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El sínodo panamazónico revive la Teología de la Liberación

Uno de los principales promotores de la asamblea plantea la posibilidad de sacerdotes casados y sacerdotisas femeninas; se trata de una corriente teológica populista, posee un enfoque marxista, que intenta combinar la política con la religión en la Iglesia católica

Por Dr. Jorge Ballesteros

El Sínodo Panamazónico que se realizará el 8 de octubre de 2019 está dentro de la agenda de la izquierda internacional.

La “teología de la liberación” está infiltrada en el próximo sínodo para promover cambios en la Iglesia y el mundo: Sacerdocio de hombres casados; ejemplaridad de la vida tribal como socialista, ecológica y no necesitada de evangelización; promoción de “movimientos sociales” de izquierda; lucha de clases contra “blancos” y empresas privadas; internacionalización de la Amazonía; etc.

Uno de los principales organizadores de este sínodo, el Obispo Kräutler, dice que esta reforma debería incluir sacerdotes casados, tanto hombres, como mujeres.

Erwin Kräutler, secretario de la Conferencia Episcopal Brasileña.

El Vaticano presentó el día 8 de junio de 2018 en una conferencia de prensa: el Documento Preparatorio para el próximo Sínodo Panamazónico 2019 en el que ahora se está hablando de darles a las mujeres un “tipo de ministerio oficial” y de hacer “valientes e inculturadas propuestas” con respecto a la “acción ministerial inclusiva” de la Iglesia.

La Teología de la Liberación es un grupo de corrientes teológicas populistas entre las cuales, la más conocida posee un enfoque marxista. La misma intenta combinar elementos políticos con religiosos en el seno de la Iglesia católica.

Nació en Iberoamérica tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín (Colombia, 1968) y es utilizada para el adoctrinamiento del pueblo por parte de la guerrilla colombiana, pretendiendo buscar la liberación de los pobres en el terreno social.

Para enrolar a un pueblo profundamente religioso como el latinoamericano, omite convenientemente toda mención al radical desprecio que manifiesta el marxismo por la religión. La Teología de la Liberación parte de la doctrina política marxista o socialista e intenta respaldar y dar validez teológica a dicha concepción política a través de la Biblia.

Desde que Jorge Bergoglio fuera elegido como Papa Francisco, se ha especulado mucho sobre su filiación política, más todavía después de las críticas al capitalismo vertidas en la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium y que han recordado a muchos las reflexiones que Pablo VI vertió en la Popularum Progressio de 1967.

A esta polémica ha seguido otra casi de inmediato. Se ha conocido ahora que Francisco recibió en audiencia privada al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, que es considerado, junto al obispo brasileño Hélder Cámara, como el fundador de la Teología de la Liberación. Gutiérrez ha defendido desde principios de los 70, junto a otros autores como Leonardo Boff, que la Teología debe de partir de una análisis de la realidad social, y que el instrumento adecuado para realizar dicho análisis es el marxismo.

Por si esto fuera poco, a principios de 2014, se presentó el volumen editado por la Librería Vaticana Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia que, si bien está firmado por el cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe monseñor Gerhard Müller, contiene una colaboración del propio Gustavo Gutiérrez y un prefacio del puño y letra del Papa.

El libro fue presentado por Müller junto a Federico Lombardi y al cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, y en el acto estuvo presente también Gutiérrez. No pocos medios de comunicación anunciaron que ésta era la “entrada oficial” de la Teología de la Liberación en el Vaticano

Todavía queda por destacar un detalle más que no dejará de producir cierto malestar. Francisco, desde su juventud, se interesó por los problemas económicos, políticos y sociales, y siempre desde una marcada sensibilidad por los más desfavorecidos.

Ya cuando estudiaba para ser técnico químico, con apenas dieciséis años, fue amonestado en su centro de estudios por acudir reiteradas veces con una insignia del partido justicialista que, en aquel entonces, impulsaba los derechos denominados “de segunda generación” o “sociales”.

Como él mismo ha señalado, su principal maestra en el área de la política fue Esther Ballestrino de Careaga, una disidente paraguaya cuyas preferencias se dirigían hacia los partidos comunistas. Entonces Bergoglio leía publicaciones del Partido Comunista argentino como Nuestra Palabra, o cercanas a él, como era el caso de Propósitos, donde escribía el activista de izquierdas Leónidas Barletta.

Las ideas políticoeconómicas defendidas por el papa Francisco provocan escalofríos. Nos hacen retroceder a la década de 1970, cuando en Latinoamérica estaba en pleno auge la “Teología de la Liberación”.

Esta doctrina se presenta a sí misma “como una reflexión a partir de la experiencia religiosa de quienes encuentran a Cristo entre los pobres, merced al compromiso que contraen en la lucha por su liberación”. Juan Carlos Scannone, una de las personas que más influyó en el Papa, la define como una teología que a diferencia de las demás, no se basa únicamente en la filosofía para analizar la realidad social e histórica de los pobres, sino también en las ciencias humanas y sociales.

A contrapelo de lo que su denominación parecería indicar, las diferentes versiones de la Teología de la Liberación no constituyen una opción religiosa sino política. Y, al igual que el marxismo, se jacta de que sus propuestas son “científicas”. Pero nada más alejado de la realidad, ya que desprecian tanto a la verdad histórica como científica.

En ese contexto, “liberación” significa la destrucción de las estructuras capitalistas y su remplazo por las colectivistas. El sistema de libre mercado es presentado como una forma de “violencia”, ergo, constituye una de las peores manifestaciones del pecado. En consecuencia, su destrucción liberará del pecado y permitirá el surgimiento del “hombre nuevo”.

En los setentas muchos jóvenes latinoamericanos católicos y de buen corazón, deseosos de acabar con las injusticias sociales, que según la prédica de sacerdotes de esta tendencia eran culpa del capitalismo, tomaron las armas y emprendieron el camino de la revolución. Los posters de Cristo teniendo una metralleta entre sus manos, eran comunes en aquella época.

El mensaje era claro: Jesús fue un revolucionario y si quieres seguir sus pasos, tú también debes serlo. Innumerables estudiantes, que por definición tiene poca experiencia de vida, fueron seducidos por ese discurso. Por consiguiente, optaron por la guerrilla que no sólo arruinó sus vidas, sino que desembocó en un torbellino de odio entre dos grupos extremistas que se combatieron a muerte encarnizadamente. Y en el medio quedó Juan Pueblo, que sin comerla ni beberla quedó envuelto en ese espiral de violencia.

Según la Iglesia Católica, al buscar el enfrentamiento y la lucha entre clases sociales se apone al Evangelio.

Los más afectados fueron los pobres. Precisamente aquellos, en nombre de los cuales tanta vida joven y potencialmente valiosa quedó truncada para siempre.

La Iglesia católica a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, condenó la Teología de la liberación como incompatible a la fe católica.

El Papa Juan Pablo II solicitó de la Congregación para la Doctrina de la Fe dos estudios sobre la Teología de la Liberación, Libertatis Nuntius de 1984 y Libertatis Conscientia de 1986. En ellos se argumentaba básicamente que, a pesar del compromiso radical de la Iglesia con los pobres, la disposición de la Teología de la Liberación al aceptar postulados de origen marxista o de otras ideologías políticas (como por ejemplo la socialista) no era compatible con la doctrina, especialmente en lo referente a que la redención sólo era posible alcanzarse con un compromiso político.

En ese momento el Prefecto de la Congregación era el entonces Cardenal Ratzinger (posteriormente Papa Benedicto XVI), crítico de la Teología de la Liberación. Señaló en dichos documentos lo que consideraba “errores de algunas formas de la Teología de la Liberación”, que según conclusiones de la Congregación bajo su dirección son:

“Desde un punto de vista teológico, el análisis marxista no es una herramienta científica para el teólogo que debe, previo a la utilización de cualquier método de investigación de la realidad, llevar a cabo un examen crítico de naturaleza epistemológica más que social o económico.

El marxismo es, además, una concepción totalitaria del mundo, irreconciliable con la revelación cristiana, en el todo como en sus partes.

Esta concepción totalitaria impone su lógica y arrastra las “teologías de la liberación” a un concepto de la praxis que hace de toda verdad una verdad partidaria, es decir, relativa a un determinado momento dialéctico.

La violencia de la lucha de clases es también violencia al amor de los unos con los otros y a la unidad de todos en Cristo; es una concepción puramente estructuralista, para legitimar esa violencia.

Decir que Dios se hace historia, e historia profana, es caer en un inmanentismo historicista, que tiende injustificadamente a identificar el Reino de Dios y su devenir con el movimiento de la liberación meramente humana, lo que está en oposición con la fe de la Iglesia.

Esto entraña, además, que las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad reciban un nuevo contenido como “fidelidad a la historia”, “confianza en el futuro”, y “opción por los pobres” que en realidad les niega su sustancia teológica.

La politización de las afirmaciones de la fe y de los juicios teológicos lleva a la aceptación de que un hombre, en virtud de su pertenencia objetiva al mundo de los ricos, es, ante todo un enemigo de clase que hay que combatir.

Todo eso lleva a un clasismo intolerable dentro de la Iglesia y a una negación de su estructura sacramental y jerárquica, hendiendo al Cuerpo Místico de Cristo en una vertiente “oficial” y otra “popular”, ambas contrapuestas.

La nueva hermenéutica de los teólogos de la liberación conduce a una relectura esencialmente política de las Escrituras y a una selectividad parcial y mendaz (mentirosa) en la selección de los textos sacros, desconociendo la radical novedad del Nuevo Testamento, que es liberación del pecado, la fuente de todos los males.

También entraña el rechazo de la Tradición como fuente de la fe y una distinción inadmisible entre el “Jesús de la Historia” y el “Jesús de la Fe”, a espaldas del magisterio eclesiástico”.