asad. Ahmadineyad es uno de los últimos aliados que le quedan a El Asad en la zona.

Al aterrizar en El Cairo, Morsi recibió a Ahmadineyad con un beso en la mejilla, marcando el inicio de una nueva era de relaciones entre los dos países. Ese cambio puede comprometer la estabilidad de Egipto, que se halla en una complicada situación económica, con una continua depreciación de la divisa nacional. Morsi ha recibido cuantiosas ayudas de las monarquías del Golfo, que ven a Irán como una amenaza y una fuente de desestabilización de la región. El mes pasado, el Gobierno de Morsi admitió que ha recibido 3.700 millones de euros de Qatar y 2.900 millones de Arabia Saudí.

Para calmar los ánimos de esos países, el ministro de Exteriores de Egipto, Mohamed Kamel Amr, dijo este martes que la nueva etapa de acercamiento entre su país e Irán no va a producirse a costa de la seguridad de sus aliados en el Golfo. “Las relaciones de Egipto con otros Estados no se producen en detrimento de la seguridad de otros, y sobre todo de los del Golfo”, dijo, según informaron los medios oficiales egipcios. “La seguridad de los países del Golfo es crucial para la de Egipto”, añadió.

En preparación de su visita, Ahmadineyad trató de limar asperezas con los demás asistentes a la cumbre, citando a un enemigo común: Israel. “La geopolítica de la región cambiará si Irán y Egipto logran llegar a una posición de consenso respecto al problema de Palestina”, dijo el lunes a la televisión libanesa Al Mayadeen. También expresó su voluntad de visitar la franja de Gaza, que controla el grupo islamista suní Hamas. “Si me lo permitieran, me gustaría visitar a la gente de Gaza”, dijo. Egipto controla el acceso a Gaza por el sur.

La crisis siria, sin embargo, dominó buena parte de la conversación entre los dos mandatarios en el aeropuerto. Ahmadineyad insistió en que espera que los países participantes en la cumbre le apoyen en su idea de que el conflicto de los rebeldes contra el régimen de El Asad debe solucionarse “sin que se recurra a la intervención militar”, según informaron los medios oficiales egipcios. EE UU y sus aliados occidentales han intentado, infructuosamente, aprobar una resolución de condena a Siria en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, algo que abriría la puerta a una operación militar exterior.

En agosto, la Organización para la Cooperación Islámica expulsó a Siria, por la violenta represión por parte de su Gobierno de la revuelta popular. Hasta la fecha, según una estimación de la ONU, han muerto en ese conflicto 60.000 personas. Los grupos opositores son en su mayoría suníes, y han recibido ayuda económica y armamentística de Gobiernos de países donde los seguidores se esa rama de la ortodoxia islámica son mayoría, como Arabia Saudí, que en diciembre se comprometió a entregar 74 millones de euros a los rebeldes sirios. El Asad y la élite que hasta ahora ha gobernado siria son alauíes, una minoría afiliada al chiismo.

Morsi visitó Irán en agosto, para participar en una cumbre del Movimiento de Países No Alineados, algo que despertó recelos entre los aliados occidentales de Egipto, especialmente EE UU. Sin embargo, durante un discurso en Teherán, Morsi dijo que todos los reunidos deberían “expresar un apoyo total a la lucha de aquellos que piden libertad y justicia en Siria”, y equiparó esa revuelta con las que depusieron regímenes autoritarios en Túnez, Libia, Yemen y su propio país, Egipto.

El presidente egipcio cuenta con el respaldo de la sociedad de los Hermanos Musulmanes, con cuya agrupación política, el Partido de la Libertad y la Justicia, se presentó a las elecciones de junio de 2012. Precisamente, esa hermandad es uno de los grupos más fuertes dentro del movimiento opositor de Siria. La mayoría de países del Golfo, incluidos Arabia Saudí y Qatar, recelan de los Hermanos Musulmanes, por verlos también como una fuerza desestabilizadora y capaz de propagar a esa zona las revueltas que ya engulleron a Mubarak en Egipto.
EL PAÍS

 

 

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